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Hace más de 450 años, el rey Felipe II de España decretó que Madrid –una ciudad montañosa algo adormilada en medio de la península ibérica– sería la capital de su imperio. Muchos historiadores lo consideran una decisión extraña para un gobernante cuyo imperio marítimo se extendía por tres océanos y cinco continentes y que estaba conectado por la mayor armada que el mundo había visto jamás. Madrid no solo está a más de 350 kilómetros de Valencia, el puerto español más cercano en el Mediterráneo, sino que también está a más de 600 metros sobre el nivel del mar. Una bulliciosa ciudad marinera como Cádiz habría sido una elección más obvia.
Y debido a la actual economía impulsada por el turismo en un país que los visitantes asocian con el sol y las playas, la falta de costa marítima de Madrid podría parecer una desventaja aún mayor de lo que fue para Felipe. Pero el papel de la ciudad como centro de un reino marítimo antaño inmenso la ha vinculado eternamente al mar de múltiples maneras.
Museos, comida, enormes anclas y playas: ofrecemos una guía de los tesoros marineros de Madrid.
Neptuno y sus amigos
Empecemos por el dios de los mares. En el corazón de la ciudad, en el Paseo del Prado –a pocos pasos del Ayuntamiento y de los grandes centros artísticos de Madrid, como el Prado y el Thyssen-Bornemisza– se alza una imponente estatua de Neptuno de 1780, bastante fornido, que blande su tridente en una fuente circular de varios niveles. Parece que llega a la ciudad en un carro de conchas, tirado desde las profundidades espumosas por caballitos de mar y delfines. Es un querido monumento local y el lugar de reunión de facto de uno de los dos equipos de fútbol de Madrid (el Atlético de Madrid) tras las grandes victorias.
Neptuno no es ni mucho menos el único marino de la ciudad. Los parques y plazas están plagados de monumentos y recuerdos de navegantes famosos, almirantes, capitanes, batallas navales y un asombroso número de anclas enormes. Tritones y delfines abundan en las fuentes del Parque del Retiro y en la gran Plaza de la República Argentina, donde saltan delfines de bronce de tamaño natural, lo que hace que los lugareños se refieran a ella como la «plaza de los delfines».
Entre los nombres de las calles figuran la calle del Almirante y la calle del Barco, así como otros en honor de exploradores como Núñez de Balboa y Juan Sebastián de Elcano, y de héroes navales como Álvaro de Bazán y Blas de Lezo. Tanto una calle como una plaza fueron nombradas como «de la Marina Española» y no están cerca la una de la otra. Incluso hay un altar con forma de barco en la iglesia Nuestra Señora del Carmen y San Luis.
Odas a un famoso explorador
Luego, por supuesto, estáCristóbal Colón, quien estaba al servicio de la reina Isabel de Castilla en 1492 cuando se topó accidentalmente con las Américas.La Plaza de Colón es uno de los espacios públicos más concurridos de la ciudad. Una estatua del hombre se alza sobre un pedestal de estilo gótico en el centro de un remolino de 20 carriles de tráfico en el Paseo de la Castellana, la vía más grandiosa de Madrid.
La plaza vecina alberga varios monumentos navales (naturalmente con una o dos anclas), pero ninguno es más imponente que el «Monumento al Descubrimiento de América», cuatro enormes formas brutalistas de hormigón fundido diseñadas por Joaquín Vaquero Turcios y grabadas con figuras y frases de oficiales, marineros y otras personas relacionadas con el viaje, que dan a la calle Serrano. Puedes amarlas u odiarlas, pero no te las puedes perder.
Colón también ocupa un lugar destacado en el Palacio de Liria, la casa museo llena de obras maestras del Duque de Alba, guardián de innumerables tesoros, entre ellos casi un tercio de la correspondencia existente de Colón. Entre las más notables están las cartas escritas en el mar a su patrona, la reina Isabel I, algunas con mapas dibujados a mano de las islas donde desembarcó, consideradas como las primeras evocaciones del llamado Nuevo Mundo que llegaron a Europa.
Museos marineros
Pero si quieres sumergirte en la aventura marítima española, no busques más allá del Museo Naval, que comparte protagonismo en el Paseo del Prado con los grandes museos de la ciudad y se encuentra junto al cuartel general de la Armada Española, un impresionante edificio renacentista adornado con motivos marítimos.
El museo reabrió en 2022 con una nueva entrada de madera que cruje como un barco cabeceando. Entre sus tesoros se encuentra el mapa de América de Juan de la Cosa de 1500. Es sobrecogedor pasear por las gloriosas galerías con tragaluces, repletas de maquetas de barcos –algunas casi tan grandes como para subir a bordo–, mascarones de proa elaboradamente tallados, banderas de guerra pintadas a mano, representaciones de famosas batallas navales, así como innumerables sextantes, cañones y torpedos. Es muy atractivo para los niños.
