La muerte de la conservacionista: la última aventura de Jane Goodall

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Jane Goodall, como muchos de nosotros, fantaseó con ser la Jane de Tarzán. Lo contaba riendo.

Goodall empezaba sus conferencias una y otra vez desde los escenarios del mundo junto a Mr. H, el chimpancé de trapo que viajaba con ella desde hacía 60 años emitiendo el sonido de estos animales. En ese momento, la audiencia se transportaba a Tanzania, a Gombe. A los 26 años, −bajo la supervisión del dr. Leakey, por quien había partido desde su Inglaterra natal junto a su madre como única compañía−, se fue a vivir entre los chimpancés, y observarlos.

Su trabajo de campo fue uno de los más prolongados y valiosos sobre animales en libertad que existía y cambió el modo de comprenderlos. Allí descubrió que todos tenían diferentes personalidades, y muchas similitudes con nosotros y revolucionó el mundo científico. Jane es considerada una de las mujeres más influyentes del planeta. Esta Dama del Imperio Británico viajaba 300 días al año para llevar su poderoso y claro mensaje a todos los puntos cardinales, promoviendo una armónica coexistencia con todos los seres vivos y alertando: O dejamos de manipular a la naturaleza y a los animales o nos quedamos sin nuestra casa.

Tchimpounga, el santuario en África

Jane era certera, empática, compasiva e inteligente. Siempre apeló al corazón de la gente sin dejar de decir todo lo que los seres humanos no estamos dispuestos a comprender.

Durante la pandemia aseguró: “Somos nosotros los que hemos creado las condiciones para lo que está sucediendo con el coronavirus debido a la manipulación que hacemos de la naturaleza y la crueldad con la que tratamos a los animales. Se sabía que llegaría, como sucedía con todos los otros virus anteriores. Seguirá pasando si no dejamos de maltratar al planeta y a los seres vivos”. Y continuó: “Estamos destruyendo el hábitat de los animales y ellos se ven forzados a tener un contacto más estrecho con los humanos. Viven hacinados, estresados, los juntamos. Los virus saltan de una especie a otra y cuando se dan las condiciones, pasan al ser humano, como sucedió en un mercado húmedo con animales salvajes”.

También dijo: “Tenemos cuatro problemas: la pobreza, la corrupción, la densidad de la población y la definición de ‘éxito’. Con respecto de la pobreza si uno es muy pobre y debe sobrevivir no se le puede pedir que no dispare a un mono o lo capture para venderlo o tale el último árbol sin darle otra alternativa. Desde hace años, a través de la Fundación Roots&Shoots (Raíces y Brotes), ayudamos a la gente más pobre a generar un medio de vida más alternativo, sin destruir la naturaleza y los animales. Nuestro modo de vida es insostenible, y en ello me incluyo”.

Goodhall, junto a Isabel de Estrada

“Siempre que miro hacia atrás, recuerdo esa pequeña chimpancé atada a una cuerdita con gente alrededor riendo y señalándola. Little Jay, así la llamamos. Fue nuestra primera refugiada”, contó Goodall acerca de los inicios de Tchimpounga, el santuario más grande de África, creado por ella. En aquel momento y como consecuencia de la larga guerra civil en Congo, la caza furtiva y el tráfico ilegal llegaban cantidades de pequeños chimpancés al refugio. Todo lo que era posible hacer para entonces era acogerlos e intentar apaciguar los traumas y los miedos, al ser literalmente arrancados a sus madres, eliminadas por la carne salvaje. Las crías eran atrapadas y vendidas a zoológicos, a laboratorios, al mascotismo.

La sucesora

Rebeca Atencia, primatóloga y doctora en Veterinaria por la Universidad Complutense de Madrid, y a quien Jane eligió como sucesora hace veinte años del Instituto Jane Goodall en la República del Congo, recuerda lo que le confesó mucho después. “Cuando te vi, me vi a mí misma años atrás persiguiendo un sueño. Sin miedo de trabajar duro y vivir sin las comodidades básicas de la vida. En la selva te sentías en tu hogar como yo”, le dijo la conservacionista.

