Durante muchos años una de las grandes periodistas argentinas, impulsora de la modernidad en la crónica y vanguardista y experimental en el espíritu de sus textos. Con sus columnas de los 80 y de los 90, Buenos Aires me mata y Ciudad paraíso, Laura Ramos logró el acercamiento del mundo del rock y la cultura a grandes audiencias a la vez que inspiró a generaciones de colegas. En los últimos años su carrera dio un vuelvo y su escritura se consagro a la investigación y a la historia.
El viraje fue suave y refinado, el tono de su escritura sigue siendo personal con ese estilo que cruza la prosa clásica de sus lecturas formadoras y la ironía elegante que siempre brilló en sus notas. Autora de Corazones en llamas, Buenos Aires me mata y La niña guerrera, fue a partir de Infernales, su espectacular trabajo biográfico de los hermanos Branwell, Charlotte, Emily y Anne Brönte, que inició esa nueva etapa de su carrera que se consolidó luego con la aparición de Las señoritas, un libro en el que reconstruyó la vida de veinte a las sesenta y una maestras norteamericanas que llegaron a la Argentina a partir del plan educativo de Sarmiento.
Su nuevo libro tiene un título magnético. Se llama Mi niñera de la KGB, fue publicado por Lumen y reconstruye de manera singular la vida de África de Las Heras (1909-1988) la espía española y femme fatale que fue esposa del escritor uruguayo Felisberto Hernández y trabajó para los soviéticos durante décadas. A lo largo de su vida y su carrera como espía, África participó de varios episodios históricos, entre ellos el asesinato de Trotsky en México.
Laura Ramos, hija del escritor y político trotskista Jorge Abelardo Ramos y de Faby Carballo, feminista de izquierda, llegó junto con su madre y su hermano mayor Víctor a Montevideo a comienzos de los 60 luego de la separación de sus padres. Allí, bajo el influjo inevitable de la revolución cubana sobre la izquierda latinoamericana, sucedió el encuentro con África, supuestamente una modista española republicana en el exilio, quien los cuidaba y les daba la merienda en las tardes montevideanas. África tuvo muchas vidas y muchos nombres, entre ellos “Patria”, como la conocían en España. En Uruguay, donde operó durante casi 20 años la conocían como María Luisa.
Con la misma prosa cálida y atrapante que la convirtió en una de las grandes autoras argentinas en este libro Laura Ramos reconstruye con rigor y documentación una de las más alucinantes historias de vida del siglo XX pero a la vez se detiene en la biografía de su propia infancia y de su entorno, de las ideas que la rodearon y la acunaron, lo que equivale a hablar de la conformación de sus gustos, sus traumas y sus deseos.
Lo que sigue es la transcripción de una conversación que mantuvimos días atrás durante la grabación de un episodio del podcast Vidas Prestadas.
— Tu libro tiene un título fascinante, uno se sumerge directamente. Pero el libro es mucho más que eso. Porque aunque África haya sido un personaje tratado en otros trabajos, por haberla conocido, por haber tenido vínculo con ella, el libro trata sobre tu infancia y tu formación, es decir, todo aquello que hizo a la Laura Ramos que después conocimos, ¿no?
— Claro, claro. Sí, este libro yo me resistí mucho a escribirlo. Mi hermano descubrió la historia de María Luisa, la modista, y me la contó en el 2020, o creo que fue antes, en el 2019. Y yo me resistí muchísimo a escribirlo porque a mí me interesa más el siglo XIX y las historias que me alejen de esta realidad tan prosaica. Pero, bueno, fue muy convincente porque la historia era increíble.
— Alucinante.
