No hay como Mónaco, y todos lo saben. Pocos lugares ofrecen tanta belleza, lujo, diversión y adrenalina condensadas en 2 kilómetros cuadrados. Y eso se potencia cada último fin de semana de mayo, cuando las calles del principado se transforman en un circuito de automovilismo: el del Grand Prix de Mónaco, el más antiguo, prestigioso (y también peligroso debido a que el circuito es complicado, angosto y no permite fácilmente el sobrepaso) y atractivo de todo el mundo.
Es la octava fecha del campeonato de F1 y, desde ya, la más esperada. Desde que se celebró por primera vez, en 1929, supone muchísimo más que un encuentro deportivo de alta liga: it’s the place to be, la cita ineludible en el calendario en donde royals, estrellas del deporte, celebridades y jet set comparten la pasión por la adrenalina y el charme. La edición 2025, con los príncipes Alberto y Charlene como habituales anfitriones y la presencia de la familia Grimaldi en pleno, no fue la excepción.
A TODA MÁQUINA
Los días previos al domingo, que es cuando se corre la carrera, Mónaco está en ebullición: toda la ciudad –desde las cercanías al Palace Princier, el Casino, las curvas de Santa Devota y La Rascasse hasta la recta principal sobre el Boulevard Albert I, frente al Port Hercule– se encierra con guardrails para marcar el intrincado circuito callejero y, además, para delimitar la zona del paddock más deseado de toda la F1: además de área de boxes, este año, la novedad fueron los impactantes edificios de hospitalidad de Red Bull y Racing Bulls, ambos sobre el mar.
Este año, había tantos controles de seguridad como puestos con productos de merchandising… para presupuestos abultados: en Imola, una gorra puede cotizar 60 euros; en Mónaco, 120. Mientras tanto, vips con sus fierros de lujo y los fanáticos del automovilismo van invadiendo el principado.
Así como el GP es una carrera cara (este 2025, los valores de las entradas variaban según los días: 40 euros el jueves; 190 el viernes para ver los entrenamientos; 440, el sábado, para la clasificación; el domingo podía superar los 1000 euros), Mónaco suele ser la carrera que más público convoca.
Como en años anteriores, la hotelería y los balcones estaban fully booked y no cabía un alfiler en el puerto. Con los días, las fiestas con DJ que empezaron en el puerto en los superyachts fueron conquistando cada rincón del principado casi al unísono con el rugido de los motores de los monoplaza. La última gran fiesta fue la del domingo por la noche, cuando el príncipe Alberto y su mujer, Charlene, presidieron la cena de gala del GP en la Salle des Etoiles, del tradicional Sporting Club de Montecarlo.