En 1876, Blanche Monnier, una joven aristócrata de Poitiers, Francia, le comunicó a su madre que deseaba casarse con un abogado mucho mayor que ella y de escasos recursos económicos. La familia, de renombre en la sociedad local, desaprobó de inmediato la relación. Convencida de que podría cambiar la opinión de su madre, Blanche insistió sin imaginar que su pedido terminaría con un encierro atroz que duraría un cuarto de siglo.
Tiempo después, la joven de 26 años desapareció sin dejar rastro. Ni su enamorado ni los círculos sociales de la aristocracia volvieron a saber de ella. En realidad, su familia había decidido ocultarla en una habitación del altillo de la casona en la que vivían, sometiéndola a condiciones inhumanas: en penumbra absoluta, sin ventilación y obligada a comer, dormir y realizar sus necesidades en el mismo espacio, rodeada de suciedad.
El caso permaneció oculto hasta el 23 de mayo de 1901, cuando el fiscal general de París recibió una carta anónima que le indicaba que la familia Monnier mantenía cautiva a Blanche desde hacía 25 años, privada de comida y rodeada de sus propios desechos. La denuncia, recogida más tarde por el diario Le Petit Parisien, alertaba de un hecho de “gravedad excepcional”.
A pesar de que la viuda Louise Monnier y su hijo Marcel eran considerados ciudadanos honorables, las autoridades enviaron al comisario central Bucheton a investigar la vivienda ubicada en la calle Visitation 21. Al intentar acceder al piso superior, la mujer mostró resistencia, lo que incrementó las sospechas. Cuando finalmente lograron abrir la puerta del cuarto, los agentes se encontraron con una escena escalofriante.
Sobre una cama mugrienta yacía una mujer cadavérica, cubierta de insectos y rodeada de heces. Era Blanche Monnier. Pesaba apenas 24 kilos y había pasado 25 años sin ver la luz del sol. Las ventanas, puertas y persianas estaban aseguradas con candados para impedir cualquier entrada de aire o claridad. Tras su rescate, fue internada en un hospital y luego derivada a un centro psiquiátrico. Su deterioro físico y mental era tal que había perdido la capacidad de hablar, comunicándose únicamente con gritos y golpes. Nunca pudo declarar en el juicio y su historia quedó marcada por el silencio forzado.
Louise Monnier falleció de un infarto pocos días después de que el caso saliera a la luz, mientras que Marcel fue acusado de complicidad. Él alegó que su hermana ya presentaba “signos de alteración cerebral” antes del encierro y que había intentado enviarla a un hospicio, pero su madre lo había impedido. Sin embargo, las pruebas halladas contradecían sus dichos. Una puerta reparada recientemente sugería un intento de fuga y en las paredes se leían inscripciones desesperadas como “¡Libertad! ¡Libertad!” o “¿Veré alguna vez la libertad? ¿Seguiré en una mazmorra?”. También había dibujos de corazones atravesados y cruces, símbolos de sufrimiento y soledad.
El caso de Blanche Monnier conmovió a toda Francia y se convirtió en uno de los episodios más impactantes de abuso y confinamiento en la historia del país europeo. El diario Le Petit Parisien tuvo la primicia. El 26 de mayo, solo tres días después de su liberación, publicó en su tapa una nota en la que se refirió a Blanche como “La reclusa de Potiers”.