El juego siempre da revancha, se dice como una frase hecha, que sin embargo nos gusta repetirnos cuando las cosas no salen. Entre secuencia y secuencia de juego, en el primer tiempo, cuando los jugadores toman agua, los Pumas parecían decirse eso. No podría afirmarlo, claro, porque no podemos escuchar por ahora lo que pasa en esos momentos dramáticos del juego, donde la mente cabalga desbocada entre pensamientos de fastidio, frustración y confusión.
Los mejores jugadores y equipos son esos que ahí, en esos pequeños lapsos de tiempo, pueden tener conversaciones con cierta calma para traer claridad. Son los que jamás sacan conclusiones apresuradas, como hacemos los televidentes sentados en el sillón. Ellos confían en lo que pueden hacer. Ése es el verdadero secreto del deporte: El juego interno.
Tres tries abajo estaban los Pumas. No había obtención. En dos quiebres Escocia había conseguido que Mallía se fuera diez minutos en penitencia a la silla que está en la mitad de la cancha, y un try de su octavo Dempsey que vino de un ataque arriba de Russel con opciones. Después Ashman, quien era una amenaza permanente en ataque cada vez que recibía lanzado por su número nueve cerca del ruck, marcó en dos oportunidades.
En los cuerpos de los Pumas se veía algo de frustración. En sus acciones también. La obtención era prácticamente nula. Y en las ocasiones que tuvo entradas a 22 ni siquiera pudo tener posesión clara como para amagar con sumar puntos. Tampoco podía hacerlo con el pie con los penales que tuvo Juan Cruz Mallía. Murrayfield, el centenario estadio escocés, parecía una heladera con su clima congelado. Podría decir que ese clima era una metáfora del funcionamiento táctico de los Pumas. Además, Escocia era un equipo fervoroso, que atacaba verticalmente, y defendía de pie ocupando todo el ancho de la cancha sin dejar espacios. Los quiebres de Argentina también estaban frizados.
En la última media hora la conversación, esa que imaginamos tenían los Pumas en cada ronda para tomar agua, empezó a cobrar cierta forma en el juego. Cinco cambios al mismo tiempo -Coria Marchetti, Gallo, Moyano y Matera- trajeron calor para empezar a cocinar un juego vertical y de posesión. De hecho, por esto último los Pumas comenzaron a ganar terreno en el juego. Prácticamente y con buen sentido táctico usaron poco el pie. El partido pasaba por acelerar en los pequeños espacios entre defensores y jugar con apoyos para dar continuidad directa detrás de la defensa. Una vez dentro de los 22 metros escoceses el juego se agrupaba para avanzar sin pase (uno como mucho) para ganar de a centímetros terreno hacia la línea final, y confianza al objetivo mayor. Primero Montoya, después Isgró y Rubiolo concretaron dichas acciones.
Un penal de Russel antes del tercer try argentino no pudo revertir la temperatura ni las tendencias del juego. Era cada vez más real la posibilidad de hacer realidad lo hablado en esas conversaciones entre los jugadores.
En el juego desordenado, hemos visto con abundante evidencia en los últimos tiempos, los Pumas son uno de los equipos más peligrosos. A eso agreguemos la tenacidad para insistir una y otra vez con cada posesión. Por eso, en el segundo tiempo, los espacios que no existían en el primero empezaron a aparecer. Una de mis reflexiones es que el rugby es un deporte donde es cada vez más claro que gana el que está antes en los mini partidos dentro del partido mismo. El apoyo previo al ruck, la salida de la pelota, la posición para recibir esa salida, los ángulos de carrera.
Todo esto último, los Carreras -Santiago y Mateo- que no son hermanos, pero que juegan como si fueran criados en el mismo jardín, ya lo entienden. Fueron ellos quienes levantaron la mano, o mejor dicho, el juego. No quiero ser injusto, fueron todos los demás también, porque en cada posesión los Pumas siempre eran más que escoceses, quienes con cada mini quiebre se iban enfriando como la tarde de Edimburgo. En un lanzamiento de scrum desde la mitad de la cancha y en el centro, Moyano jugó con Santiago Carreras, que sesgó su corrida hacia el touch. Mateo, su hermano platónico de rugby, no torció la suya sino que aceleró manteniendo una distancia microscópica con la línea para meterse profundamente en campo rival. Ahí fue cuestión de seguir lo hecho en los 3 primeros tries. La conquista de Matera era inevitable. Que dieran vuelta el resultado, también.

Otro equipo hubiera pateado después de la recepción de salida faltando cinco minutos. No estos Pumas. Son más inteligentes, y usando una palabra que está de moda en redes sociales, son resilientes. Nada de caer en errores de desesperación. Si la posesión fue el camino que los llevó a dar vuelta la historia ¿ por qué cambiar sobre el final? Avance, posesión, duelos ganados y Escocia estaba arrinconada en su campo. Ahora sí se podía usar el pie. Santi Carreras, castigó al rival con un rastrón que se fue al fondo y salió a 15 metros del ingoal. Escocia, presa del resultado, de los hechos sucedidos en los últimos 25 minutos y una conversación interna no pudo tomar esa pelota. Argentina, ambiciosa, buscó el try. Ni hacer lento, ni un drop o especular con un penal. Pelota afuera y Justo Piccardo se desmarcó y aceleró para colgarse unos defensores de recuerdo y de paso también un try que, convertido por Carreras, marcaba el resultado final histórico.
En la semana seguramente habrá análisis de los fatídicos 50 minutos donde no encontraron por donde ni como. También harán un repaso de lo que salió bien, y cómo todo empezó en esas rondas en el medio hablando de la posibilidad de revertir la situación. En el Juego interno, los Pumas dieron una lección este fin de semana que no se encuentra en los consejos de ningún gurú.
