Comienzos de 1975, Bernardo de Irigoyen y Brasil, pleno barrio de Constitución en Buenos Aires. Un camión de exteriores camuflado lleva a un camarógrafo y a un director de fotografía abocados a la tarea de usar una cámara oculta para registrar el pulso vital de la calle, que en el caso de esta historia es esencial. En medio del hormigueo que es el barrio a esa hora, aparece Marilina Ross, con pantalones, el pelo rapado y la camiseta de Boca, vendiendo diarios entre los autos. Golpea ventanillas, se trepa a los colectivos, abre la puerta de algún taxi y muchos le compran porque nadie sabe que están filmando una película y ella está irreconocible. Marilina, tan compenetrada en su papel que hasta la detiene algún policía en la calle en medio del rodaje, es el vivo retrato de la Raulito, una leyenda en las tribunas de la cancha de Boca Juniors en una época en que el fútbol era “cosa de hombres”, una niña abandonada que se crio en la calle y decidió vestirse de varón porque “ellos reciben mejor trato“, una adolescente que luego se ganaba el pan lustrando zapatos o trabajando de canillita, que se pasó la vida entrando y saliendo de orfanatos, comisarías y neuropsiquiátricos, y tomando cerveza y fumando en las esquinas más sórdidas de Buenos Aires.
La Raulito fue la primera mujer hincha de tablón, la primera que se probó para jugar en Boca y también la primera barrabrava. Se vestía de varón pero abrió un mundo nuevo para las mujeres, pionera de las que hoy derraman pasión codo a codo con los hombres en todas las canchas del mundo. Tuvo una vida durísima, triste, conmovedora, con muchos momentos trágicos y pequeños instantes gloriosos. La película, que cuenta una parte fundamental de su historia, se estrenó en julio de 1975, hace ya 50 años.
Una trompada brutal
Su documento decía que se llamaba María Esther Duffau pero desde Lanús hasta Barracas, donde la conocía todo el mundo, la llamaban “La Raulito”, “La pelada” o “La rapada”. También la llamaban así en muchas cárceles y correccionales de Buenos Aires y el interior del país, porque entró y salió millones de veces. Y, por supuesto, en la cancha de Boca, el único lugar en el mundo que ella sintió como su “hogar”.
Nació el 23 de julio de 1933 en Villa Urquiza y de entrada nomás la vida le pegó una trompada brutal. Su mamá murió poco después del parto y su papá, alcohólico y golpeador, la abandonó en un asilo cuando tenía apenas seis años. Desamparada para siempre, se escapó poco después y desde entonces no paró. Pasó la adolescencia en distintas cárceles y reformatorios; cuando lograba escaparse, y antes de que volvieran a detenerla, vivía en la calle, dormía en zaguanes, galpones y estaciones de tren de los barrios del sur de la ciudad, y de día se las rebuscaba como lustrabotas, canillita o abriendo las puertas de los taxis en Constitución. Ahí fue que empezó a vestirse de varón para no tener problemas en la calle. “Me visto de hombre —le dijo años después a Marilina Ross— para defenderme… No quiero ser varón, pero tampoco quiero ser mujer”.
La Raulito nunca fue una delincuente declarada, pero andaba en las orillas. Tuvo algunas causas menores, se le plantaba a la autoridad y jugaba al límite. Cuentan que una vez entró a un bar y como no le quisieron vender un sándwich por su aspecto aunque tenía plata para pagarlo, rompió todo lo que había en la barra. Otra vez encerró a un juez en su despacho para que entendiera lo que se sentía viviendo en la cárcel y varias veces se agarró a piñas en los baños de hombres de los bares de Constitución. También rompió alguna vidriera para robarse un abrigo o una camiseta de Boca.