— Era alucinante. Y con muchísimas reticencias empecé a investigar y fui varias veces a Montevideo. El primer viaje a Montevideo, en el que me encontré con los viejos amigos de mi infancia, con algunos de sus padres que estaban vivos, ahí me di cuenta de que este libro iba a contar mi infancia de los años 60. Y ahí me enamoré. Digamos que le encontré el factor sentimental y ahí me metí y a partir de eso empecé a viajar para contrastar y ahondar en la historia de María Luisa. Para mí, para nosotros, siempre va a ser María Luisa. No es África, es María Luisa. Y bueno, fui primero al Norte del África porque ella nació en Ceuta. Pasé por Tánger, donde mis padres habían ido a comienzos de los 50 o fines de los 40, cuando eran bastante jóvenes. Y me acuerdo que mi madre me había contado que habían fumado hachís, que habían ido como tras ese espíritu de su generación del vivir peligrosamente de su generación. Paul Bowles y Jane Bowles tenían toda su historia ahí en Marruecos, en Tánger. Era su Tánger. Entonces ahí me empecé a meter un poco en la figura de mis padres, en esos jóvenes desenfrenados que tenían una vida muy distinta a la que yo conocí cuando ya eran grandes. Y de ahí me fui a Ceuta, que es donde nació María Luisa y que es muy interesante. Ceuta es un trozo de África que España tomó, porque está muy, muy cerca de España, en la península, está en la punta de África, y está tomado por España pero es absolutamente africano. Vas caminando por ahí y son todos musulmanes.
— Ceuta y Melilla son los vínculos entre España y África.
— Exacto. Y toda la niñez y adolescencia de María Luisa fue justamente entre Ceuta y Melilla. La mandaban a una escuela de monjas porque era terriblemente traviesa y rebelde. Usaba pantalones cuando ninguna mujer usaba pantalones. Fumaba. Ella era muy bella y muy sexy entonces usaba una ropa provocativa que escandalizaba a las damas de Ceuta. Porque Ceuta, como te digo era muy, muy africana pero a la vez era, digamos, una base militar española, entonces los españoles que había ahí o los hijos de españoles eran muy conservadores y de derechas. Ella se crio en ese ambiente al que detestó y en el que yo traté de ahondar para encontrar cuál fue la herida que esta chica llamada África, que tenía una hermana que era rubia y bella. África era bellísima también pero era morena y, según me contaron después en Montevideo, los rulos eran tan chiquitos que parecían mota, que era como una niña medio africana en este ambiente de derechas y tan conservador.
— Y ella decía que no era hija de su madre sino de una gitana.
— Ella contaba unas historias que, tal vez, es todo tan loco que por ahí eran ciertas. Se las contó a varias personas y está todo documentado en el libro. Decía que ella era hija de una gitana y de su padre, le dijo a una de sus amigas, una amiga a quien ella convirtió en espía. Y a otra –la empleada doméstica a la que cooptó también para su causa–, le dijo que era hija de una gitana y de su tío, porque tenía un tío que era militar y tenía un linaje más interesante.
— La cuestión de la mitomanía o de las leyendas recorre todo el libro. Todo el tiempo aparece la narradora de este libro preguntándose cuánto de todo lo que se cuenta es cierto y cuánto es mentira. Dice también: cuánto colaboramos nosotros, cuánto sabíamos y pensábamos que no sabíamos. Entonces, incluso lo que puede parecer cierto por momentos se diluye. Y aquello que puede parecer una fantasía alocada puede ser verdad. O sea, es un libro sobre una mujer que fue paracaidista. Una mujer que tuvo entrenamiento militar. Una mujer que en algunos documentos figura que fue secretaria de Trotsky, es decir, no solo que participó en aquel episodio que terminó con el crimen sino que pudo haber estado bastante más cerca de lo que se suponía. Una mujer que tuvo varios maridos, varios vinculados a su trabajo como espía. Una mujer que fue la esposa de Felisberto Hernández, por otra parte, ¿no?
— Bueno, es muy cinematográfica esa parte de su vida. Ella hablaba perfecto francés y, cuando ya está formada como espía, la mandan a París con el nombre de María Luisa de Las Heras. Ya era una heroína de guerra de la Unión Soviética: se había lanzado en paracaídas sobre las tropas nazis que ocupaban Ucrania. Entonces, vestida como una señora burguesa, tenía un poco más de 30 años, era muy atractiva, muy sexy, en ese plan ella va a París disfrazada de modista de alta costura. La Unión Soviética necesitaba un enclave soviético en Montevideo para preparar a los espías soviéticos que iban a Estados Unidos a tratar de insertarse en el equipo de la bomba atómica. Eso era lo que le interesaba a Stalin.
— Exacto, los secretos nucleares.
