La paradoja de la acción

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Nueve de cada diez ideas no llega a ser ejecutadas. De hecho, en el ámbito empresarial, se estima que solo entre el 1 y el 5% de las ideas iniciales llegan a implementarse debido a factores como falta de recursos, motivación, planificación o viabilidad.

La mayoría de las personas esperamos a comprender a la perfección el panorama general antes de actuar, con la falsa idea de que podemos anular toda incertidumbre antes de ponernos en marcha. Pero la certeza, al menos la certeza total, es un mito. Y en el contexto actual de novedad y disrupción constante aún más. La claridad solo llega con la acción. Sócrates decía “Saber no es lo mismo que hacer”, y aunque lo sabemos, no lo implementamos.

A esto Daniel Pink, economista especializado en comportamiento y best seller en libros de liderazgo y productividad, le llama la “paradoja de la acción”: planificamos demasiado porque creemos que reduce el riesgo, pero la inacción suele ser el riesgo más letal. Lo cierto es que nadie lo tiene todo resuelto, pero es una pequeña minoría la que acciona en la incertidumbre. La mayoría de la gente se queda estancada.

Uno de los principales sesgos en los que caemos presos es el de sobre pensar. Esto ocurre porque pensar mucho nos da la sensación de control, pero la inacción es el mayor riesgo. La claridad surge del movimiento: cada paso adelante refina el camino a seguir. “Debemos planificar lo suficiente para empezar y luego dejar que la acción sea nuestra mejor maestra. Actuar es una forma de planificar”, dice Pink. Porque cuando actuamos, aprendemos, nos adaptamos y descubrimos el camino a seguir. Además, sobre pensar suele generar otro sesgo negativo que es el de pensar lo peor. Al darle tantas vueltas al asunto, se cae en pensamientos catastróficos, que poco tiene que ver con la realidad. Y el segundo gran riesgo es el de esperar a las condiciones ideales: que todo sea perfecto, además de ser letal para la idea, es simplemente falso, porque no existe tal estado. Nunca están dadas las condiciones ideales completas para ponerse en marcha. El autor cita el ejemplo. “Nos decimos, bueno, quiero empezar un emprendimiento, tengo que escribir un largo plan de negocio, tengo que asegurarme de tener dos años de ahorros, tengo que hablar con 50 personas que ya lo hayan hecho, tengo que formarme. Si bien no son mala ideas en sí, nos empujan a sobre pensar y actuar poco”. Solo cuando actuamos descubrimos cosas, no hay que entender todo para empezar a ejecutar. Se trata de predisponernos a la acción. Empezar poco a poco, experimentar y adquirir, de esta manera, la claridad deseada a través de la práctica.

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