Su único refugio fue siempre el fútbol. Sorprendentemente habilidosa, pasaba horas jugando en cualquier potrero con otros pibes de la calle (los únicos que sabían que no era varón) y soñaba con jugar en Boca y en la Selección. Seguramente lo habría logrado en el fútbol femenino si hubiera nacido unas décadas más tarde. Gracias al disfraz de varón logró probarse en Boca pero no quedó y entonces, ya que el destino no la había hecho “macho” para jugar en la primera como Maradona, se convirtió en la hincha de Boca más fanática de la historia: no se perdía un partido ni muerta, gritaba los goles como una posesa, insultaba como nadie a los árbitros y odiaba con toda su alma a River, sus jugadores y sus hinchas.
Con el tiempo, y más aún después del éxito que tuvo la película, la Raulito se convirtió en una institución de Boca Juniors. En la década del 60 estaba internada en el Moyano y se escapaba todo el tiempo para ir a la cancha y a las prácticas, así que al poco tiempo, gracias a su fama en ascenso, le pusieron un auto que la buscaba, la trasladaba a La Boca o a La Candela (donde entrenaban las inferiores) y luego la llevaban de regreso. Por esta época empezó a hacerse amiga de varios jugadores y dirigentes y poco después, mientras se volvía cada vez más popular, le empezaron a pedir autógrafos en la calle.
Para ella, el mejor día de su vida fue sin dudas el 13 de julio de 1980. Boca y Estudiantes se enfrentaron en la segunda rueda del torneo Metropolitano y Boca ganó 2 a 0, pero lo que todo el mundo recuerda de esa tarde es que en un momento en que el árbitro había detenido el partido, la Raulito saltó de la tribuna, se metió en el campo de juego, tomó la pelota y con un derechazo la clavó en el arco contrario. La ovacionó La Bombonera entera. Y, aunque la corrió la policía y terminó detenida, esa tarde la Raulito fue totalmente feliz.
La primera barrabrava
En sus buenos tiempos, la Raulito era una celebridad en el club. Tenía libre acceso a las prácticas y a los asados del plantel. Recibía todo el tiempo camisetas y regalos de los jugadores. Se sacaba fotos con cada nueva estrella que llegaba al club. En un mundo futbolero que les pertenecía casi en exclusiva a los hombres, ella y la gorda Matosas en River tenían un lugar de privilegio en las barras y seguían a sus equipos por las canchas de todo el país como dos fanáticos más.
Recordemos que en aquellos lejanos 70 y también mucho más acá en el tiempo, las pocas mujeres que se atrevían a ir a la cancha de Boca se sentaban todas juntas en uno de los codos de las plateas bajas del estadio: recién entrados los 90 las tribunas pasaron a ser mixtas. Lo mismo pasaba en River, donde había un palco de damas ubicado detrás de un arco: Antonio Carrizo, arquero legendario del club, tenía la costumbre de levantar la mano y saludar hacia el sector femenino apenas se acomodaba en el arco. Parece increíble visto desde hoy, pero en las canchas lo máximo que se podía esperar era que hubiera un diminuto sector exclusivo para damas y aun así se atrevían a llenarlo muy pocas. Ni hablar de las poquísimas que se animaban a patear la pelota. Eso sí, cuando alguna nena osaba jugar al fútbol con los varones, nunca faltaba alguno que dijera con una sonrisa sarcástica: “¡Mirala a la Raulito!”… Has recorrido un largo camino, muchacha.
Pasó el tiempo y todo iría cambiando. En los 90, la Raulito salió definitivamente del Moyano y fue derivada al Hogar de ancianos Guillermo Rawson, donde se quedó para siempre. Fue, a pesar de todo, una buena época para ella. Igual que a lo largo de toda su vida, no tenía nada pero tenía todo lo que quería. Los hinchas de Boca le llenaban la habitación de regalos, los jugadores le enviaban camisetas firmadas, Susana Giménez le regaló un televisor para ver los partidos cuando no podía ir a la cancha, Marilina Ross le regaló una radiocasetera… Las salidas autorizadas las usaba para ir a ver partidos a La Bombonera, comer asados en el predio de Boca o recorrer las instalaciones del club para encontrarse con jugadores o dirigentes.