— Sí, eso era lo que le interesaba a Stalin. No le interesábamos nosotros, trotskistas de cuartísima categoría. O sea, no era una espía que nos espiaba a nosotros. Entonces la Unión Soviética necesitaba este enclave en Uruguay y la manda a ella, que según Sudoplátov, que era el jefe de la KGB, era “nuestra mejor espía”, está entrecomillado porque está en sus papeles, esto sí está documentado y esto sí es cierto, la mandan después del asesinato de Trotsky. Después del paracaídas, la mandan a París a conquistar a un uruguayo. Y ella estaba en la calle más aristocrática de París, la rue Lauriston, en un departamento precioso, muy próspera porque contaba con el dinero de Moscú. Y entonces se encuentra con el escritor uruguayo más pobre de todos los pobres escritores uruguayos, en la época en que lavaba la vajilla en el bidet. Y que era adorable.
— Y que guardaba las colillas usadas para los tiempos en los que no le alcanzara para comprar cigarrillos.
— Durísimo. Tal cual, guardaba las colillas de los cigarrillos. Se encuentran, o sea, no se encuentran por casualidad sino que ella va a buscarlo. Hay tres versiones sobre el verdadero lugar en el que se encontraron. Yo cuento las tres versiones. Fue en una conferencia o en una fiesta de la embajada, o en un bar. En cualquiera de las tres situaciones, ella lo encara.
— ¿Y en las tres versiones ella le dice lo mismo?
— En las tres ella dice: “qué lindo escuchar esa voz”. Porque él era un furibundo anticomunista.
— Sí, sí, era perfecto como tapadera.
— Era una tapadera sensacional. Lo conquista. Se casa con él. Consigue la nacionalidad uruguaya. Se instala en Montevideo y ahí cae en el ámbito de mis padres porque mi madre, en su primerísima juventud, formaba parte del grupo del escritor Juan Carlos Onetti y en ese grupo estaba también, muy chiquito, el papá de Silvia Hopenhayn, que es una periodista y escritora argentina.
— Benjamín.
— Benjamín, el papá de ella, formaba parte de ese grupo y me dijo una vez que me encontré con él: vos sabés que tu mamá era la “Maga” de Cortázar. Yo le dije: no, Benjamín, no creo que haya sido así. Pero sí, todo el grupo de los onettianos lo sostiene. Bueno, quedó ese mito.
— Así la llamaban a tu madre, también.
— Así la llamaban, la Maga. Mamá formaba parte de ese grupo y en ese grupo ella conoció, junto a otra muchacha también comunista, mi mamá era trotskista pero eran amigas, y las dos se hacen amigas de esta señora más grande, la española que era modista. Iban a coserse una pollera, alguna cosita.
— Y era una pobre mujer que había perdido un hijo. Que eso también era algo muy conmovedor porque todas tenían hijos y ella les cuidaba a los chicos ¿no?
— Exacto. Pero eso fue en la segunda etapa. Pero sí, sí. Bueno, estas dos muchachitas que eran mi madre y esta otra muchacha se enamoran de María Luisa, de una mujer que era tan inteligente.
— Magnética.
— Magnética. Graciosa. Y muy desenfadada sexualmente. Y les pasa una data, les transmite una moral muy avanzada para la época por la cual ella separa el sexo del amor y les dice que pueden tener relaciones sexuales con los hombres sin estar enamoradas, algo completamente escandaloso para esa época y también para ésta.
— Mientras era todavía joven y muy atractiva, su vida también estuvo llena de leyendas sexuales. Es un tema que aparece incluso en algunos documentos que consultaste, por lo que contás en tu libro.
— Claro. Hay un documento muy interesante escrito por un republicano que dice que María Luisa durante la Guerra Civil participaba de unas patrullas de control en Barcelona en los primeros días de la guerra y que ella era interrogadora. Esto está probado también con documentos que aparecen en el libro por tres franquistas que declaran haber sido interrogados por ella, una muchacha llamada África, vestida con un mameluco azul. Entonces es que el republicano dice, explica, que ella, después de los interrogatorios, formaba parte de orgías con sus seis compañeros de patrulla. Ella era la jefa. Cuando yo leí eso por primera vez me pareció que era una calumnia para desprestigiarla y no le presté mucha atención. Después, cuando empecé a investigar un poco más, y sobre todo cuando fui a Cuba y hablé con Elsa Methol, que era esta vieja amiga de mi madre que cuando eran las dos jovencitas y eran amigas de María Luisa. Elsa Methol vivía en Cuba. En una historia también muy cinematográfica se fue en el avión del Che Guevara con sus cuatro niñitos, que eran nuestros amigos de la infancia. Una historia hermosa.