Otros museos también ofrecen un acercamiento a la brisa salada. El Museo Thyssen-Bornemisza posee una vasta colección de paisajes marinos, desde el juguetón «Neptuno y Anfitrite», de Sebastiano Ricci, de 1691, hasta las dramáticas batallas navales de maestros neerlandeses como Willem van de Velde y las imágenes de Venecia de Canaletto, casi fotográficamente detalladas.
El Prado tiene su sección de obras maestras marítimas, incluidas las coloridas escenas de playa de Joaquín Sorolla. Hay más pinturas de Sorolla bañadas por el sol y otros paisajes marinos en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que también alberga una copia del famoso mapa de Madrid de 1656 de Pedro Teixeira. Presta mucha atención a la parte superior derecha del mapa, que incluye una representación de los jardines de recreo del Palacio del Buen Retiro del rey Felipe IV con un galeón meciéndose en el embalse del palacio, una masa de agua que ahora se conoce como Estanque Grande en el moderno Parque del Retiro.
Palacios y desfiles
Como los reyes de España no querían vivir junto al mar, el mar se les acercaba. Varios palacios reales cuentan con instalaciones para barcos flotantes. Además del Estanque Grande, donde los madrileños modernos y los turistas ahora surcan las aguas en botes de remos, está el lago artificial del parque de la Casa de Campo, adyacente al Palacio Real. Antiguamente, se podían probar nuevas tecnologías navales y planes de batalla, pero uno intuye que estas masas de agua artificiales eran sobre todo para diversión de los reyes: juegos de guerra navales con flotillas en miniatura, la pompa de los desfiles de barcos reales.
El más famoso de estos desfiles tuvo lugar en el Palacio Real de Aranjuez, en el río Tajo, a unos 40 minutos al sur de Madrid. Elaboradas barcazas, algunas fabricadas en Venecia y Nápoles y cubiertas con esculturas doradas y telas de felpa, salían al río para divertir a la realeza. Para un melancólico rey Felipe V, y más tarde para su hijo Fernando VI, el famoso castrato italiano Farinelli fue el encargado de organizar elaborados espectáculos flotantes en el Tajo, a menudo con él mismo cantaba arias entre fuegos artificiales y hasta 60.000 velas.
Hoy, las barcazas reales –conocidas como falúas– pueden verse en un pequeño museo en los jardines del palacio, llenas de árboles exóticos de todo el imperio traídos en barcos.
Aunque la extravagancia de los paseos fluviales de Farinelli están fuera del alcance de la mayoría de nosotros, un pequeño barco turístico,El Curiosity, realiza recorridos de 45 minutos por el Tajo en Aranjuez que dan una idea de la historia real mientras los pasajeros disfrutan del ritmo lánguido del paso del río por este lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (la travesía cuesta 9,99 euros, se recomienda reservar).
Saboreando el mar
Los madrileños que no pertenecen a la realeza satisfacen su amor por el agua con un sorprendente número de escuelas de vela y submarinismo. Y tanto para los aficionados a la historia náutica como para los entusiastas de la vela, la Librería Náutica Robinson es una institución local. La tienda Marina Sport, en el elegante Barrio Salamanca, tiene de todo, desde barcos reales hasta mochilas hechas con viejas velas de regata.
España tiene pocos lagos naturales, pero hay muchos embalses y la mayoría de los que están cerca de Madrid tienen al menos un club náutico y unas cuantas playas de arena. El Pantano de San Juan, a 53 kilómetros al oeste del centro, tiene puertos deportivos donde se pueden alquilar veleros, además tiene una playa nudista y puedes ver alguna que otra gaviota.
Para muchos, sin embargo, los tesoros marinos más relevantes de Madrid son los que se sirven en un plato. Por improbable que parezca, Madrid, sin salida al mar, es el principal mercado de mariscos de España y se cuenta entre los mayores del mundo, solo superado por Tokio. Abundan las expresiones españolas para expresar la extraordinaria calidad y diversidad de los mariscos de todo el país. Hay pulperías –restaurantes de pulpo– de Galicia; restaurantes de anchoas de Cantabria; y restaurantes como La Trainera, fundado en 1966, que podría ofrecer un programa de posgrado en mariscos españoles.
Para una versión más reciente de la bonanza marisquera, prueba Estimar, Desde 1911 o Bistronomika. El restaurante St James ofrece exquisitas paellas –comida típica de la costa– en su comedor y terraza de temática náutica. También están los favoritos de los locales, como El Yate o Milford, donde la decoración va más allá de lo marítimo para convertirse en un auténtico club náutico.
Quizá nada subraye más el improbable vínculo de Madrid con el mar que el hecho de que su comida más icónica, imprescindible en Madrid, sea un bocata de calamares, un sencillo sándwich de calamares fritos. Todo el mundo tiene su favorito, pero los actuales templos reinantes son Hermanos Vinagre y Arima.
Por supuesto, un sándwich de calamares no es exactamente un recuerdo que puedes llevarte a casa, pero afortunadamenteel mercadillo del Rastro de Madrid está lleno de maquetas de barcos de segunda mano, cuadros náuticos, uniformes navales, medallas y pertrechos, que revelan la eterna fascinación de la ciudad con el mar.
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