La soledad no deseada se cierne sobre las personas con discapacidad: una de cada dos la sufre

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Una de cada dos personas con discapacidad sufre soledad no deseada. En concreto, se trata del 50,6 % frente al 15,8 % de quienes no tienen discapacidad. Además, la sensación es más duradera que la del resto de la población: en el 73 % se prolonga durante más de tres años, según el informe ‘Estudio sobre discapacidad y soledad no deseada en España’ publicado este miércoles.

El informe, realizado por el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES) y presentado en la Fundación ONCE, muestra que la soledad en las personas con discapacidad está más cronificada. No obstante, no afecta de forma desigual según el tipo de discapacidad. Las personas con discapacidades relacionadas con las interacciones y relaciones personales presentan la mayor prevalencia (79,2%), seguidas de cerca por quienes tienen dificultades de comunicación (77%). También destaca la situación de quienes sufren discapacidad por salud mental, con un 65,2% de prevalencia, y de quienes enfrentan dificultades en el aprendizaje y el desarrollo de tareas (67%). En el extremo opuesto, las personas con discapacidad visual (52,5%) y las asociadas a la vida doméstica (52,3%) registran los valores más bajos dentro del colectivo.

Más soledad en mujeres, jóvenes y en grandes ciudades

El género y la edad son factores que modulan la sensación. El 54,3% de las mujeres con discapacidad declara sentirse sola, frente al 45,7% de los hombres. La diferencia de género es más acusada en este grupo que en la población sin discapacidad, donde apenas supera los dos puntos porcentuales. Por tramos de edad, la soledad no deseada se dispara entre los jóvenes de 18 a 29 años (65,7%) y las personas mayores de 65 años (64,1%), replicando el patrón en forma de U observado en la población general, pero con valores mucho más elevados.

La cronificación de la soledad es una de las características más alarmantes del fenómeno. Mientras que en la población sin discapacidad el 56% de quienes sufren soledad llevan más de tres años en esa situación, entre las personas con discapacidad este porcentaje asciende al 73,6%. Además, sólo el 8,5% de quienes sufren soledad en este colectivo la experimentan desde hace menos de seis meses. La persistencia del problema se traduce en una mayor dificultad para superarlo: el 67,5% de las personas con discapacidad han experimentado soledad en algún momento de su vida, frente al 47,6% de las personas sin discapacidad.

La soledad no deseada

Qué hay detrás de la soledad

“Las prevalencias son mayores si además no tiene empleo, no llega a fin de mes, si sus estudios fueron interrumpidos, si la salud es frágil, si tiene problemas de salud mental, si vive solo, si es mujer con discapacidad o si no se siente cómodo pidiendo ayuda”, ha explicado la presidenta del Observatorio SoledadES, Matilde Fernández, durante la presentación del informe.

El estudio identifica una serie de factores que inciden directamente en la prevalencia y cronificación de la soledad. La cantidad y calidad de las relaciones familiares y de amistad son determinantes: el 56,3% de quienes se sienten solos tienen menos relaciones familiares de las que desean, y el 69% menos amistades de las que querrían. La calidad de las relaciones también marca la diferencia: el 53,5% de las personas con discapacidad que sufren soledad consideran que la calidad de sus relaciones familiares es mala o regular, frente al 21,2% entre quienes no la sufren. Además, el 12,9% de quienes experimentan soledad no cuentan con apoyo en caso de necesidad, casi el doble que entre quienes no se sienten solos (7,3%).

La brecha digital es otro obstáculo. En 2023, el 70,6% de las personas con discapacidad experimentaron dificultades para utilizar tecnologías de la información y la comunicación debido a su discapacidad, una proporción que se eleva al 73,8% entre las mujeres. A pesar de estas barreras, el 55,3% de las personas con discapacidad considera que la tecnología puede generar compañía. Sin embargo, el contacto presencial sigue siendo un factor protector: el 78% de quienes no sufren soledad se relacionan presencialmente con sus familiares, frente al 62,5% de quienes sí la sufren. Entre quienes se sienten solos, el 37,5% mantiene relaciones familiares principalmente online o a distancia, y el 47,7% lo hace con sus amistades.

La vulnerabilidad social, medida a través del empleo y la pobreza, agrava la situación. El 65,8% de las personas con discapacidad desempleadas sufren soledad, frente al 46,6% de quienes están ocupadas. El desempleo es, por tanto, un factor de riesgo relevante. La pobreza también incrementa la prevalencia: el 57,8% de quienes tienen dificultades económicas experimentan soledad, frente al 42,2% de quienes llegan a fin de mes con facilidad. Entre las mujeres con discapacidad inactivas, la prevalencia de soledad alcanza el 56,3%, 17 puntos más que entre los hombres en la misma situación. El tipo de hogar es otro factor clave. El 59,1% de las personas con discapacidad que viven solas sufren soledad, frente al 47,8% de quienes viven acompañadas. La diferencia se acentúa entre quienes viven solos de forma involuntaria: el 78,2% experimenta soledad, frente al 44,4% de quienes eligen vivir solos.

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