La presión arterial es uno de los indicadores más utilizados para evaluar la salud cardiovascular. Millones de consultas médicas en todo el mundo comienzan con el inflado de un manguito alrededor del brazo del paciente, una acción tan cotidiana que pocos se detienen a cuestionar su precisión.
Sin embargo, un nuevo estudio publicado en la revista científica PNAS Nexus expone un problema que podría tener un impacto directo en el diagnóstico y tratamiento de la hipertensión: las lecturas comunes con brazalete pueden ser engañosas, y hasta un 30% de los casos de presión arterial alta podrían pasar desapercibidos.
La hipertensión, conocida como “enfermedad silenciosa”, es el principal factor de riesgo de muerte prematura. Está vinculada con accidentes cerebrovasculares, infartos y enfermedades cardíacas. Según datos internacionales, afecta a 1280 millones de adultos de entre 30 y 79 años, pero el 46% desconoce su condición. Esto significa que cientos de millones de personas podrían no estar recibiendo tratamiento, con las consecuencias que eso implica para su salud y calidad de vida.
El hallazgo de la Universidad de Cambridge revela que el método más común, también llamado auscultatorio, no solo tiene errores por cuestiones técnicas o de postura del paciente, sino que presenta una falla física intrínseca en la medición. Y lo más importante: este sesgo puede corregirse sin necesidad de desarrollar dispositivos completamente nuevos.
Para entender el problema, es necesario repasar cómo funciona la medición con brazalete. El manguito se infla alrededor del brazo hasta interrumpir el flujo de sangre hacia el antebrazo. Luego, el médico escucha los sonidos que produce la arteria con un estetoscopio mientras el manguito se desinfla. Con esos datos y el registro del manómetro, se obtiene la presión sistólica (el valor máximo) y la diastólica (el mínimo). El resultado se expresa en milímetros de mercurio, por ejemplo 120/80 mm Hg, siendo ese un valor considerado ideal.
Según la coautora Kate Bassil, del Departamento de Ingeniería de Cambridge, “el método auscultatorio es el método de referencia, pero sobreestima la presión diastólica, mientras que la sistólica se subestima”. Hasta ahora, la causa de esa subestimación era un misterio. “Casi todos los médicos saben que las lecturas de presión arterial a veces son erróneas, pero nadie puede explicar por qué se subestiman; existe una verdadera brecha en la comprensión”, añadió el profesor Anurag Agarwal, del mismo departamento.
La clave estuvo en reproducir, con un modelo físico, lo que sucede en la arteria debajo del manguito cuando el flujo se detiene. En esa zona, la presión desciende de forma significativa, lo que retrasa la reapertura de la arteria al desinflar el brazalete. Esa demora hace que el valor registrado para la presión sistólica sea menor al real.
Modelos anteriores, construidos con tubos de goma, no lograban imitar con precisión la forma en que una arteria colapsa bajo la presión del manguito. El equipo de Cambridge utilizó en cambio tubos planos que, al inflarse, se cerraban completamente, reproduciendo la condición observada en el cuerpo humano. Así identificaron que la baja presión “aguas abajo” es el factor que genera la subestimación, algo que no se había detectado antes.
El impacto de esta falla no es menor: Bassil estimó que “actualmente no estamos ajustando este error al diagnosticar o prescribir tratamientos, que se estima que provoca que hasta un 30 % de los casos de hipertensión sistólica pasen desapercibidos”.
Cómo medir mejor la presión
La buena noticia es que el problema no obliga a abandonar el método con brazalete. Los investigadores proponen cambios simples para compensar la falla. Una de las soluciones más inmediatas sería elevar el brazo antes de la medición, lo que generaría una presión descendente predecible y, por lo tanto, un margen de error conocido. “Quizás ni siquiera se necesiten nuevos dispositivos; basta con cambiar la forma de realizar la medición para que sea más precisa”, explicó Agarwal.
Si se desarrollan equipos de nueva generación, podrían incorporar datos adicionales que permitan ajustar la lectura para cada persona, como edad, índice de masa corporal o características del tejido del brazo. Esto permitiría una calibración personalizada.