— Sí, ese relato es increíble.
— Divertidísimo. Se escapó en el avión del Che vacío, con mi amiguita corriendo por el pasillo del avión… A esta amiga la fui a ver a Cuba y ya era muy viejita. Ella me corroboró las aventuras sexuales de María Luisa, sin juzgarlas por supuesto de ninguna manera. Y no le pareció que fuera algo desatinado que ella hubiera participado de orgías o de encuentros sexuales con sus compañeros de patrulla en esos días de fervor revolucionario. Ella era la más entregada. Todos sus compañeros la admiraban y bueno, y por eso la KGB la cooptó. Fue cooptada posiblemente por Caridad Mercader, que es una comunista y una agente de la KGB muy célebre.
— La madre de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky.
— La madre del asesino de Trotsky, que también era amigo de María Luisa y posiblemente fue su amante, por las características de los dos y por ese clima de época tan desenfrenado. De todas maneras, el gran amor de Ramón Mercader fue una muchacha que se llamaba Lena Imbert, que murió después en la guerra. Y, aparentemente, el gran amor de María Luisa fue un soldado soviético que también murió en la guerra.
— Bueno, a juzgar por algunas biografías y testimonios, el gran amor de Mercader, en realidad, fue su madre.
— Totalmente.
— Algo muy interesante del trabajo que hacés en tu libro es que de pronto uno leyó cosas, tanto sobre África como sobre Ramón Mercader, o sobre el asesinato de Trotsky, que es uno de los episodios más relevantes, sin dudas, del siglo XX. Además, esa muerte terminó con tantas vidas posibles, tantos mundos posibles, ¿no?
— Claro.
— Pero el trabajo que vos hacés, que en este sentido sí lo veo similar a tus libros anteriores, es que no te sentás con los documentos que hay sino que vas a buscar documentos nuevos. Hacés periodismo del bueno, también para sacar tu propia versión de los hechos pero, al mismo tiempo, debe ser algo que te apasiona pienso, ¿no?
— Claro… la sensación de descubrir algo. Me pasó con el libro de las maestras: cada carta que leía, descubría cosas más increíbles. Pero con éste también. Por ejemplo, ella decía que, al morir, su hijo tenía 12 años. Y descubrí –y tengo el certificado de defunción del niño– que tenía 6 meses; era un bebé el que se le murió, y eso la debe haber marcado para toda la vida. Que se te muera tu bebé de 6 meses, sola en Ceuta, en un cuartel militar. Bueno, y también las actividades sexuales de María Luisa. Cuando hablo con esta mujer, con Elsa Methol que por lo menos me corrobora la posibilidad, ya leemos de otra manera al documento de Jaime Mirabilles, que es el que dice lo de las orgías. Por ahí no tenemos la certeza pero lo vemos como posibilidad. Vemos a Ramón Mercader subyugado por su madre, posiblemente se debe haber subyugado también por esta joven amiga, que era tan valerosa como su madre, tan atractiva sexualmente. Después sí supe que fueron amigos en la Unión Soviética, en los últimos años de ambos. Se visitaban.
— Una de las cosas especiales que hacía María Luisa, África, en el Uruguay tenía que ver con la búsqueda de documentos de identidad y en en eso fue una de esas mujeres que estaba en el círculo de tus padres quien terminó también colaborando con ella. Hablemos un poco de esa historia.
— Esa historia es genial. Y bueno, lo descubrí yo en Montevideo. Fue increíble. Gracias, por supuesto, a un equipo de amigos y de editorialistas, a un periodista uruguayo que se llama Fernando Barreiro y que investigó un montón. Hizo una sola nota en una revista llamada Tres, que debe haber durado pocos números, no se leyó tanto.
— Es de los 90 esa nota ¿no?
