El ingeniero japonés Tsutomu Yamaguchi sobrevivió hace hoy 80 años a una tragedia única en la historia de la Humanidad: la explosión de la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima. Y tres días más tarde, mientras mostraba su cuerpo parcialmente quemado por el estallido a sus compañeros de trabajo en su ciudad natal de Nagasaki -a más de 400 kilómetros de Hiroshima- se produjo allí la segunda explosión nuclear. Afortunadamente, en ambas oportunidades se encontraba a unos tres kilómetros del centro de la detonación.
El gobierno japonés lo reconoció oficialmente como nijyuu hibakusha (persona bombardeada dos veces) recién en 2009.
Efectivamente, en las primeras décadas de posguerra, los “hibakusha” llevaban su condición de sobrevivientes como un estigma que ocultaban por el temor que generaba entre la población su exposición a altas dosis de radiactividad.
Pero en la última etapa de su vida, hasta que murió en enero de 2010 a los 93 años por cáncer de estómago, Yamaguchi decidió contar abiertamente su historia y se convirtió en un activista contra la fabricación de armas nucleares.
Él solía decir que veía su terrible experiencia como un destino y “un camino sembrado por Dios” para transmitir lo que pasó.
Yamaguchi es la única persona que ha sido reconocida oficialmente como sobreviviente de los dos ataques nucleares, pero el Museo de la Paz de Hiroshima estima que pudieron existir 165 personas con las mismas circunstancias, incluyendo a dos colegas de Yamaguchi, Akira Iwanaga y Kuniyoshi Sato.
A las 8.15
Alrededor de las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, Yamaguchi iba camino a una oficina en Hiroshima de la empresa en la que trabajaba cuando alzó la vista y vio un bombardero B-29 sobrevolando la ciudad. Un pequeño objeto sujeto a dos paracaídas cayó del avión y lo siguiente que recordó fue un destello de luz, como una bengala de magnesio, que se dirigía a toda velocidad hacia la ciudad.
La bomba atómica de uranio de 13 kilotones, conocida como Little Boy, destruyó gran parte de Hiroshima y dejó unos 166.000 muertos. A solo tres kilómetros del epicentro de la explosión, Yamaguchi fue empujado violentamente hacia atrás antes de refugiarse instintivamente en una acequia.
Ingeniero náutico, había sido enviado a Hiroshima tres meses antes por su jefe en Mitsubishi Heavy Industries para trabajar en un petrolero. Se suponía que sería su penúltimo día en la ciudad y estaba ansioso por volver con su familia en Nagasaki.
Según recordó, tuvo que cruzar “un río lleno de cadáveres hinchados de hombres, mujeres y niños, algunos de los cuales estaban pegados unos a otros”.
Con una perforación de tímpano y quemaduras graves en la parte superior del cuerpo, el entonces joven de 29 años pasó una noche angustiante en un refugio antiaéreo con sus compañeros. Tras vivir escenas de espanto entre los sobrevivientes, se dirigió al oeste de la ciudad al día siguiente para llegar a la estación de tren.
Las imágenes perturbadoras en el cruce del río lleno de cadáveres acompañarían a Yamaguchi hasta su muerte, aunque en aquel momento su principal preocupación era simplemente llegar a la otra orilla. Vadeando los cadáveres, finalmente lo logró.
Sorprendentemente, los trenes seguían funcionando. Así fue como Yamaguchi regresó a Nagasaki el 8 de agosto. Acudió entonces al hospital para que le trataran las quemaduras y en 24 horas volvió al trabajo. Mientras explicaba a un jefe incrédulo lo que había presenciado en Hiroshima, el maquinista fue derribado de nuevo por otra explosión.
Dos días de infamia
Fat Man, el nombre en clave de la segunda de las dos bombas atómicas utilizadas en la guerra, supuestamente iba a detonarse sobre Kokura, en Fukuoka, pero debido a la nubosidad de la jornada, el destino se cambió a Nagasaki. El número de muertos por la explosión en esa ciudad se situó en 80.000.
