Este sábado se celebró una nueva edición de La Noche de los Museos, el evento que cada año invita a recorrer de manera libre y gratuita más de 300 museos, espacios culturales y sitios históricos de la Ciudad de Buenos Aires y algunos puntos de la provincia. Entre las 19 y las 2 de la madrugada, la ciudad se transforma en un gran circuito cultural que reúne a miles de personas dispuestas a disfrutar del arte, la historia y el patrimonio porteño.
Media hora antes de que se abrieran las puertas del Malba, la fila ya se extendía hasta más allá de la plaza República del Perú, llegando casi hasta la calle Jerónimo Salguero: las personas estaban agrupadas en la explanada, algunas sentadas con mates en mano, otras fotografiando la fachada. El público era muy variado: parejas que aprovecharon la noche, familias con chicos, grupos de adolescentes y bandas de amigos conversando entre risas.

Mientras el reloj corría hacia el inicio, dentro del museo se veían los últimos preparativos: personal de sala y seguridad circulaban por los pasillos, dando indicaciones y repasando los lineamientos para la jornada. La consigna era clara: cuidar las obras y acompañar al público con amabilidad. “Estemos atentos a que la gente no toque las esculturas ni se acerque demasiado a las pinturas”, se escuchaba entre las indicaciones. También recordaban poner especial atención en las piezas más reconocidas del museo, como Manifestación, de Antonio Berni, o Abaporu, de Tarsila do Amaral, aquellas que suelen despertar mayor curiosidad.
Según informó la institución, en la primera hora ingresaron 1.400 personas. Entre la fila, Manuel (53 años) esperaba con su pareja: “Nunca habíamos venido al Malba. Nos pareció una buena oportunidad. No nos molesta hacer la cola; vinimos preparados con el mate”, contó. Unos metros más atrás, Julia, Agustina y Carla también aguardaban su turno: “Aprovechamos porque hoy es gratuito y nos pareció un buen plan para un sábado”, coincidieron. Quienes visitaron el Malba hoy pudieron aprovechar el último fin de semana de la exposición Ulises Beisso: Mi mundo privado.

Pasadas las siete de la tarde, la fila para ingresar al Museo Nacional de Bellas Artes ya bordeaba la avenida del Libertador. A esa hora, el movimiento era constante y el público, tan variado como en el resto del circuito: familias con chicos, grupos de amigos, turistas sorprendidos por la magnitud del evento. Entre el murmullo general, se escuchaba la voz de un nene que, apenas cruzó la puerta, le dijo a su abuela: “Hay muchas cosas para ver, ya estoy cansado”, a lo que ella, sin perder el paso, respondió entre risas: “Bueno, pero recién entramos”.
En una de las escaleras, tres chicos contaban que era la primera vez que visitaban el museo. Habían pasado la tarde tomando mate en la plaza frente al edificio y, al ver la cola, decidieron sumarse a la experiencia. “No venimos por una obra en particular, solo para pasear un rato”, decían, mientras observaban el flujo de gente que avanzaba hacia las salas principales.

También había varios visitantes extranjeros que se acercaron casi por azar. “No sabíamos que era la Noche de los Museos”, contó una pareja de turistas brasileños que estaba de paso por Buenos Aires y se enteró del evento al ver el movimiento en la puerta. “Entramos para conocer, y nos sorprendió la cantidad de gente”, agregaron.
En el Museo Nacional de Arte Decorativo, el ambiente era más relajado. A diferencia de los grandes flujos del Malba o el Bellas Artes, allí la gente se movía con calma, recorriendo las salas como quien pasea por una casa antigua. En la primera hora, según informaron desde la institución, ingresaron alrededor de 600 personas.
Muchas familias y grupos de amigos eligieron quedarse en los patios del museo, donde el clima templado acompañaba la espera de la presentación de una banda de jazz. Algunos se sentaron en los bancos o sobre el césped, otros charlaban mientras tomaban algo, rodeados por el perfume de las plantas y la iluminación cálida del jardín. El museo, que combina arte, arquitectura y vida cotidiana, ofrecía una pausa dentro del ritmo más vertiginoso de la noche porteña.
Entre ellos estaba Ana, de 42 años, con su hija de 12, que visitaban el museo por primera vez, el año pasado habían ido al Centro Cultural Recoleta. Habían armado un plan de noche: recorrer el museo y después cenar por la zona. “Me parece muy importante que se hagan este tipo de eventos —decía Ana—, porque permiten que la gente se acerque al arte, que aproveche la ciudad y viva la cultura”.
