La leyenda de Ochi (The Legend of Ochi, Estados Unidos-Reino Unido-Finlandia/2025). Dirección y guion: Isaiah Saxon. Fotografía: Evan Prosofsky. Música: David Longstreth. Edición: Paul Rogers. Elenco: Willem Dafoe, Helena Zenger, Emily Watson, Finn Wolfhard. Distribuidora: BF Paris. Duración: 94 minutos. Calificación: apta para todo público. Nuestra opinión: regular.
La leyenda de Ochi es una película desconcertante. Y también fallida. Empezó a hablarse de ella a comienzos de este año cuando tuvo su estreno mundial en el Festival de Sundance y fue promocionada como el primer título dirigido a una audiencia familiar de A24, la productora de moda entre los seguidores del cine de autor. Unas pocas imágenes alcanzan para dejar a la vista esa identificación: aquí también aparecen búsquedas estéticas vanguardistas, imágenes registradas desde ángulos de cámara bastante heterodoxo y unas cuantas audacias de orden visual y narrativo.
Todo esto seguramente alcanza para mostrar la intención de una búsqueda ajena a las convenciones, pero este afán tal vez no alcance, por las mismas razones, para despertar el interés de la audiencia a la que a priori estaría dirigida este relato. La historia es demasiado retorcida y sus imágenes excesivamente oscuras. Si en algún lado se escondía la intención de recuperar desde otro lugar algo del espíritu del cine familiar de Steven Spielberg, todo el propósito de hacerla realidad se queda a mitad de camino.
El resultado es una historia plana y sobreexplicada. Cuando se hace necesario hablar de más para que entendamos hacia dónde van las intenciones y las conductas de algunos de los personajes centrales es imposible conectar esta historia con el universo de fantasía y magia en el que supuestamente ocurre todo lo que vemos.
El eje del relato es el vínculo que se establece entre Yuri (la joven actriz alemana Helena Zenger, magnífica compañera de Tom Hanks en Noticias del nuevo mundo) y una extraña criatura que habita en cuevas y escondrijos de la zona boscosa de los Cárpatos. Un ejemplar recién nacido de esa especie (los Ochi del título, suerte de primates de tez blanca y ojos asombrados) descubre que la adolescente puede ser una interlocutora inesperada, comprensiva y protectora. Entre los dos se establece un diálogo sensorial sobre la base de peculiares ruidos que suenan a priori idénticos pero tienen significados diferentes.
Los Ochi son blancos móviles a los que apunta Maxim (Willem Dafoe), decidido a capturarlos porque les atribuye, entre otras cosas, el haberse separado de su esposa (Emily Watson), la madre de Yuri, y transformarla en un ser ermitaño. Vestido con una anacrónica armadura, Maxim se pone una y otra vez al frente de un batallón de chicos mudos y huérfanos para cazar a sus presas, hasta que se topa con una realidad inesperada: su propia hija quiere proteger a uno de esos bichos y llevarlo sano y salvo hasta su hogar.
Tropiezos
La odisea tropieza con las propias incongruencias de un relato que se detiene a cada momento para recargarse de palabras estériles y de tiempos muertos. El misterio se esfuma un poco más ante cada innecesaria exposición verbal de situaciones, hechos y objetos que la imagen ya definió por completo. Watson, cuyo personaje reaparece casi a la fuerza después de permanecer largos años escondida en el bosque, lleva todo el tiempo la bandera de esos discursos que casi siempre sobran, pero Dafoe no le va en zaga.
Los actores hacen lo que pueden para sonar convincentes y comprometidos, pero quedan aplastados por una historia que de a poco se hace pueril y por una atronadora música incidental, impropia de un relato que necesita todo lo contrario: no ser ni invasivo ni locuaz. Todo el peso de esa verborragia verbal y musical también influye sobre el entorno: el área boscosa del interior de Rumania imaginada como un ambiente natural propicio para la magia termina afeando al relato y a sus personajes. No se salvan ni los míticos Ochi, creados con la ayuda de efectos visuales.