Cuando en geopolítica se habla de un enclave, suele pensarse en un lugar fronterizo, quizás conflictivo o con reclamos, donde un país está instalado en un pedazo del territorio de otro. Pero esta villa es un caso único debido a un error o salvedad en un convenio medieval entre dos naciones. Y todo es armonía.
Se trata de un lugar poco conocido. Es Llívia, nombre que recibió durante el imperio romano en honor a la emperatriz que fue esposa de Augusto en el 38 a. C. ¿Dónde? A 675 km de Madrid y a 848 km de París, en la falda de los Pirineos Orientales, siguiendo el curso del Río Segre e inserta en suelo galo. Se trata de una villa de apenas 12,9 km2 (nuestro barrio de Palermo tiene 15,6 km2), está a 1.224 msnm, emplazada a los pies del que fue un castillo imponente (hoy en ruinas) y la habitan 1.560 personas que se manejan en tres idiomas: catalán, castellano y francés.
Fue la antigua capital de la comarca de Cerdaña (Cerdanya, para ellos) y hoy es un municipio perteneciente a la provincia de Gerona, en la Comunidad Autónoma de Cataluña.
Bueno, el mundo de las divisiones limítrofes tiene muchas curiosidades y esta es una de ellas. Podría decirse que es un “exclave” español en territorio francés o, visto del otro lado, digamos que Francia tiene un “enclave” español en sus dominios. ¡Oui, oui! Más allá del juego de palabras, lo cierto es que está separada del resto del país ibérico por un corredor de aproximadamente 1,6 km de ancho, que involucra dos municipios franceses.
Desde luego, hay llivienses que trabajan en pueblos galos (y al revés también) y por hablarse tres lenguas hay palabras que surgen de la hibridación; sin embargo, en lo culinario es primordial la cocina catalana o española, no hay mezcla. Hay que cuidar las riquezas culturales.
Pero ¿cómo se llegó a esta originalidad? Con el propósito de dar término a la llamada Guerra de los Treinta Años iniciada en 1635, los reinos de España y Francia firmaron el 7 de noviembre de 1659 el Tratado de los Pirineos por el cual el primero cedió al segundo 33 pueblos de la parte norte de la comarca cerdana… pero como Llívia no era “pueblo” sino “villa” real (a raíz de que Carlos V le había otorgado ese elevado estatus), quedó afuera del convenio, a condición de que no fuera fortificada; cláusula que se cumplió.
La signatura de este pacto tuvo dos detalles históricos interesantes. Uno, los representantes plenipotenciarios de los monarcas Luis XIV y Felipe IV lo refrendaron en la Isla de los Faisanes (sobre el lindero Río Bidasoa), que es otro extraño caso geopolítico. La autoridad isleña es compartida amigablemente y cada nación se ocupa de cuidarla durante seis meses de cada año. Cambian la bandera y se hacen cargo.
La otra referencia asombrosa fue que el trato para frenar las calamidades bélicas contempló la boda de Luis XIV (apodado le Roi Soleil, hijo de Ana de Austria) con la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV (llamado El Rey Planeta, hermano de Ana de Austria). Valga la digresión, como eran primos hermanos fue menester una dispensa papal a los novios y el enlace se concretó en 1660. “No nos une el amor sino la guerra”, podrían haberse dicho parafraseando el poema de Borges. El lazo conyugal no impidió que los galos atacaran a España en Flandes, entre otras disputas.
Ese mismo año se rubricó otra concordia binacional para la paz pirenaica, el Tratado de Llívia, documento que ratificó lo estipulado y, por ende, la soberanía del enclave. Más adelante, en los años 70, se dieron algunos sucesos en relación con la circulación de la ruta que atraviesa campiña francesa y que la une con la villa catalana de Puigcerdá. La cosa se facilitó desde hace tres décadas con la puesta en vigencia del espacio Schengen de libre circulación continental.
