Vestidos con los típicos uniformes anaranjados que calzan a los detenidos en los correccionales norteamericanos antes de sus sentencias, los cinco mendocinos desfilaron ante la jueza Mindy Glazer, del Tribunal de Circuito 11° de Florida. Declararon desde una sala contigua, vía Zoom y escucharon que, para recuperar su libertad, debían pagar fianzas de entre 4000 y 4500 dólares, y no podían acercarse a Dolphin Mall, el centro comercial del cual, según la acusación, robaron valijas donde escondieron prendas de vestir sustraídas de varios locales. Cuatro de ellos tenían pasaje de regreso a la Argentina para este miércoles, por lo que se espera que sean deportados de los Estados Unidos.
Pero por detrás de lo que ocurrió en la audiencia de ayer, y de qué les deparará el destino a Diego Luis Xiccato, de 46 años; Mauricio Ariel Aparo-Orlando, de 49; Sebastián Luis Moya, de 41; Juan Manuel Zuloaga-Arenas, de 49; y Juan Pablo Rua, de 45, hay una historia detrás de la jueza Glazer.
Hace diez años, la magistrada del condado de Miami-Dade fue noticia por un video que se volvió viral. Fue el de la audiencia en la que debió resolver la situación de otro hombre vestido, como los mendocinos ayer, con el uniforme anaranjado.
El detenido, Arthur Booth, acusado de robo, fuga y resistencia al arresto miraba a la jueza, que, en un momento, cuando parecía que daba por cerrada la audiencia, le dijo: “Tengo una pregunta para usted… ¿Me reconoce de la escuela secundaria?“.
Booth, entonces de 49 años, abrió los ojos como platos y esbozó una sonrisa algo incómoda que, en un milisegundo, dio paso a la emoción y la angustia. “Oh, Dios mío”, repetía, mientras se tomaba la cabeza y lloraba desconsoladamente.
“Lamento verlo en este sitio… Siempre me pregunté qué ocurrió con usted, señor…”, comenzó. Giró su cabeza hacia la izquierda, como si quisiera recordarle a alguien en el estrado quién era el Booth que ella recordaba.
“Este era el chico más amable de la escuela, era el mejor chico de la secundaria”, afirmó. Booth estaba completamente quebrado ante el relato de ese adolescente que había sido. “Yo solía jugar al fútbol con él, con todos los niños. Y mira lo que ocurrió, lo lamento mucho”, le dijo.
Booth se tomaba la cabeza con ambas manos, desolado, y solo podía llorar y seguir exclamando “Oh, Dios mío”.
“Señor Booth, espero que pueda cambiar su forma de actuar, buena suerte para usted”, le deseó. Y como para torcer un poco el momento dramático, la jueza Glazer se permitió una leve humorada: “Lo que es triste es cómo ha envejecido…”
“Buena suerte, señor… espero que pueda superar esto y vivir su vida dentro de la ley”, concluyó.
“Espero que pueda salir de esto sin problemas y llevar una vida legítima”, completó.