Para llevar estas soluciones a la práctica, los científicos buscan financiamiento para ensayos clínicos y colaboraciones con la industria y el sector médico. El objetivo es validar el efecto de las modificaciones en diferentes poblaciones y, de ser efectivas, integrarlas a los protocolos de uso diario.
Más allá de las mejoras tecnológicas, los especialistas coinciden en que la precisión depende tanto del método como de la correcta preparación antes de tomar la presión. El cardiólogo Nicolás Renna, presidente de la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial, recomendó en una nota anterior los tres pasos clave: usar un equipo validado, elegir un entorno tranquilo y en reposo, y registrar las mediciones para llevarlas a la consulta. “Muchos pacientes llegan a la consulta sin haber registrado la presión que se tomaron en su casa”, advirtió Renna, y subrayó que ese registro es información valiosa para el médico.
El cardiólogo Jorge Tartaglione, ex presidente de la Fundación Cardiológica Argentina, refuerza la importancia de una técnica correcta: “La presión arterial es un indicador clave de la salud cardiovascular, y su medición precisa es fundamental para detectar y controlar la hipertensión, un trastorno que afecta a millones de personas en el mundo”. También alerta sobre el riesgo de una mala técnica: “Una técnica inadecuada puede llevar a resultados imprecisos, lo que dificulta el diagnóstico y el seguimiento del tratamiento”.
Según Tartaglione, para una medición confiable en el hogar se recomienda monitorear durante al menos cuatro días, idealmente siete, con dos mediciones matutinas y dos vespertinas diarias, dejando uno o dos minutos entre cada una. La persona debe estar sentada en reposo durante cinco minutos previos, con la vejiga vacía, y no haber consumido café o tabaco en los 15 a 30 minutos anteriores.
La posición del cuerpo también es determinante: brazo apoyado a la altura del corazón, brazalete colocado a uno o dos centímetros del codo, sin ropa que presione el brazo, espalda apoyada, pies planos en el piso y piernas descruzadas.
Errores frecuentes que distorsionan los resultados
Estudios recientes confirman que errores aparentemente menores pueden alterar de forma significativa la lectura. Dejar el brazo colgando durante la medición puede sobreestimar la presión sistólica en casi 4 mm Hg y la diastólica en unos 4 mm Hg. Usar un brazalete demasiado pequeño produce lecturas artificialmente altas, mientras que uno grande da valores más bajos de lo real.
Expertos como la doctora Brady, participante en investigaciones sobre este tema, destacan la importancia de verificar el tamaño del brazalete. Ella misma lleva una cinta métrica para asegurarse de que cada paciente utilice el adecuado. Estos detalles, aunque simples, marcan la diferencia entre una medición precisa y una que lleve a diagnósticos erróneos.
La presión arterial debe situarse por debajo de 140 mm Hg como valor máximo (sistólica) y 90 mm Hg como mínimo (diastólica). Sin embargo, muchos médicos apuntan a valores ideales un poco menores, como 135/85 mm Hg, para reducir el riesgo de complicaciones.
El descubrimiento de la falla física en el método con brazalete, sumado a la evidencia de que los errores técnicos son habituales, plantea la necesidad de un cambio cultural en cómo se mide la presión arterial. No basta con confiar en que el aparato haga todo; se requiere capacitación del personal de salud, educación a los pacientes y protocolos claros que minimicen los márgenes de error.
La hipertensión no siempre presenta síntomas, pero sus consecuencias pueden ser devastadoras. Un diagnóstico preciso, incluso cuando la medición se realiza en casa, puede marcar la diferencia entre un tratamiento oportuno y un problema grave no detectado. Con la incorporación de pequeños ajustes y el compromiso de médicos y pacientes, es posible mejorar la exactitud de las mediciones y, con ello, prevenir complicaciones que cada año cuestan millones de vidas.
La investigación de Cambridge abre un camino para optimizar la detección de la hipertensión sin abandonar el método más extendido en el mundo. Si las propuestas se validan en ensayos clínicos, el simple acto de elevar el brazo antes de tomar la presión podría convertirse en un nuevo estándar global, capaz de salvar innumerables vidas al mejorar la precisión de un dato tan vital como la presión arterial.