La farmacia europea más antigua y otras atracciones
La localidad abrazada de paisajes se dedica a la actividad comercial y, sobre todo, al turismo. En la zona urbana (conjunto declarado Monumento Histórico Artístico Nacional) sus calles principales y las más estrechas y empinadas mantienen estructuras y ornamentos en lindas casonas con muchos años en sus frentes.
El centro es el hogar de la que fue –se asegura– la farmacia más añeja de Europa: Esteva, que figura en su rol desde 1594 y donde funcionan ahora el Ayuntamiento y el Museo de Llívia, que conserva piezas de la botica de antaño y otros elementos históricos y arqueológicos.
Frente al Museo se alza la torre cilíndrica Bernat del So edificada en el siglo XIV, empero la actual torre se alzó entre 1584 y 1585, que albergó diversos destinos desde entonces, incluso sirvió de prisión. En estos tiempos, más sanamente, las autoridades disponen exposiciones culturales temporarias y una muestra permanente de dioramas sobre el uso de la flora en la medicina.
Detrás se erige la iglesia de estilo gótico tardío Santa María de los Ángeles del siglo XVI, de fachada renacentista y macizo campanario, con techos abovedados en la nave central y una pila bautismal románica. Este templo, que se construyó sobre uno anterior románico, tuvo anteriormente un importante foro romano del siglo I a. C., el único que se ha hallado en los Pirineos y que están recuperando equipos y empresas vinculadas con lo arqueológico.
En cuanto al Castillo, ubicado en la cima de una colina aislada, fue destruido en 1479 y quedó sepultado durante un siglo. Las investigaciones arqueológicas descubrieron luego un recinto de finales del siglo XIII con una torre maestra y una torreta cada uno de los cuatro vértices. Al visitarlo se recorre el espacio que está musealizado desde 2013 y, además de apreciar los vestigios, uno disfruta de estupendas vistas panorámicas del valle.
Es aquí donde en mayo la población celebra que en 1257 el rey Jaime I, El Conquistador, autorizó a los aldeanos a habitar la ladera de la colina y cuidar sus cultivos. En el festejo hay escenificaciones con atuendos medievales (agricultores y caballeros) a la vez que en el casco histórico se dan talleres, se venden artesanías y comidas, se programan torres humanas (los castells clásicos de las costumbres comunitarias) y la música acompaña. Otra particularidad, en junio, acontece la Fiesta de Trashumancia, una usanza rural. Los vecinos acompañan a los ganaderos cuando llevan sus animales a pastar en los prados verdes del pico Carlit.
Igualmente, cada año, también en junio se honra al patrono lliviense, San Guillermo, por lo cual parte de las ceremonias tienen su eje en la moderna ermita de Sant Guillem de la Prada, en el parque homónimo. Hay misa, procesión, sardanas y fiesta con platos típicos en el casco de la ciudad.
En cuanto al origen de Llívia, que comenzó en la Edad de Bronce, el escudo del ayuntamiento muestra que se habla de tiempos remotos puesto que la leyenda atribuye al mismísimo dios Hércules la fundación de la villa, como se observa en la réplica de un pretérito Libro de Ferrat, un manuscrito del siglo XIII editado en pergamino que se exhibe en el Museo.
No todo es historia. La relación con la naturaleza, lo ecológico y las actividades deportivas son permanentes con una constante agenda con propuestas de rutas de trekking, cicloturismo y competencias con bicis de carretera y de montaña lidiando con las dificultades geográficas. Lo mismo pasa con los espectáculos populares de música tradicional y clásica.
Toda visita a la comarca y a Llívia suele completarse con la reconocida cocina regional o comprar embutidos elaborados artesanalmente en la “charcutería” Rolland o premiar al paladar con una comida en el Restaurante Trumfes, alineado con la gastronomía catalana. Los artífices son dos jóvenes emprendedores que lograron el reconocimiento de la Guía Michelin por su carta de altísimo nivel.