La miniserie El eternauta consolida lo iniciado en 1957, con la publicación de la historieta imaginada y realizada por Héctor G. Oesterheld y Francisco Solano López. Una distopía argentina se convierte definitivamente en clásico. Es que las distopías suelen tener más éxito que las utopías, acaso porque la realidad las avala.
Las distopías suelen tener más éxito que las utopías, acaso porque la realidad las avala
Utopía significa etimológicamente “buen lugar”. Se trata de un espacio (país, territorio, reino) aspiracional, que no existe, pero con el que se sueña, en el que todo es paz, armonía, comprensión, cooperación, aceptación. La palabra apareció y se instaló en 1516 como título del libro de Thomas Moore (1478-1535), filósofo, teólogo y escritor que fue Canciller de Enrique VIII y, debido a su oposición a la Reforma protestante, resultó canonizado por la Iglesia Católica. Utopía es el nombre que asignaba en su novela a la ciudad ubicada en una imaginaria isla del Atlántico en la que todo funcionaba a la perfección, las leyes se cumplían, el futuro era deseable y el presente envidiable. Moore criticaba, por oposición, el estado real de las cosas.
Antes y después de él fueron abundantes los ejemplos literarios, filosóficos y artísticos en el que se proponen sociedades ideales. Desde La República, de Platón, pasando por Leviatán, de Thomás Hobbes, La Nueva Atlántida, de Francis Bacon, La Ciudad de Dios, de San Agustín, Venus más X, de Thomas Sturgeon o La rueda celeste, de Ursula K. Le Guin, entre otros. Parte de la obra del gran Julio Verne, atravesada por un notorio optimismo cientificista, podría pertenecer al género. Sin embargo, a lo largo del siglo veinte, y desde mediados de este en adelante, predominan las distopías por sobre las utopías, como si una oscura atmósfera premonitoria se extendiera sobre la humanidad, no sin razón en el siglo de las dos guerras mundiales más devastadoras, que arrasaron no solo vidas sino ilusiones y creencias, convirtiendo poco a poco en utópicas las esperanzas sobre un mundo mejor.
Alimentan así a un vasto público ansioso por consumirlas, como afectado por un morbo adictivo que lo impulsa a disfrutar por anticipado de las formas que podría tomar el fin de nuestra especie
Distopía (del griego outopia, ningún lugar) define la sombra de lo utópico. Es lo amenazante, lo imperfecto, lo violento, lo desesperanzado, lo caótico. Un mundo de sobrevivientes que han olvidado la solidaridad y la cooperación y son capaces de cualquier cosa para sobrevivir. Muchas distopías se plantean en principio como realidades deseables, hasta que se ve su cara real, como ocurre con Un mundo feliz, imperecedero relato de Aldous Huxley escrito en 1931, o Nosotros, de Eugeny Zamiatin que, ya en 1920, mostraba el lado oscuro de la “felicidad” comunista. Otras, como Fahrenheit 451, de Ray Bradbury o la extraordinaria 1984, de George Orwell, cuyos simbolismos y significados se renuevan, amplían y actualizan con el tiempo, muestran con agudeza y sombría belleza literaria los mundos infernales que el ser humano puede crear. El cine, la televisión y la literatura actuales son pródigos en distopías y alimentan así a un vasto público ansioso por consumirlas, como afectado por un morbo adictivo que lo impulsa a disfrutar por anticipado de las formas que podría tomar el fin de nuestra especie.
En ese clima El eternauta sería una distopía optimista, si vale el oxímoron. Imagina lo peor (que bajo lo forma de insectos gigantes puede representar lo que el espectador prefiera como pesadilla propia) y lo resuelve con una salida utópica, en la que todos son para uno y uno para todos. Acaso se trate de un nuevo género, necesario en tiempos de egoísmo pandémico, individualismo patológico y soledades disfrazadas de conexión y vacías de comunicación. Porque lo distópico hoy ya no está en un futuro hipotético pero cercano, sino en un presente que llegó y se instaló disfrazado de progreso y de paraíso tecnológico. Por eso el cuento más breve del mundo, escrito por el hondureño Augusto Monterroso (1921-2003), sigue siendo la más reveladora distopía: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.