A partir del 2000 la salud le empezó a pasar factura. Podía ir a la cancha cada vez menos y finalmente no fue más. En diciembre de 2000, Guillermo Barros Schelotto y Rodrigo Palacio le donaron una parcela en el cementerio temático de Boca Juniors, en una ceremonia a la que la Raulito acudió en una silla de ruedas envuelta en la bandera xeneize. En 2007 sufrió una rotura de cadera por una caída, y la última vez que necesitó una donación de sangre puso como requisito que los donantes fueran hinchas de Boca.
La Raulito murió el 30 de abril de 2008, a los 74 años. La habían internado en el Hospital Argerich unos días antes por “una descompensación generalizada”. Sus restos fueron velados en el hall central del estadio y sepultados en esa parcela que le habían donado en el cementerio de Boca.
El mismo día de su muerte jugaron Boca y Cruzeiro en La Bombonera. Se hizo un minuto de silencio en su honor y los jugadores llevaron un brazalete de luto. En la tribuna se colgó una bandera donde se leía “La Raulito, desde alguna estrella”. Y esa noche el equipo le hizo el mejor regalo del mundo especialmente dedicado a ella: Boca ganó 2 a 1.
Un perrito callejero
María Esther Duffau tenía 41 años y estaba internada en el Borda, en la sección “encausados”, cuando Marilina Ross logró convencer al director Lautaro Murúa para que hiciera una película con esta historia. Marilina, en realidad, ya había interpretado a la Raulito en televisión en 1970, para el ciclo Cosa juzgada. El episodio se llamaba “Nadie” y para la actriz representó uno de los mejores papeles de su vida: “Ese personaje —declaraba Marilina en ese entonces a la revista Redacción— es el que más felicidad me dio en mi carrera profesional. Por encima de todos mis demás trabajos. Desde entonces pensé e insistí en que había que llevarla al cine. Al final lo conseguí”.
Esa primera versión televisiva tuvo como guionista a Juan Carlos Gené, sobre una investigación de la escritora Martha Mercader, que fue quien descubrió al personaje. Para la adaptación cinematográfica, Lautaro Murúa —por entonces ya actor consagrado y probado director con películas como Shunko, Alias Gardelito y Un guapo del 900— recurrió a José María Paolantonio, quien entrevistó muchas veces a la Raulito en su encierro. Sobre este personaje, que se transformó casi en una obsesión, decía Murúa: “Todo respira una honda verdad y creo haber logrado una profunda relación entre la Raulito y la ciudad, que es la coprotagonista de la película. Pienso que la Raulito es un personaje universal, que se da en Buenos Aires como en Moscú, Nueva York o Pekín. Es una triste secreción de la sociedad contemporánea, casos que ocurren. En relación a mi obra anterior, podría ser un pariente lejano de Gardelito”.
La filmación de La Raulito comenzó el 18 de noviembre de 1974 en Miramar, donde se rodó la desgarradora escena final, con una Raulito agotada, llevando en brazos a Medio Pollo, su protegida, esa niña que es un poco ella misma, y una pelota, la costa, el mar inmenso y toda la soledad y el desamparo del mundo. La película entera es una crónica descarnada de lo que fue en verdad la vida de la Raulito, su paso por hospicios y calabozos, sus vínculos con la calle y sus personajes, una relación con un repartidor de diarios que parece una llamita de esperanza pero no, termina mal, y el trasfondo tan argentino de la pasión por Boca y el fútbol…
La película se estrenó en julio de 1975 y fue un éxito de crítica y espectadores, tanto en el país como en el resto de América. En 1977, con Marilina Ross y Lautaro Murúa exiliados en España, se rodó allí La Raulito en Libertad, que funciona como continuación y epílogo de la historia de esta mujer extraña, dramática, a veces víctima y otras pionera, una mujer que nació con un cuerpo y un tiempo equivocados y ofrendó su vida a los colores de una camiseta.
Así la describía Marilina Ross en ese reportaje a la revista Redacción poco antes del estreno de La Raulito: “La siento como un perrito callejero que se acerca a quien le da pan, cariño, y la acompaña dos cuadras. Busca un lugar que sea de ella, una familia, un hogar. La siento como prestada, como si siempre estuviera de más… No hay lugar para la Raulito, ni lo va a haber”.