— De los 90, sí. Él hizo una investigación alucinante y habló con todos los amigos de mis padres. Porque cuando yo fui a Montevideo ya estaban muertos o con Alzheimer. Pero él pudo hablar con ellos y, a través de él, pude conectarme con los dos hijos de esta mujer que vos mencionás, ahí vamos. Cuando llega a Montevideo María Luisa empieza a hacerse amiga de este grupo de intelectuales que ya dijimos, se hace amiga de mis padres y otros, y también se hace amiga de una pareja en la que el marido era un historiador y la esposa, una bibliotecaria, dos personas muy cultas y muy modestas económicamente, que tenían una vida muy sacrificada. El marido era historiador y trabajaba dando clases nocturnas en un secundario. Y la esposa, bueno, era bibliotecaria, tomaba cursos porque tenía pasión por aprender, por la cultura. Era como una Beatriz Sarlo de las orillas. Muy adorable, Esther se llamaba ella. Y estaba muy conectada con España y con la Guerra Civil española y la causa de la República. Entonces, cuando los conoce, María Luisa detecta que ellos son una posibilidad. Entonces empieza a visitar a esta familia tan humilde que los fines de semana se dedicaban a lavar la ropa para la semana, con dos niñitos a los que tenían que educar y alimentar y que eran muy, muy limitados económicamente, sus comidas eran modestas. Ella llegaba con los grandes paquetes de masas del Oro del Rhin, con los lazos dorados, las mismas que nos traía a nosotros, que éramos también muy modestos económicamente. Por ahí llegaba con bandejas de dos kilos. O sea, no es que llevaba un cuarto de masas.
— Contás que además las dejaba discretamente apoyadas en algún lado.
— En los cumpleaños, sí. Ella era más grande que los amigos de nuestros padres. Entonces ellos aceptaban a esta señora española, viuda, que era medio conservadora. O sea, para nosotros era María Luisa la modista, el apellido de ella era “la modista”, no hablábamos de ella como María Luisa sino como María Luisa la modista. Ella estaba como en un rango más bajo que estos intelectuales, escritores, críticos de arte, pintores, actores. Bueno, entonces María Luisa cuando ve a esta familia, empieza a visitarlos con estas masas y también con cajas de ravioles frescos de la fábrica de pastas. Con vinos importados. Iba con Felisberto. Y esta familia estaba encantadísima de estas personas que se veían tan interesadas en ellos y los trataban de esa manera. Les hacían regalos a los niños, siempre cosas que ellos necesitaban. Por ahí llegaba con media docena de camisetas o media docena de medias para los niños. Cosas que realmente la familia necesitaba. Le traía cosméticos a Esther, que era coqueta pero no tenía medios como para poder comprarse cosas lindas y estar linda. Entonces estaban encantadísimos. Y les cuenta que ella estaba colaborando con los exiliados de la República y Esther, que era esta mujer muy joven y entusiasta, le dice inmediatamente que ella quiere colaborar. Entonces, María Luisa le propone ir juntas a los pueblos del interior del Uruguay, se toman el ómnibus Onda en el que mi padre viajaba e iba y venía a vernos, el mismo Onda, el mismo ómnibus, en la Plaza Cagancha (que cuando un adulto lo pronunciaba, los niños llorábamos de risa). Y la lleva en el ómnibus Onda a los pueblos del interior, más específicamente a los cementerios, a buscar tumbas de niños muertos cuyas edades coincidieran con las de los espías soviéticos, los supuestos republicanos que iban a venir a refugiarse en el Uruguay.
— Es fascinante cómo iban y buscaban en los cementerios y cómo trataba de conversar y hacerse amiga de familiares de niños muertos para averiguar la trama familiar, porque para tomar esa identidad era importante que hubiera la menor cantidad de familiares posible. Esta mujer que la acompañaba es quien dejó grabada una cinta con su testimonio, ¿verdad?
