Durante mucho tiempo, el sector pesquero ha sido observado bajo un lente crítico, acusándolo como el causante de sobreexplotación, contaminación o conflictos por el uso de los recursos hidrobiológicos. Sin embargo, hay otra historia que está empezando a escribirse desde dentro. Una menos visible, pero más transformadora, y es la de las empresas que han decidido mirar su impacto más allá de los barcos, llevando a la sostenibilidad hasta la base de su cadena de valor.
En el último año, la empresa pesquera Austral Group S.A.A. puso en marcha un programa de formación y acompañamiento dirigido a 163 pequeñas y medianas empresas proveedoras y armadores. Los resultados fueron notables: más del 90% implementó políticas ambientales, 151 desarrollaron planes de gestión y 96 se inscribieron en la plataforma Huella de Carbono Perú del Ministerio del Ambiente. Algunas incluso alcanzaron su primera o segunda “estrella” de carbono, una distinción que valida la medición y verificación de sus emisiones, algo poco común en negocios de pequeña escala —y todavía más en el sector pesquero.
Pero detrás de esas cifras hay un enfoque que vale la pena mirar de cerca. El programa se basó en una metodología de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), adaptada a la realidad peruana y centrada en criterios ASG (ambientales, sociales y de gobernanza). Más que un proceso de auditoría, fue un ejercicio de aprendizaje y profesionalización, diseñado para fortalecer capacidades y promover una gestión sostenible dentro de toda la cadena de valor pesquera empresarial.
Lo más interesante, sin embargo, fue la diversidad de los actores involucrados, desde microempresas hasta armadores pesqueros, muchos de ellos negocios familiares que hoy están siendo asumidos por una nueva generación. Hijos que regresan de la universidad con una mirada moderna y visión empresarial con criterios ambientales, y que empiezan a transformar la manera de gestionar la pesca. Ese relevo generacional no solo trae nuevas herramientas y formación, sino también una nueva cultura, más abierta a la sostenibilidad y a la profesionalización de sus propias operaciones.
No se trata de un caso aislado. Empresas como TASA o Pesquera Diamante también han desarrollado programas similares de formación, reducción de huella de carbono y certificación ambiental, mientras que Camposol y Copeinca han incorporado políticas de compras sostenibles y trazabilidad social en sus cadenas. Esta tendencia refleja un cambio profundo en la lógica de la industria.
Asimismo, los programas de desarrollo de proveedores en el sector pesquero tienen un valor adicional. A diferencia de otros sectores industriales, en el sector pesquero la cadena de suministro está estrechamente ligada al territorio, a las caletas y a las familias que dependen del mar. Profesionalizar esa red —darle herramientas, medir su impacto y mejorar sus condiciones— significa también fortalecer la sostenibilidad social y económica de las comunidades costeras.
Por eso, más que un ejercicio de responsabilidad corporativa, estos programas son una estrategia de competitividad y resiliencia. En un contexto global donde los mercados exigen cada vez más trazabilidad ambiental, los proveedores sostenibles se convierten en una ventaja estratégica. Lo que empezó como un esfuerzo interno se está convirtiendo en un modelo a seguir, un estándar peruano de gestión sostenible que otros sectores podrían adoptar.
El sector pesquero peruano tiene aún camino por perfeccionar, pero también mucho por mostrar. No solo captura y transforma recursos, hoy está empezando a formar talentos, apuesta por una industria que fomenta la reducción de emisiones y empodera a los pequeños actores que sostienen el sector. Esa es la historia que merece contarse porque demuestra que el cambio es posible cuando se asume la sostenibilidad como un valor, decisión que se toma con convicción y no por obligación.