Hay crímenes que marcan generaciones y quedan como leyendas escabrosas, un ejemplo del mal, un desgarro de las tinieblas del mundo, de los poderes que actúan con impunidad y pretenden acabar en el olvido. Ante la falta de respuestas, la gente intenta olvidar esas pesadillas y los culpables, encubrir la verdad para siempre.
Pero, a pesar de todo, a pesar del encubrimiento de los poderosos y de la violencia incesante contra las mujeres y los humildes —como no mencionar el último triple feminicidio, Lara Gutiérrez (15), Brenda del Castillo (20) y Morena Verdi (20)—, en Argentina todos saben quién fue María Soledad, la joven de 17 años a la que violaron, torturaron, asesinaron y dejaron abandonada en un descampado en 1990.
Y aunque a veces no podamos evitar preguntarnos por qué unas muertes “importan” más que otras, en el caso de la joven María Soledad una de las razones fundamentales por las que su crimen no fue un asesinato más sin resolver fue por la perseverancia de una monja carmelita misionera teresiana desconocida en aquellos momentos llamada Marta Pelloni. La religiosa, directora del colegio donde estudiaba la víctima, impulsó y encabezó lo que se conoció después como “las marchas del silencio”, unas protestas silenciosas que se extendieron primero por toda la ciudad, luego por toda la provincia y, posteriormente, por todo el país, para gritar con más fuerza que nunca contra la impunidad de los culpables, los de arriba, que en este caso eran los hijos de las familias más poderosas de la provincia entre gobernantes caciques, policías y empresarios.
¿Por qué ella? ¿Por qué una monja? ‘La Pelloni’, como se la conoce, ha luchado con paciencia en aquellas batallas que muchos habría dado por perdidas. Ha aguantado años, incluso décadas, poniendo en tela de juicio el discurso oficial dado por las autoridades hasta romper ese “olvido con el que trafican los culpables”, tal y como escribe Liliana Viola en ‘La hermana’, la crónica y biografía sui generis sobre la historia de esta monja argentina con la que ha ganado la última edición del Premio Crónica Anagrama.
La sociedad vuelve el rostro ante el horror. Es normal cuando la violencia es insoportable y constante. En una entrevista con Infobae España, Liliana Viola se refiere a ello como el “velo”: “Hay algo extraño, casi mágico, que es un velo que tenemos […] la sociedad argentina, los lectores y lectoras de noticias. Tenemos un cierto velo frente a todas las denuncias, los casos que ella [Pelloni] ha sacado a la luz, en los que ha logrado conseguir justicia o incluso encontrar gente perdida. Si bien la vemos aparecer por televisión constantemente porque la prensa le da lugar, si a cualquiera le preguntas en Argentina por los casos que aparecen en este libro, todos los tenemos en una nebulosa”.
¿Pero qué hace tan especial a ‘la Pelloni’? ¿Cómo surgió su figura, por qué la sociedad confió en ella y cómo consiguió una monja impulsar los casos perdidos (y escabrosos) de todo un país?
Viola busca en esta crónica muy documentada y de tinte biográfico entender la necesidad de una figura que escuchara y que se atreviera a no confiar en el discurso oficial en la convulsa época que fue para Argentina los años 90, pero también las décadas siguientes: “La razón por la cual decidí escribir este libro es, primero, preguntarme por qué razón tenemos esta suerte de velo frente a su trabajo y frente a la realidad. Y me pareció que mi objetivo, mi función, era poder hacer legible, y no solo visible, esta historia. La de ella y la de todos los casos en los que está metida”, afirma la escritora bonaerense.
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Pregunta: Es también la demostración de que algo falla, ¿no? Con las autoridades y con la gente vulnerable, pues mujeres, niños, familias en riesgo socioeconómico se dirigen a ella para que les ayude a impulsar su caso o que ella tome papel.