— Antes de morir, Esther grabó una cinta que se la entregó a Fernando Barreiro, que es el periodista uruguayo que mencioné, y él no llegó a incorporarla al artículo que escribió. Y él me la pasó, decíamos en chiste que era una operación de contrainteligencia porque él me la pasó por teléfono, yo estaba en Córdoba en el campo, en un lugar alejado. Y él me la pasaba por teléfono y yo la grababa. Y después, bueno, me mandó la desgrabación pero yo la cotejaba con la grabación. En esa cinta ella cuenta cosas impresionantes, muy impactantes. Porque al principio colaboró con la confección de las partidas de nacimiento. Una vez que descubrían las tumbas, iban a pedir a los Registros Civiles de los pueblos las partidas y después, bueno, confeccionaban los documentos para los rusos, soviéticos rubios de ojos azules de tres metros que se llamaban…
— Todos Tabaré, por ejemplo. (Risas)
— Claro, Tabaré o Wilson Gutiérrez.
— Ahora, hay algo que tiene que ver con esta mujer y es lo que llamás la primera muerte violenta en la política en el Uruguay. Otra es la muerte de uno de los maridos de María Luisa.
— Claro, porque en un momento Esther se dio cuenta de que esas partidas de nacimiento no iban para los españoles. Pero nunca se llegó a explicitar que estaban trabajando para la Unión Soviética. Sin embargo, había algo ahí que le decía que tenía que seguir trabajando. Pero no es que le pagaba un sueldo, de ninguna manera. Eran estas ayudas que María Luisa les hacía. Y el marido de ella, que era este profesor secundario, historiador, Arbelio Ramírez, también colaboró y uno de los hijos, al que encontré, bueno, uno está en un pueblo cercano en Brasil, cercano a Río de Janeiro, él me contó que cuando era niño fue con su padre y con el marido de María Luisa, que era otro agente, un marido posterior a Felisberto. Un agente italiano que había sido secretario de Palmiro Togliatti.
— Sí, de Togliatti. Increíble.
— Es increíble. O sea, lo que me fascina y me hace temblar de placer es que podés googlear a los personajes del libro y todos existen. Y algunos están vivos. O sea, los googleás y ahí están y podés ver su vida.
— Vos decís “Palmiro Togliatti”, una sabe que era secretario general del Partido Comunista Italiano. Y es muy fuerte que tantos nombres conocidos aparezcan ahí. Que aparezca Togliatti por un lado, el Colorado Ramos, que fue tu padre, por otro.
— El Che Guevara.
— El Che Guevara llevándose en el avión a esta mujer.
— Y el Che Guevara que va a dar una conferencia en Montevideo, en el Paraninfo, cuando fue el Che Guevara a la Conferencia de Punta del Este.
— Y cuando se encontró con el entonces presidente Frondizi.
— Se fue airado porque dio un discurso muy incendiario y se fue de la Conferencia de Punta del Este famosísima. Y se fue a dar una conferencia en Montevideo y aparece un simulacro de asesinato del Che en el cual aparentemente, por accidente, muere Arbelio Ramírez, el marido de Esther, este humilde profesor de historia. Y son sus hijos quienes me cuentan toda esta historia. Me la cuentan cada uno por separado; son como Caín y Abel, se odian, no se hablan desde hace años. ¿Y todo por qué? Por María Luisa. María Luisa está en el centro del drama de esta familia.
— Porque ellos sí fueron como los verdaderos ahijados de ella.
— Exacto. Ellos fueron los dos ahijados que ella crió. Uno de ellos estaba enamorado de ella. Sexualmente enamorado porque era el mayor y como fue una amistad de muchos años… Y el otro se consideraba el hijo. Cuando yo le pregunté: “¿qué te regaló a vos María Luisa cuando se fue, que a todos nos regaló algo?”, él se puso a llorar. Un hombre de 70 y pico de años con barba por acá, el pelo blanco por acá (N. de la R. hace gestos con las manos), y me dijo: ella me regaló la vida.
— Esas escenas son tremendas.
— Yo estaba en su casa de las afueras de Montevideo en unos terrenos donde hay unas casitas muy precarias que él alquila, donde vive con unos perros enormes.
— Como los que tenía María Luisa.