Yamaguchi, quien se encontraba de nuevo a unos tres kilómetros de la zona cero, sobrevivió junto con su esposa y su hijo de cinco meses.
“Mitsubishi tenía fábricas en Hiroshima y Nagasaki, así que, luego del estallido, muchos trabajadores habrían subido al mismo tren que Yamaguchi”, afirma Inazuka, quien dirigió el documental de 2011 Twice Bombed: The Legacy of Tsutomu Yamaguchi.
“La mayoría habría perecido en el segundo ataque; sin embargo, aunque es difícil confirmar las cifras exactas, sabemos que hubo más de cien sobrevivientes de ambos bombardeos”.
Encontrando su voz
Durante décadas, la historia de Yamaguchi fue desconocida. En 1981, había escuchado al Papa Juan Pablo II hablar en Hiroshima sobre que la guerra era obra del hombre y sintió el deseo de transmitir su propio mensaje. Sin embargo, proteger a su familia era más importante. Los hibakusha y sus hijos sufrieron una discriminación extrema, sobre todo en el ámbito laboral y matrimonial, ya que no se les daba una explicación clara sobre los efectos del envenenamiento por radiación y muchos creían que era contagioso.
Otro problema era la salud aparentemente robusta de Yamaguchi que contrastaba con la debilidad de otros sobrevivientes.
Perdió la audición del oído izquierdo y le extirparon la vesícula biliar, pero después de unos años, sus lesiones físicas no eran tan visibles como las de algunos líderes del movimiento antinuclear por la paz, como Senji Yamaguchi (sin parentesco con él). Por eso, según su hija Toshiko Yamasaki, sentía que habría sido “injusto para quienes estaban realmente enfermos” si se hubiera unido a las actividades antibombas.
“Su enfoque era el futuro: la abolición de las armas nucleares y la campaña por la paz mundial”.
En 2005, tras la muerte de su hijo Katsutoshi por cáncer, Yamaguchi cambió de postura y decidió hablar abiertamente sobre lo que le sucedió al final de la Segunda Guerra Mundial. Además de escribir sus memorias, apareció en dos documentales: Nijyuu Hibakusha (Dos veces bombardeado), de Hideo Nakamura, y la secuela de Inazuka.
Recién a los 90 años, obtuvo su primer pasaporte y voló a Nueva York para hablar en la ONU. También escribió al expresidente estadounidense Barack Obama, de quien recibió una respuesta, sobre la necesidad de prohibir las armas nucleares.
Otra persona a la que el exempleado de Mitsubishi causó una gran impresión fue Chad Diehl. Autor de Resurrecting Nagasaki: Reconstruction and the Formation of Atomic Narratives.
“A pesar de todo lo que pasó, Yamaguchi siempre me pareció un hombre en paz consigo mismo”, recordó Diehl. “Nunca lo vi expresar enojo. Su prioridad era el futuro: la abolición de las armas nucleares y la lucha por la paz mundial. Recuerdo que una vez un periodista le preguntó qué opinaba de que alguien de Estados Unidos, el país que lo bombardeó dos veces, se quedara en su casa. ‘El hecho de que sea estadounidense no tiene nada que ver’, fue su respuesta. ‘El movimiento por la paz no tiene barreras’“.
“Viniendo de una persona que había vivido tanto dolor, sentí que su mensaje tenía mucho más peso”, añade Diehl. “Aunque es una pena que no se uniera al movimiento por la paz décadas antes, me alegra que finalmente se involucrara. El activismo por la paz le dio una catarsis y la capacidad de afrontarlo todo. Tenía la misión de compartir su historia y pasar el testigo a las generaciones futuras para asegurar que algo tan horrible no volviera a ocurrir. Creo que fue una persona increíble”.
Agencias AFP y AP