Respuesta: Sin duda estamos hablando de una desconfianza completamente justificada: volvamos a los 90. Es decir, a una población que ha visto a una monja vulnerable contra la Iglesia y contra los poderes políticos que intentaban encubrir, habiendo sido ella alguien que estuvo al frente. Cuando la echan de Catamarca [tras el caso María Soledad] se convierte, obviamente, en una persona creíble. Ella misma se sorprende de lo que le pasa. Vuelve a la provincia de Corrientes y ahí empieza a recibir llamadas anónimas de mujeres que quieren contarle que les han quitado a sus bebés, y que esos bebés hace ya dos años que estaban desaparecidos. Estamos hablando de personas que durante todo un embarazo y durante tres años no tuvieron a nadie, ni siquiera en su familia, para contarles lo que les estaba pasando. Entonces, de pronto, la primera característica que podemos encontrar en esta monja muy partica y, también, una fe desesperada en que podía solucionar cosas. Los primeros casos de estas llamadas anónimas obviamente no las pudo solucionar, ya que era tremendamente tarde, los niños ya habían sido vendidos por familias ricas y por todo un sistema organizado a Europa. Pero, sin duda, esa desconfianza existió y existe. Es una monja y me parece que, que eso es un plus para bien y para mal.
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Bebés robados de madres humildes para familias ricas en Europa, ritos satánicos con los que las élites seguían, de otras maneras turbias y descarnadas, aprovechándose de las creencias de los más humildes, desapariciones e incluso la muerte de un niño de cuatro años por envenenamiento debido a los contaminantes en fertilizantes del suelo, en uno de los casos más recientes… La monja Pelloni se convierte en un imán para los desesperados, para las pesadillas a las que la gente no quiere hacer caso, para los casos imposibles de toda Argentina. Con la ayuda de asociaciones como la de Infancia Robada, se convierte en lo que podríamos llamar incluso un movimiento, aunque, tal y como admite Viola, su figura como comunicadora, tal y como es ahora, ya “es irremplazable”.
“La gente me habla y me cuenta”, dice la monja en una página de ‘La hermana’, cuando está sosteniendo la teoría de los sacrificios satánicos “de forma sistemática”.
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Pregunta: ¿Dirías que su clave para generar ese vínculo con la gente es esa escucha activa que tanto se necesita? Ahora mismo que se escuchan todas estas historias sobre gente que se engancha a la IA porque es capaz de escuchar, hay muchas personas que no tienen a nadie y tienen vergüenza y miedo de contar su historia.
Respuesta: Sí, yo creo que, que en, en su figura se unen dos cuestiones. Por un lado, la idea de la confesión, esa idea que, de todos modos, está en una monja. El hábito me parece que permite esa idea de que se le puede decir todo lo que uno quiera de algún modo, aunque no sea un sacerdote. Creo que su escucha es una escucha más maternal, más de amiga. Y, por otro lado, hay algo que se inició en los noventa con el caso María Soledad y que, y que siguió con el ‘Ni una menos en Argentina’, que es una palabra que acabas de nombrar y que es la vergüenza. Lo que se empezó a romper en los noventa, cuando esta monja y todas las compañeras de María Soledad y el padre y la madre de María Soledad se ponen al frente de las ‘marchas de silencio’ es la vergüenza, que era una de las grandes mordazas para todas las mujeres abusadas, violadas, violentadas. Es decir, era una vergüenza ser una adolescente violada, era una vergüenza tener una hija que había sido violada. Y entonces eso implicaba un silencio. Y es muy interesante que una de las personas que ayuda a que se caiga la vergüenza sea una religiosa, me parece que ahí se rompe un pacto desigual con el poder. Y esta monja, con su actitud, me parece que hace un trabajo muy interesante con el tema de la vergüenza, que en el fondo es una trampa.
El morbo del crimen y el ‘true crime’
Viola se acerca a la figura de Pelloni con mirada crítica también a la Iglesia como institución y también al tratamiento de los crímenes por parte de la prensa y las plataformas que convierten rápidamente todo asesinato en un producto de consumo.
“Hay como un movimiento que se está produciendo mundialmente, que es que los crímenes que importan son los crímenes que le importan a las plataformas que hacen documentales y el famoso true crime. Me parece que estamos viviendo una tendencia a disfrutar de estos crímenes reales. A veces tengo la fantasía de que hay asesinos que están pensando en poder protagonizar alguna serie».