Atencia es considerada por la revista Newsweek como una de las veinte mujeres más inspiradoras de las nuevas generaciones: “Yo había aprendido a comunicarme con ellos y creo que ella vio la pasión que tenía. Eran mi vida. Y me ofreció hacerme cargo de Tchimpounga”, recordó.

Atencia organizó el refugio, que hasta el momento solo tenía capacidad para recibir a los chimpancés que llegaban. “Los bebés de chimpancés necesitan tener calor y abrazos, pues llegan traumatizados y asustados. Durante el día salen con sus cuidadoras todos juntos a la selva para sociabilizar y jugar. Por las noches duermen abrazados a ellas”. Y explicó: “Pero una vez que crecen, los paseos por la selva terminan. Los chimpancés pueden ser agresivos y peligrosos especialmente si tuvieron una historia traumática y en contacto con humanos. Con el apoyo del Instituto Jane Goodall, puso manos a la obra para trabajar sobre los motivos por los cuales llegaban tantos chimpancés bebés: la matanza y el tráfico. El número de chimpancés bebés que llegaban empezó a bajar. Fuimos expandiendo la cantidad de tierra que teníamos para poder rehabilitar a los chimpancés, una vez que crecen y aprenden a valerse por sí mismos. Hoy el centro de rescate, a veinte kilómetros de Pont Noir, es solo el primer punto de llegada y de reeducación de los animales. Una vez readaptados y sanados de sus heridas, son llevados hacia tres islas sobre el río Kuillu: Chibebe, Kombe y Sisullu. Allí tres veces al día, mientras van gritando el nombre de cada animal, dos cuidadores protegidos con trajes de agua, tienen el mismo sistema que la selva más profunda, pero no hay cazadores furtivos. Como los chimpancés no nadan, no pueden salir de allí y exponerse a ser matados o capturados. Muchos de ellos podrán ser reintroducidos a la selva en el Parque Nacional de Concoati, último destino adonde vivirán su verdadera vida de chimpancé”.

En la Argentina

Tuvimos la suerte de recibir a Jane Goodall cinco veces en la Argentina, adonde vino por diferentes motivos. Uno de ellos, para, bajo la dirección de Boy Olmi filmar Jane & Payne en la Patagonia, junto a Roger Payne quien descubrió el lenguaje de las ballenas. Uno de sus últimos deseos era que Toti, uno de los tres chimpancés que todavía vivían en la Argentina (Bubalco, Río Negro), pudiera ser trasladado a un centro especializado en compañía de otros de su especie. Fue de público conocimiento que ella quería que Toti viajara e intervino personalmente en todo el proceso. Toti hoy está siendo entrenado para poder ser trasladado y esperamos que su deseo pueda ser cumplido. Ella buscaba siempre lo mejor para cada individuo. Cada uno de ellos tenía una historia detrás a considerar y a partir de ella, se decidía su futuro.

En cuanto a Yony, que aún permanece en Luján, Atencia, su sucesora, también se pronunció: “No lo sacaría de su ambiente. Yony está muy humanizado y es muy grande, no se puede trasladar a más de una cortísima distancia. Solo se puede mantener su contención emocional, importantísimo y mejorarle sus condiciones y entretenimiento.”

El equipo de Jane Goodall camino a Angola a buscar cuatro chimpancés; entre ellos, está Rebeca Atencia (campera verde)

¿Un mensaje?

Acordarnos que cada día que estamos en este planeta hacemos la diferencia. En cada acto que realizamos, pensar si estamos haciendo daño, si para hacerlo se ejerció la crueldad con los animales o si estamos estropeando algo. Preguntarnos con cada pequeño gesto y cada día, si estamos creando un mundo mejor. Cada pequeño detalle de cada uno de nosotros hace la diferencia…

“¿Su próxima aventura?“, le pregunté.

“Una vez que termine aquí, que hay tanto para hacer, seguramente sea descubrir qué es lo que descubro el día en que muera.”

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