Nada menos que el testamento musical de Richard Strauss. Una despedida en paz. Eso representan las Cuatro últimas canciones que el genio bávaro del poema sinfónico, uno de los compositores más inspirados de todos los tiempos, escribió al final de sus días durante su retiro suizo en 1948, devastado por la destrucción de la Segunda Guerra. Pero no llegó al estreno de esta música que compuso como conclusión de todo, con un mensaje de bondad y gratitud. Tres primeras canciones sobre textos de Hermann Hesse, su gran amigo: Primavera, Septiembre (que alude al otoño) y A la hora de dormir. Más una cuarta —En el ocaso— del poeta romántico Joseph von Eichendorff (favorito desde Mendelssohn y Schumann hasta Zemlinsky), anterior a las de Hesse, agregada por su editor para completar el ciclo en un recorrido de la existencia a través de la naturaleza.
“¡Descansemos del camino, que el día oscurece! Dejemos a las alondras partir en paz”, dice esta composición, considerada no solo una cumbre del repertorio postromántico para soprano y orquesta sino sobre todo, y precisamente por la cita de una obra de juventud —Muerte y transfiguración—, el motivo musical perfecto para cerrar un círculo de vida y obra.
Las canciones fueron estrenadas por una dupla legendaria: Kirsten Flagstad y Wilhelm Furtwängler, en Londres, 1950. El sábado 6 de septiembre, junto a la Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Zoe Zeniodi, la brillante soprano Carla Filipcic-Holm — protagonista ideal del mundo straussiano por la belleza de su voz y la conmovedora densidad de sus interpretaciones— dará cuerpo y alma a uno de los legados más sublimes de la historia de la música. “Una música que nos lleva a un estado de reflexión existencial —describe la cantante, en diálogo con LA NACION— donde hay más preguntas que respuestas”.
-¿Qué representan en tu trayectoria estas canciones de Strauss?
-Algo especial, porque las trabajé durante todo un año becada con Siegfried Jerusalem [el mundialmente reconocido tenor wagneriano]. Cuando comencé a estudiarlas, me resultaban de una dificultad inabordable, pero desmenuzamos compás por compás, hicimos un trabajo técnico importante y aprendí una manera diferente de entender la voz y el canto que tiene que ver con hablar el alemán (no solo conocer el estilo, significado de las palabras y su fonética, sino hablar el idioma). Con esta obra inmensa obtuve la puntuación más alta del examen, con lo cual gané otro año de beca en Alemania. Un regalo que le debo a estas canciones por las que siento un amor extraordinario.
-Hablás de una dificultad inabordable ¿cuál es la mayor exigencia?
-Desarrollar una enorme comodidad en la tesitura que permita sostener notas largas y agudas sin esfuerzo. Porque si bien la partitura está escrita para que la voz se despegue, también se tiene que fundir en los colores orquestales y hay que estar cómodo en la tesitura para concentrarse en ese juego tímbrico donde se explora no solo la belleza de cada nota, sino también sus resonancias, texturas, vibratos y dinámicas.
Una mirada melancólica, pero optimista
-¿Y con respecto al contenido?
-Esta es una de esas obras en que, cuanta más vida se haya atravesado, más capas y profundidades de significados se comprenden. Son canciones de una placidez infinita. Dulces, pacíficas. Técnicamente cuesta conseguir esa sensación: transmitir serenidad, permanecer en la quietud, bajar las pulsaciones, controlar que el aire esté calmo, ofrecer una mirada melancólica pero optimista recordando con gratitud lo que se ha vivido. Hay un contraste entre la música y la poesía ya que el texto no tiene la grandilocuencia de la orquesta y marcarlo es un desafío.
-¿Alguna demanda para con la orquesta?
-Siempre pido permiso para transmitirles a los músicos que me siento privilegiada por la dicha de cantar esta obra, que en un mundo de oportunidades escasas, me siento bendecida.
-¿Qué requerimientos son esenciales en esa fusión de la voz con la orquesta, tan propia en Strauss?
-Está todo escrito y resuelto, pero hay frases muy largas, en las que puede ser necesaria una respiración extra. Tener un plan B con tempos menos lentos para las obras en las que se está al borde del aire. Es importante resaltar que la batuta tiene que ir por delante, porque si el director te espera, surgen problemas. A diferencia de otros lenguajes musicales donde hay espacio para el diálogo, aquí la batuta tiene que estar decidida a ser como un mar por donde va navegando la voz. Si por el contrario, el director busca adaptar el fraseo a lo que hace el cantante, se pierde esa sensación de que la voz está siendo arrastrada, de que se sube holgadamente a navegar por sobre las olas de la orquesta. Es importante ir juntos, pero si el director espera al cantante, el tempo se desmorona y el clima se rompe por completo. La orquesta por delante y la voz montada sobre su inercia.
-¿Qué papel juegan las emociones en la interpretación?
-Las evito. No hay lugar para la emoción propia. Sí en una instancia previa hay que enamorarse perdidamente, pero en la ejecución uno no puede abandonarse a los sentimientos o a disfrutar de la belleza, porque pasan cosas en el escenario y hay que estar alerta para reaccionar.
-Si bien el orden de las canciones no fue dado por Strauss, que ni siquiera las pensó como ciclo, menos aún En el ocaso como cierre, la obra termina con el interrogante de ese poema: ¿Y si es esto la muerte? Una paz profunda como la puesta del sol…
-Esa frase del final me viene a la mente en muchas situaciones porque el poeta compara la serenidad con la felicidad extrema. Es como el tiempo en El caballero de la rosa: qué es la vida y qué es la muerte. Aquí habla de la primavera y el otoño, de los procesos de la naturaleza, los ciclos, la transfiguración, lo que no muere, lo que da lugar a otra cosa. Me encanta Septiembre por la fragilidad y sencillez de esa sonoridad que nos arrulla. Disfruto de cantar los sonidos despojados de esa canción, a diferencia de las otras que necesitan más sonido. ¡Y es increíble cómo Strauss tiene la habilidad de encontrarle el color a la emoción sobre la cual escribe! algo de muy humano y contemplativo en su música como en la de ningún otro. Por eso nos toca el alma y nos deja más preguntas que respuestas, porque nos lleva a un estado de reflexión existencial, porque su música es como cuando las nubes se abren y entra un rayo de sol. Algo profundamente sereno y pacífico que pone en perspectiva nuestra vida frente a algo más grande y trascendente, algo de la naturaleza que nos deja en paz con la experiencia de vivir y envejecer.
Para agendar
11º Concierto de Abono “Eternidades íntimas”. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Dirección: Zoe Zeniodi. Solista: Carla Filipcic Holm (soprano). Programa: Leoš Janáček (Adagio para orquesta en re menor), Franz Schubert (Sinfonía nº 8 en si menor, D. 759 “Inconclusa”), Valentin Silvestrov (Hymn 2001) Richard Strauss (Cuatro últimas canciones: Primavera. Septiembre. A la hora de dormir. En el crepúsculo). Función: sábado 6 de septiembre, a las 20. En el Teatro Colón (Libertad 621).