— Muy parecidos a los que tenía María Luisa y que él, este muchacho cuando era joven, este hombre, crió. Yo estaba ahí con él y me dijo todo esto, y el olor que había en la casa era muy pegajoso. Me fui con ese olor. Me bañaba y no se me iba. Era la historia de mi familia y un poco la historia del Uruguay porque la muerte del padre, que no la voy a develar acá, pero la muerte de este historiador uruguayo que se hizo célebre, hay una escuela tiene su nombre en Cuba, lo digo para que se llegue a dimensionar a lo que se llegó con esta muerte, con este asesinato. Hay en Cuba una escuela con el nombre Arbelio Ramírez, este asesinato en el cual María Luisa tiene un papel que me describieron estos hijos de Esther es, bueno, la historia del Uruguay, también.
— Sí, claro. Pero decíamos que está tu propia historia. Vos decías que, en realidad, te negabas a hablar de estas cosas, a hacer este libro. A veces hablabas del tema pero desde la literatura. Decías cosas como: tuve una madre feminista y yo me ponía a leer Mujercitas y las hermanas Brönte. Como que te ibas al siglo XIX, pienso, para no ver esa liberación que, de pronto, te proponía ver la vida de tu madre. Ustedes ignoraban o ellos hacían pasar por amistades relaciones que eran de otro tipo, amantes. Es muy interesante el modo en que vos, de pronto, decís que finalmente todos tenían doble vida, no sólo María Luisa tenía las valijas con doble fondo. Todos estos personajes que aparecen y que formaban parte del círculo de tus padres, tenían esa también doble vida y uno, de pronto, cuando ya está de vuelta de muchas cosas, las empieza a pensar de otro modo, ¿no?
— Totalmente. Y, además, cuando yo digo que ella beneficiaba a esta familia de los Ramírez con regalos, en realidad nos beneficiaba a todos. O sea, todo este grupo de amigos fuimos beneficiarios de la caridad de la KGB de alguna manera u otra. Por ejemplo, con que María Luisa cuidaba a los niños cuando se reunían todos estos intelectuales en la casa de uno de ellos. Se reunían, cenaban y después de la cena se quedaban tomando vino, tomando café, charlando hasta la madrugada, y los niños estaban en un dormitorio y todos charlaban y María Luisa ella decía que la política no le interesaba y se iba al dormitorio a cuidar a los niños porque ella decía que adoraba a los niños. Entonces, ellos un poco la apreciaban porque era una amiga genial pero a la vez la subestimaban un poco. Y hay una carta que yo publico en el libro –un fragmento, al principio y entera, al final–, que a mí me encanta, de uno de ellos, uno muy entrañable, muy hermoso, como un personaje de Scott Fitzgerald. Su hijo era amigo mío, muy cercano, y estuve con él ahora en el último viaje y en el anterior, también. Se llamaba Juan Fló, crítico de arte, también lo pueden googlear y es recontra conocidísimo.
— Alguien que hizo grandes investigaciones.
— Claro, sí, sí. Y además él, bueno, era filósofo. Y cuando se enteró de la verdad de María Luisa, él se sintió, todos se sintieron como estafados porque se dieron cuenta de que habían sido unos estúpidos. Unos soberbios. Que ellos se creían que eran tan inteligentes y que esta mujer a la que ellos subestimaban como la modista los había engañado completamente.
— Pero, al mismo tiempo, lo que aparece también es la idea de pensar ¿pero todo eso que nos daba como amor, no era amor? ¿Nos estaba usando? Y utilizás un término que usa (Emmanuel) Carrère en V13, que es su relato de lo que fueron los atentados en París ¿no? Usás una palabra que quiere decir: fingimiento.
— El fingimiento. Sí, pero esa sensación de que pudieron haber sido engañados no es del grupo intelectual porque María Luisa tenía por lo menos tres o cuatro grupos de amigos, que los tenía compartimentados, como la guerrilla. Unos no sabían de la existencia de otros, por eso fue tan difícil la investigación. Porque, por un lado, estábamos nosotros, que era el grupo como de los intelectuales. Por otro lado estaba la alta política, que eran personas vinculadas al presidente de la República, a distintos presidentes que hubo en Uruguay. Fueron muchos años, del 47, 48, hasta el 67. Fueron veinte años. Y, por otro lado, estaba la familia Ramírez, que no eran amigos nuestros, nosotros no los conocíamos, era gente más modesta. Económicamente éramos lo mismo, pero ellos eran profesores.
