La nostalgia menos pensada: canciones chiclosas fuera de contexto

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En la radio, en el súper, en el gimnasio, en los jingles publicitarios, en las redes sociales. Aquellas chiclosas canciones de los 80 nos siguen asaltando con sus sintetizadores chillones y sus cajas de ritmos como si el tiempo no hubiera pasado. Pero, ¿fue tan buena la música de esos años aparentemente dorados? Si uno se guiara por lo que se escucha en la ciudad de Santa María del Buen Ayre, tan dada a la nostalgia, parecería que excelente. El producto de una década prodigiosa digna de ser revisitada hasta el hartazgo.

Y otra pregunta: ¿Somos nosotros el blanco al que apunta esa añoranza? Presumiblemente sí, a los que crecimos escuchando esa música de los 80 y los 70 (y un poco también la de los 60). Y aunque viajar a la adolescencia a través de las canciones sea el truco que siempre funciona, para quienes la música significaba algo más que una melodía pegadiza, aquellos fueron años de claudicación. La “era del plástico” en la que la búsqueda de originalidad en el sonido o el esmero en escribir letras ingeniosas y con “mensaje” pasaron a un segundo plano, desplazados por la imagen.

The age of plastic fue, justamente, el nombre del álbum debut de una de las bandas que captó el zeitgeist como ninguna: The Buggles, creadores del mega hit “Video killed the radio star” (El video mató a la estrella de la radio). No casualmente, fue el grupo elegido para la transmisión inaugural de Music Television, el primer canal del mundo de música y videos las 24 horas, el 1° de agosto de 1981.

MTV se convirtió en el gran árbitro del éxito musical en el universo del pop que, de allí en más, dependería en gran medida de un buen videoclip. Michael Jackson o Madonna, entre muchos otros, construyeron su estrellato desde la pantalla y varios dinosaurios de las décadas previas tuvieron que aggiornarse para no desaparecer. ¿Y qué fue de la vida de los Buggles? Sacaron un segundo disco al año siguiente que fue un fracaso comercial y se disolvieron.

Fue también la era de Ronald Reagan y Margaret Thatcher como los líderes políticos conservadores que marcaron el rumbo del mundo; de la guerra de Malvinas, que forzó el regreso de la democracia al país y consagró al rock nacional; de la caída del muro de Berlín, la reaganomics, los yuppies con tiradores y de Francis Fukuyama y el fin de la historia que al final no fue el fin.

En Inglaterra, una canción y un grupo de esos que aún siguen sonando como en sus días de gloria, “Gold”, de Spandau Ballet, se convirtieron en símbolos del thatcherismo. El énfasis en el look, la ropa, el maquillaje y los raros peinados nuevos, fueron vistos como la expresión de los valores materialistas y aspiracionales de la época, para disgusto de los autores del tema, que en realidad integraban Red Wedge, un colectivo de músicos afines al laborismo unidos contra la Dama de Hierro, la figura política que más acciones y canciones -adversas- inspiró en la historia.

En Estados Unidos, con el guiño del reaganismo y el impulso de algunos telepredicadores evangelistas, nació, en 1985, la comisión parlamentaria Parents Music Resource Center (Centro de Recursos Musicales para Padres), que impulsó el parental advisory (aviso a los padres), etiquetado de las tapas de discos de rock con advertencias sobre el contenido explícito o supuestamente satánico de las canciones. Tan perjudiciales para los jóvenes como un paquete de cigarrillos.

Pero nada de eso nos llega hoy, 40 años después, a través de aquellas canciones, despojadas ya de contexto, espacio, lugar e historia. Poco importa si la mayoría de los subgéneros del rock y el pop ya se habían inventado entre los 50 y los 70 (¡hasta el tango electrónico!), si la única novedad musical era la que aportaba la tecnología o si en los 80 la rebeldía del rock ya era cosa del pasado. Ganó la nostalgia menos pensada.

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