A Juan Antonio Álvarez Litben lo encontraron muerto el 22 de noviembre de 1996, en su casa en Maspalomas, en el sur de la isla de Gran Canaria. Tenía 41 años, era argentino, empresario, jugaba al pádel y vivía junto a su mujer, la española María Ángeles Molina, una mujer de características elegantes y muy ambiciosa. Tenían una hija pequeña.
Juan volvió del club, se duchó y se desplomó. El forense habló de una intoxicación con ion fosfato, un químico tóxico que puede estar en productos de limpieza. La Justicia cerró el caso con dos hipótesis aun abiertas: accidente o suicidio. Y no se habló más del tema.
Salvo en su familia. Los Álvarez Litben nunca creyeron la versión oficial. Juan no tenía problemas de salud ni deudas, ni nada que pudiera hacerlo tomar la decisión de quitarse la vida. El caso estaba lleno de pistas que les generaron sospechas. Su esposa, semanas antes, había empezado a moverse como si supiera lo que iba a pasar. Dos meses antes de la muerte de Juan, Angi (como la llamaban) había inscrito a su hija en un colegio de Barcelona. Y apenas terminó el entierro, se mudó con la chica a esa ciudad. Sin tener dudas, sin hacer duelo.
Después de la muerte de Juan, Angi no perdió el tiempo en ver cómo heredar todas las propiedades y bienes de su marido. También intentó hacerse con un seguro de vida, pero no lo logró: la póliza excluía los suicidios. Entonces fue a la policía y denunció que la casa había sido robada. Dijo que faltaban cosas: la billetera de su esposo y un Rolex. De ese modo, alentó la posibilidad de que se tratase de un homicidio. También sugirió que la muerte podría haber sido “accidental”.
Años después, en 2008, durante un allanamiento en Barcelona por otro caso, la policía encontró la billetera de Juan escondida detrás de la cisterna del baño.
Ese día, doce años después de la muerte de su esposo, cuando ya nadie había sabido nada más de ella, Angi volvió a aparecer en escena. Esta vez, no como viuda, sino como la principal sospechosa de un crimen macabro.
La víctima era Ana María Páez, una excompañera de trabajo suya en Barcelona. Tenía 35 años, era diseñadora de moda, y no sabía que alguien que consideraba amiga venía robándole la identidad hacía tiempo. Así es, Angi había conseguido su Documento Nacional de Identidad, se había disfrazado con peluca y había abierto cuentas bancarias a su nombre. También había solicitado préstamos, contratado seguros de vida millonarios y hasta llegó a cobrar dinero en ventanillas, siempre impersonando a Páez. Armó su plan macabro pensado que algún día haría desaparecer a Ana y se quedaría con todo el dinero.
La noche del 19 de febrero de 2008, Angi alquiló un departamento turístico en el barrio de Gràcia y la citó allí. Lo que ocurrió después no se sabe con certeza, pero sí se conoce el resultado: Ana apareció muerta, desnuda, con una bolsa en la cabeza atada con cinta. Tenía restos de semen en la boca y en la vagina. La escena era deliberada. Una trampa, armada para parecer un crimen sexual o un juego sexual que había salido mal.
Los investigadores no tardaron en desconfiar: no había señales de lucha, ni pruebas de que Ana se hubiera defendido. Todo sugería que estaba drogada. La autopsia nunca pudo identificar qué sustancia había usado Angi para adormecerla. Pero se encontró una botella de cloroformo en su casa.
Había más: cámaras de seguridad la captaron retirando dinero con la identidad de Ana horas antes del crimen. Y el mismo día del asesinato, Angi se había movido hasta Zaragoza para montar una coartada. Había ido a buscar las cenizas de su madre (extrañamente, luego de un año en el que las cenizas esperaban a que alguien las buscara), y esto fue confirmado. Pero se estudió y comprobó que Angi habría tenido suficiente tiempo para volver a Barcelona y cometer el crimen.
La condena por el crimen de Ana Páez sacó a la luz algo que hasta entonces había quedado en la penumbra: el pasado de Angi. Su historia, su primer matrimonio, y la muerte sin resolver del empresario argentino Juan Antonio Álvarez Litben.
La familia de Juan, que nunca había dejado de sospechar, encontró finalmente un motivo para que la Justicia revisara el caso. Con el respaldo de un criminólogo privado, presentaron nuevas pruebas e hipótesis. Y en 2016, un juzgado de Gran Canaria aceptó reabrir la investigación.
Una de las hipótesis señalaba que Angi habría utilizado las cápsulas de vitaminas que Juan tomaba después del pádel para colocar el veneno. Que viajaba a Barcelona con frecuencia a derrapar dinero en casinos, y llamaba a la casa para saber cómo estaba su marido. Si le decían que estaba bien, postergaba el regreso. Ella habría estado pendiente de eso para volver justo en el momento en el que Juan tomara la pastilla envenenada.
Durante la reapertura, también aparecieron datos en información que no habían sido tomados en serio en su momento. Una amiga de la pareja contó que, cuando Angi le comunicó la muerte de Juan por teléfono, le dijo: “Me lo he cargado”.
No había pruebas materiales. No quedaban rastros del veneno. No había frascos, ni restos, ni objetos incautados. Era una sospecha fundada, pero sin sustento legal suficiente. Además, parte de la evidencia, como la sábana sobre la que Juan llegó a vomitar previo a morir, había sido quemada por la Justicia, dado que ocupaba espacio en la sala de pruebas y el caso ya había sido cerrado.
En 2021, el caso fue archivado. Para desgracia de los familiares de Juan, que nuevamente no obtuvieron las respuestas que se merecían, Angi nunca fue juzgada por la muerte de su marido.
Mientras cumplía su condena en una cárcel catalana, Angi no bajó la guardia. Ni cambió. En 2025, los Mossos d’Esquadra descubrieron que estaba planificando un nuevo crimen desde la cárcel. La detuvieron otra vez, le quitaron los beneficios penitenciarios y se frenó su posible salida en libertad, prevista para 2027.
Este mismo año, su historia llegó a Netflix. El documental Angi: vida falsa, crimen real reconstruyó su vida, sus engaños y sus crímenes con testimonios judiciales, entrevistas a familiares de las víctimas y detalles que no habían salido a la luz. El estreno estuvo a punto de cancelarse: Angi reclamó ante la Justicia por el uso de imágenes personales y logró frenar la emisión. Pero la serie fue reeditada y finalmente salió en julio de 2025. En dos capítulos, mostró lo que el expediente dejó escrito: que Angi no solo mató por dinero, sino que construyó una vida entera sobre una ficción. Que mintió sobre quién era, qué hacía, de dónde venía. Que fabricó una identidad para cada ocasión.
Desde Buenos Aires, la familia Álvarez Litben participó con varios y amplios testimonios. No hubo justicia para Juan Antonio. No hubo condena. Pero sí obtuvieron la certeza de que la muerte de su ser querido, definitivamente, no fue un accidente. Que su muerte no fue un misterio, sino un crimen meticulosamente planificado.