— Sí, se movían en distintos circuitos.
— Claro, distintos circuitos. Y después estaban otros que, de golpe, empiezan a aparecer personas que dicen: sí, María Luisa nos visitaba. O “mi hija se llama María Luisa por ella”. “Era la abuela de los chicos”. “Era la madrina”. Empiezan a aparecer familias enteras. O sea, los ahijados eran miles aunque los únicos verdaderos eran los hijos de los Ramírez. Pero estaba lleno de ahijados. Éramos muchos ahijados. Muchos éramos los niños de María Luisa.
— Durante esos 20 años, cada tanto desaparecía porque se iba de viaje y vos encontraste que en esos años, que supuestamente fueron los más plácidos de su vida, de plácidos mucho no tenían porque seguía trabajando.
— Claro, bueno, en esta carta de la que hablamos recién, Fló habla del “tiempo recuperado”. Él dice que siempre pensamos que el tiempo no se puede cambiar. Que no se puede modificar. Sin embargo, podemos modificar nuestra percepción de ese tiempo y, de alguna manera, lo estamos cambiando. Porque ellos estaban muy admirados por haber sido amigos de una mujer que había tenido una vida tan extraordinaria. Entonces, si bien estaban muy sorprendidos, también estaban admirados. Y la protegieron mucho. Porque cuando Fernando Barreiro los fue a entrevistar, ellos la cuidaban mucho en sus testimonios, como di porque de hubieran detectado que había algo de lo que no se podía hablar en la vida de María Luisa.
— Porque, claro, es una heroína con sus complejidades. Los héroes también pueden ser criminales.
— Claro, claro. Y, además, ellos mismos habían sido comunistas. Entonces no podían, digamos, desecharla por eso. Uno de ellos era el cónsul uruguayo en Génova, que después fue embajador. Él aparece en los papeles de Vasily Mitrokhin, que es el espía que develó todo esto, el gran archivista. Un espía que trabajaba en la KGB en Moscú y un día empezó a horrorizarse con los papelitos que contenían las historias que le llegaban de la KGB y entonces empezó a esconderlos en los zapatos y se los llevaba a una dacha que tenía en las afueras de Moscú y las guardaba en una lechera.
— Sabía que le iban a servir.
— Pensó que le iban a servir y como 30 o 40 años después le sirvieron. Huyó a Occidente cuando cayó el Muro de Berlín y los entregó y ahora están en Inglaterra, en Cambridge, y yo fui a buscarlos. Y ahí descubrí que, mientras estaba cuidándonos a nosotros en los dormitorios, cada tanto María Luisa paraba un ratito y se iba a Israel a montar un operativo.
— Y a reclutar nuevos espías.
— Y a reclutar, sí, que reclutó a Rosario Castellanos, escritora y embajadora mexicana en Israel.
— Es muy alucinante todo lo que tiene que ver con el personaje, sin dudas. Imagino que todo esto te debe haber removido muchísimo. ¿Sentís que te llega en un buen momento de tu vida poder revisar todo esto que, al mismo tiempo, es revisarte a vos en esos primeros años de la vida que son siempre tan fundacionales para lo que uno termina haciendo?
— Sí, sí, yo creo que sí. Es linda la pregunta. Yo creo que sí porque, por ahí, si hubiera sido más joven, en una época en la que estaba como más anti política o, digamos, más refractaria a los ideales y a las militancias de mis padres…
— Como eso que mencionás acerca de que tu padre viajaba y los veía solo una vez por mes porque “estaba haciendo la revolución”.
— Claro. Ahora lo veo con cariño, con ternura. Con cierta comprensión, ¿no? Y, bueno, finalmente le dediqué el libro a mi madre. Y de alguna manera me gusta la idea de pensar que lo escribí para acercarme a ella. Para revivir la infancia de esa Montevideo que fue hermosísima.
— Y en donde tu hermano y vos estaban solos con ella. Y contás un montón de cositas muy tiernas en relación a esos siete años ahí, ¿no?
— Sí. Ella nos hizo vivir una infancia muy poco convencional, digamos. Que ahora la veo con muchísimo amor y cariño y durante una época la juzgaba y me rebelaba contra eso.