La máquina, el delfín y un enano de jardín (Argentina/2025). Guion y dirección: Tomás Larrinaga. Fotografía: Macarena “Morgan” Renold. Edición: Tomás Larrinaga. Elenco: Cristian Antonio, Cecilia Antuña, Lula Benitez Calcaterra, Matías Bonfiglio, Mailen Kritzer, Micaela Luna, Ariel Gigena, Mauricio Minetti. Calificación: Apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Independiente. Duración: 92 minutos. Nuestra opinión: buena.
“Me disculpan, tres empanadas había pedido nomás”, dice el Conejo (Ariel Gigena), sosteniendo la puerta de su casa como una trinchera ante intrépidos visitantes que amenazan con derrumbar una mentira tan bien construida. Y sí, el guiño es conocido. Las palabras mágicas del personaje de Luis Brandoni en Esperando la carroza representan para el cine argentino toda una tradición: la sátira de costumbres, el cine de los 80, el esperpento y todo un imaginario local que ha dejado infinidad de vestigios tras su paso, desde fanáticos que visitan las locaciones de aquel clásico popular de Alejandro Doria, hasta sus deudos cinematográficos, las películas herederas que la citan, la homenajean y se suman a su estela imborrable.
La máquina, el delfín y un enano de jardín asume desde el título la misma tradición, la de una comedia de enredos filmada en los barrios del conurbano y la ciudad de Buenos Aires, la del descubrimiento de secretos familiares, problemas de plata, intrigas amorosas, y un sinfín de equívocos que tiene en la escasez de empanadas su santo y seña. Hacia allí se dirige Tomas Larrinaga y su troupe de actores de la academia -y coproductora- Actuar en Cine.
Un celular suena y suena sin parar. El nombre “Conejo” asoma en la pantalla y la conversación que sigue será la última aparición de Carlos (Mauricio Minetti), un escurridizo padre de familia que resulta el verdadero enigma de la película. Su muerte sobreviene menos como una tragedia que como el giro inicial de una tómbola que pone en contacto a sus dos familias, hasta entonces separadas. Apenas se cruzan las miradas en el cementerio, pero los rastros de esa patriarcal presencia comienzan a hacer lo suyo.
La herencia de Carlos no es cuantiosa, pero puede resumirse en los tres objetos que dan título a la película y a sus tres capítulos: un auto desvencijado bautizado La Máquina, un masajeador de plástico con forma de delfín y un colorido enano de jardín. Cada uno de ellos tiene su historia -una de ellas incluye al Colorado Mac Allister-, y es el recuerdo que guarda cada familia sobre lo que portaba el padre, lo cual empuja los malentendidos y misterios que alimentan la comedia.
Un pasado compartido
Hay que aclarar que, a diferencia de Esperando la carroza y sus astutas ligazones con la comedia italiana, el esperpento teatral y el dominio del fraseo y el timing del humor, la película de Tomás Larrinaga adolece de profesionalismo, equilibra actuaciones con mayor voluntarismo que con rigurosa solvencia, y elige recursos demasiado trajinados, como el montaje que une conversaciones distintas o cierta gramática propia del cine mudo (como los cierres en iris). Sin embargo, aún en los modestos límites de un ejercicio de estilo recurre a un pasado popular compartido, a un género a menudo menospreciado como la comedia -a la que no pretende transformar en otra cosa-, y consigue sortear su propio amateurismo con cierta audacia y convicción.
Larrinaga, codirector junto a Ricardo Becher de la prometedora El Gauchito Gil: La sangre inocente (2006) -exploración tanto de las potencialidades del video digital como de los cruces entre documental y ficción-, continuó su carrera con cortometrajes, miniseries, películas como Guerra de cervezas (2020) y Perpetua Tenebris (2023), estas últimas en una línea autogestiva similar a la de La máquina, el delfín y un enano de jardín. Los altibajos de cada una de sus apuestas están situados en esa insistente relación con los géneros, a menudo recreados con la clara conciencia de su imperfección. Y en este caso es el costumbrismo el blanco de una parodia algo ingenua, contagiada de sus propios vicios, pero también impulsada por las ansias de exploración del director y su equipo, sea lo que sea que salga de esa tradición recobrada.