La enseñanza de Isak Dinesen, a 75 años de “El festín de Babette”

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Cuando Karen Dinesen, la autora de Memorias de África, regresó a Dinamarca tras su estancia de 17 años en Kenia, era una mujer derrotada en todos los sentidos. Las plantaciones de café “al pie de las colinas de Ngong” habían fracasado. De su matrimonio y posterior divorcio del barón Von Blixen-Finecke, solo quedó la sífilis y el tratamiento con mercurio que minó su salud, hasta su muerte en 1962. A la ruina financiera de la Karen Coffee Company le siguió la muerte de su amante Denys Finch Hatton, el aficionado a la caza mayor, en un accidente de aviación en 1931. Tenía 46 años cuando su madre la recibió en su hogar en las afueras de Copenhague, y Thomas, su hermano y confidente, la financió durante dos años. Karen era “la sombra de una mujer”. En su pequeño dormitorio empezó a escribir con “el temor de un ciego al que guían y que pone un pie delante de otro […] pero sin saber dónde pisa”.

Pese a los infortunios y las pérdidas, la baronesa Von Blixen-Finecke creía que “el coraje, el amor y el humor” son los tres principios con que se debe transitar la vida. Gracias al apoyo incondicional de su familia, sus cuentos, escritos en primer lugar en inglés, obtuvieron el reconocimiento del lector estadounidense. Tras ser rechazada en Londres por la editorial Putnam, envió Seven Gothic Tales bajo el seudónimo Isak Dinesen al sello Haas & Smith en EEUU, que las publicó inmediatamente por la impecable prosa y su peculiar sentido del humor. En una entrevista en Roma, varios años después, contó el derrotero de su primer éxito. Aunque rechazada inicialmente, cuando Constant Huntington de Putnam, supo del éxito de los cuentos góticos de Isak Dinesen, quizo publicarlos de inmediato. Robert Hass nunca había conocido personalmente a Isak, el joven y promisorio escritor danés, y Huntington que sí había conocido a Karen, la había rechazado por poco prometedora: “hoy nadie quiere leer cuentos cortos de un autor desconocido”.

Tras Seven Gothic Tales, Out of Africa, en 1937 y Winter’s Tales, en 1942, sellaron el reconocimiento inequívoco de su talento. Fue propuesta para integrar la terna acreedora del Nobel de Literatura y el mismo Ernest Hemingway, tras recibir el máximo galardón en 1954, elogió los méritos de la danesa por sobre los suyos propios.

Hoy los defensores de los pueblos nativos intentan cancelarla injustamente, reclamándole las máximas del tercer milenio a una narradora nacida en el siglo XIX, el siglo de la expansión imperial del eurocentrismo cultural moderno. Pero sus Memorias de África, que inspiraron la afamada película, son testimonio de su reconocimiento y aprecio de valores foráneos. En Shadows on the Grass, el capítulo “Portrait of a Gentleman” honra la memoria de Farah, su asistente somalí: “un caballero […] lleva en la sangre, como un instinto, el código de honor de su época y su entorno -como las reglas de juego estarán en la sangre del verdadero jugador de críquet o de fútbol, a quien no le sería posible en ninguna situación lanzar la pelota a la cabeza de su adversario. Farah fue el caballero más grande que he conocido”.

Se cumplen 75 años de la primera publicación de Babette’s Feast en The Ladies’ Home Journal. La transposición al lenguaje audiovisual en 1987 le valió el Oscar a la mejor película extranjera. Se trata de un cuento breve, pero de tal riqueza que ha sido interpretado en clave religiosa, política y artística. El claroscuro de las escenas asemejan un Vermeer y la trama contrapone primero, para luego conciliar, el refinamiento del gusto y la estética gastronómica, con el ascetismo cismático que clausura los sentidos e impide, por perverso, los placeres del gusto, el olfato y el tacto.

Babette es la Master Chef del Café Anglais y la comunera católica, que huyó de París tras perder a su esposo e hijo en las barricadas de 1871. Ignorantes de su arte, dos hermanas del fiordo noruego de Berlevaag la reciben con generosidad, sin hacer preguntas sobre su pasado. Philippa y Martine custodian con celo una pequeña secta luterana fundada por su padre. Austeras y abnegadas; alegres y piadosas, le enseñan a preparar bacalao y sopa de pan viejo, su alimento diario, adiestramiento que Babette obedece sin chistar.

Una cosa la une todavía a Francia: un boleto de la lotería de Navidad que su sobrino le compra año tras año y que a los doce del exilio, la hace acreedora de diez mil francos, el precio exacto de una cena para diez en el Café Anglais. En el aniversario de la muerte del patriarca, Babette Hersant despliega al máximo su arte con una cena francesa memorable. Sopa de Tortuga, Blinis Demidoff, Perdices en Sarcófago y un elixir con nombre propio: “¡esto no es vino, Madame!… ¡es un Clos Vougeot de 1846!”. Aterrorizadas por el lujo pecaminoso y el híper esteticismo, las devotas hermanas no desprecian la ofrenda, pero juran obturar sus sentidos y no sentir placer alguno. Sin embargo, el arte de Babette despierta un deleite inesperado en los comensales, cuyas miradas silenciosas expresan una fruición irreprensible. Un sentimiento de gratificación los envuelve. Los congregados deponen viejos resentimientos y la comunidad se renueva. Babette ha operado el milagro.

Tres años antes de morir, en la Academia Nacional de Artes y Literatura de Nueva York, Karen Dinesen destacó los lemas que guiaron las etapas de su vida. En su juventud, la inspiración provenía del adagio danés “a menudo en problemas, nunca temeroso”. Tras su regreso a su patria natal, Nietzsche arrojó su luz: “digo sí a la vida, he sido un guerrero”. Finalmente, reflexionó sobre la actitud emocional contenida en dos expresiones: “¿por qué?” y “¿por qué no?”. La primera contiene resignación y victimización; la segunda transforma las desdichas en promesa de cambio y esperanza. En estos tiempos en que aún se escuchan voces que cuestionan el valor público de la mujer, es inspirador volver a la resiliencia de Karen, la pluma de Isak y el temple de la baronesa Von Blixen.

Doctora en Ciencias Políticas, licenciada en Filosofía

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