Las islas deshabitadas que seducen con su calma, aguas cristalinas y estilo agreste

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Frente al muelle La Bodeguita, a espaldas de la muralla que protege a Cartagena de Indias, el mar Caribe se abre gris azulado y se va tornando en turquesa traslúcido y profundo al llegar al Parque Nacional Natural Islas Corales del Rosario.

Barcazas de pescadores en las Islas del Rosario, Colombia

El contraste entre la ciudad fundada hace 482 años y las islas alrededor de los archipiélagos es intenso: ya no hay luces de neón, semáforos ni autos. Sólo se ven botes de pescadores, lanchas y embarcaciones que comunican la plataforma coralina más extensa del caribe colombiano con el continente que, desde aquí, parece lejano.

Los colores vibrantes de Cartagena, la muralla centenaria de once kilómetros, la música afrocaribeña…todo se diluye y desaparece en un mar de silencio.

Isla Grande, una de las 28 formaciones que componen las Islas del Rosario

El Parque Nacional Natural, formado de islas, archipiélagos, arrecifes, manglares y corales, da cobijo a colonias de peces multicolores que habitan en este ecosistema submarino de áreas protegidas en medio del océano.

En poco más de una hora de navegación se llega a este paraíso desde la ciudad de Cartagena. Una vez en tierra firme, solo se ven playas blancas esporádicamente interrumpidas por muelles de madera que ingresan al mar Caribe.

La ciudad de Cartagena de Indias es el punto de partida para acceder a estas islas

La Isla Grande es la única del archipiélago de Corales del Rosario que se encuentra habitada por una población estable de personas. Tiene unos 16 hoteles en su periferia: algunos de ellos son eco hoteles, administrados por los locales. Se trata de construcciones sencillas con poco lujo e inmensa cordialidad para recibir a los huéspedes. En su menú abundan las frutas exóticas (mamón, papaya y guayaba, entre otras) y los frutos de mar como la langosta.

Isla del Sol es uno de los hoteles en Isla Grande

La mayoría son hoteles administrados desde Cartagena, con un servicio más adecuado a los parámetros de calidad de la ciudad. Pero aún allí no se encuentra agua corriente y hay cortes de energía intermitentes.

Los nativos viven en el interior del poblado de Orika, en un mundo ajeno al de las cadenas hoteleras: tienen dos iglesias, una farmacia, un consejo comunitario, un escuadrón de seis policías, un centro cultural y tres locales para bailar.

Vendedores ambulantes en Islas del Rosario, Colombia.

Habitada por pescadores, navegantes y artesanos, Orika es parte de la Isla grande, la que tiene mayor infraestructura de las 28 islas del archipiélago del Rosario. De viernes a domingo, unas mil seiscientos personas viven al ritmo de la rumba.

“Se vive muy relajado aquí”, sostiene María Fernand, que se mudó desde Cartagena. “Todos se conocen y se ayudan: es una comunidad pequeña”, agrega la mujer que trabaja en Isla del Sol, uno de los hoteles de la ribera. “No existe la inseguridad. Es imposible una violación o un secuestro: todos se conocen”.

Orika, un sencillo poblado de las Islas del Rosario

Los pobladores desarrollaron un sistema de eco guías turísticos para promover paseos por fuera de lo que proponen los hoteles. Ofrecen paseos en bicicleta y en canoa por los manglares y las ciénagas a los turistas que llegan en lancha para descansar en los múltiples alojamientos con acceso privilegiado a las playas.

Filiberto Camaro es eco guía: “Acá la gente llega para descansar, bucear, hacer snorkel, navegar entre manglares y comer rico”, afirma el hombre que es dueño de la única cevichería de la isla. La pesca de langosta es uno de los medios de vida de los nativos. Pero en la cevichería también hay pulpo, camarones caracoles y variedades de mariscos.

Cevichería en Orika, Isla Grande, una de las Islas del Rosario

Se puede pasar el día en la playa libre -que es pública- o en alguno de los hoteles, que son privados y tienen dos opciones: “pasadía” o estadía nocturna. Unos cuatro mil turistas llegan a diario de visita. Algunos apenas pasan a provisionarse: dejan sus barcos amarrados cerca de los bares flotantes que se encuentran dispersos a orillas del mar.

Habitantes nativos de Barú

“Acá todo tiene más color que el carnaval de Barranquilla”, sostiene María Camila Bastidas. Se refiere a los peces amarillos, naranjas, rojos, fucsias que nadan entre corales a pocos metros de las orillas de las playas.

El lugar es un tesoro natural donde sobresalen los arrecifes de corales y los bosques secos; también los árboles de frutas tropicales. “Es posible ver delfines y tortugas carey”, sostiene Juan Carlos Camaro, que se dedica a transportar pasajeros en su lancha entre las distintas islas con el continente.

Un colorido bar en las Islas del Rosario

Las lanchas transitan a mar abierto, pero también comunican a las islas con la península de Barú. Desde allí navegan entre manglares al interior de las ciénagas, donde se registra el plancton fluorescente, un fenómeno natural donde microorganismos marinos emiten luz debajo del agua que se puede ver como luminosidades danzantes al caer la noche.

Península Barú, en Cartagena de Indias

“Acá vivimos bien. El mar nos purifica. Es el paraíso”, afirma Juan Camilo Castro, que también se dedica a navegar en lancha entre las islas y el continente. “Yo no quise ir a la universidad. Acá soy libre”, sostiene. Y no se lamenta por perderse las luces de la ciudad: “Yo vivo a mi ritmo con la naturaleza”.

La actividad de descubrir el plancton fluorescente es una de las principales atracciones de Barú, la península ahora unida por un puente al continente de Cartagena.

Entre Manglares y ciénagas se halla el plancton luminoso

La carretera se construyó hace 15 años, de modo que el visitante que llega al continente y no desea embarcar puede visitar las playas blancas que se extienden a sólo 34 kilómetros de la ciudad amurallada.

En Barú las playas son más blancas, más extensas y más naturales que en la costanera de Cartagena, donde hay viento y vendedores ambulantes que se precipitan sobre cada turista. En la ciudad hay que pagar la sombrilla y la reposera, para acceder a una arena cortada por caracoles y a un mar de agua turbia.

Hoteles sobre el mar en Barú

En Barú se puede pasar el día en alguna de las playas libres de arena blanca y mar celeste, en amplias zonas donde no hay balnearios ni hoteles. También están las cadenas de hoteles a los que sólo se accede por agua: parecen islas flotantes donde hospedarse rodeado de mar. Es posible quedarse en versión todo incluido o ir sólo por el día, regresando hacia la noche a la vida cultural de Cartagena.

Plaza San Diego, en Cartagena de Indias

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