NUEVA YORK.— El pasado fin de semana tuve un respiro de toda la oscuridad y perdición terrenales de nuestro tiempo, cuando la vergüenza reapareció por fin como un foco dorado en el escenario mundial. Andy Byron, director ejecutivo de Astronomer, una empresa de infraestructura de datos poco conocida hasta ese entonces, renunció a su trabajo. No es que me complazca que alguien se vea obligado a dimitir, pero había algo refrescante en saber que alguien, en algún lugar, asumía la responsabilidad de sus actos, aunque probablemente no tuviera elección.
Para quienes no suelen inmiscuirse en asuntos ajenos, la “cámara de besos” en un concierto de Coldplay la semana pasada captó a Byron abrazando felizmente por detrás a Kristin Cabot, la jefa de recursos humanos de la empresa. Byron está casado, pero no con Cabot. No es que esto sea de nuestra incumbencia: son adultos que consintieron sus acciones y la sabiduría común del mundo en el que crecí era que este tipo de cosas deberían quedar entre las personas relacionadas y sus familias.
A menos, bueno, que sea un poco asunto nuestro, o ciertamente de Astronomer, ya que se supone que los directores ejecutivos y los jefes de recursos humanos no deben mantener relaciones románticas clandestinas según las reglas del juego y, al parecer, de su propia empresa.
Pensaba que el lodo tóxico de la desfachatez —ese hijo predilecto de Donald Trump e internet— había aniquilado la anticuada noción de la humillación, pero me equivoqué. Algo así como cuando pensé que habíamos terminado con el sarampión cuando la Organización Mundial de la Salud declaró que la enfermedad fue erradicada en Estados Unidos en el año 2000.
El regreso de la vergüenza
Nunca pensé que me alegraría de ver que la vergüenza como concepto, al menos, regresaría de entre los muertos.
Pero en la era de Trump, genera un inusual alivio ver cómo dos conciudadanos se dan cuenta de que han hecho algo imprudente e inapropiado, y no fingen que no tenían nada que ocultar. En lugar de eso, hicieron todo lo posible por desaparecer. (Al fin y al cabo, Cabot se tapó la cara con las manos).
Espero que se conviertan en una especie de héroes populares en esta época de absoluto descaro, en la que la Cámara de Representantes y el Senado votan a favor de cosas que la mayoría de los estadounidenses saben que están mal, como recortar la financiación de Medicaid y de los programas de asistencia alimentaria. Evidentemente, a estos líderes no les importa. ¿Por qué? ¿Porque le tienen miedo al presidente, o simplemente porque no quieren renunciar a su minúsculo trozo de poder? (Aunque cabe preguntar, ¿cuán poderosa es una persona que sigue desvergonzadamente a Trump?).
Parecen ser actos de obediencia ignorante por parte de personas que solían ser inteligentes (por ejemplo, Lisa Murkowski, Lindsey Graham y Bill Cassidy). Tal vez tengan miedo de perder su seguro médico, que viene con sus empleos, mientras se deshacen alegremente del seguro de más de 11 millones de estadounidenses estimados para 2034, según la Oficina Presupuestaria del Congreso. Este tipo de legislación es intrínsecamente vergonzosa.
Todos deberíamos celebrar a Byron, quien tuvo el instinto de arrodillarse y huir como solían hacer los delincuentes, en la vida real y en las películas, y finalmente dimitir ante sus transgresiones (es con ustedes: Pete Hegseth, Kash Patel y Clarence Thomas).
Richard Nixon dimitió, aunque lo hizo cuando no tuvo más remedio, y no fue declarado culpable de 34 delitos graves de falsificación de registros comerciales. Tampoco fue declarado responsable en un juzgado civil por abusar sexualmente de una mujer, y luego responsable de difamarla, por lo que se le concedieron 83,3 millones de dólares por daños y perjuicios, ni tuvo al menos otras 25 mujeres que lo acusaran de conducta sexual inapropiada. Tampoco fue amigo del rey de la pedofilia, Jeffrey Epstein, al menos lo suficiente como para enviarle una nota de cumpleaños obscena y el dibujo de una mujer desnuda utilizando una floritura al estilo de Al Hirschfeld, firmando con su nombre de pila en lugar de su vello púbico (Trump ha negado ampliamente las acusaciones de mala conducta y dice que no escribió la nota dirigida a Epstein).
Debería sentir vergüenza de sí mismo.
Por Helen Schulman
*Es autora del nuevo libro de relatos Fools for Love