Hay muchos tipos de activismo, el de lo hago para subir a redes -muy habitual durante la DANA en Valencia- y quien lo lleva en la sangre. El de Ada Colau (51 años) es claramente el segundo. La conocimos luchando para evitar desahaucios y ahora, tiempo después de haber dejado la alcaldía de Barcelona y la vida institucional (fue la primera persona en ocupar este puesto), vuelve a ser protagonista, esta vez desde alta mar y por lo que parece un imposible: dar comida a quienes están matando de hambre a conciencia en una guerra que no tiene fin. Pocas muertes hay más duras que por la lenta agonía de la desnutrición. Pocas imágenes hay más duras que las de niños muriendo desnutridos.
Lejos ya de los despachos de los que pudo disfrutar en su etapa en el Gobierno de Barcelona, su nombre ocupa titulares porque forma parte de la Flotilla Global Sumud, una caravana acuática de activistas decididos a quebrar el cerco sobre la Franja de Gaza y dejar a su paso una estela de resistencia. A bordo, Colau grabó un mensaje ante la inminencia del contacto con las autoridades israelíes: “Si ves este vídeo es porque Israel nos ha detenido ilegalmente”. Pide que se haga ruido, que se presione a los gobiernos para que actúen. Lejos de allí, Europa guarda silencio y mantiene su perfil bajo, como ese influencer que solo actúa si se va a publicar en redes sociales y va a posturear.
Nacida el 3 de marzo de 1974 en Barcelona, es nieta de migrantes y familia humilde. Sus abuelos paternos eran pastores en Güel (Huesca) y los maternos eran de Almazán, un municipio de la provincia de Soria. Hija de un diseñador gráfico y una comercial, creció en el modesto barrio de Guinardó. Sus padres, Ramón y Tina, “eran unos hippies”. La propia Colau habla así de ellos y cuenta su historia: se conocieron en 1968 y estuvieron casi una década juntos hasta que pusieron punto y final a su relación en 1977, cuando Ada tenía tan solo tres años. “Habrán hecho cosas mejor o peor, pero siempre me han querido un montón y me han enseñado a hacer lo que quisiera y en lo que creyera”, aseguró la activista en una entrevista que concedió a Sábado Deluxe en 2017. Y que lucha por lo que cree está claro. Ada fue la única hija que tuvieron en común, pero por separado tiene un total de cinco hermanos.
Tejiendo redes a las que no llega el sistema
Al llegar la juventud, Colau exploró la Filosofía en la Universidad de Barcelona, aunque la licenciatura queda inacabada. Participó en protestas contra la Guerra del Golfo, viajó a Milán gracias a una beca Erasmus y volvió para iniciar una carrera que comenzó en las protestas callejeras, muy implicada en el movimiento okupa, entre otros, para terminar en la administración pública, nada más y nada menos que gobernando la ciudad de Barcelona.
En 2009, la crisis devora hogares y convicciones. Es el momento en que Ada Colau estrena un megáfono junto a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), espacio que ella y otras activistas lanzan a contracorriente. Con frases rotundas y acciones que incomodan bancos y al poder, Colau se multiplica en asambleas, ocupaciones y portadas de periódico. Lidera el movimiento Stop Desahucios, una lucha colectiva contra la injusticia de los desalojos, gestando una red donde muchos encuentran el amparo que el sistema niega. Para miles de familias, sus palabras y su presencia logran parar desahucios, habitando porque sí los espacios del Estado ausente.
De la pancarta al institucionalismo
El tránsito desde la pancarta al institucionalismo se consuma en 2014, cuando decide fundar Guanyem Barcelona y, poco después, Barcelona en Comú, una plataforma que se ofrece a repensar la ciudad desde abajo. El vuelco se consuma en 2015, año en el que Colau se convierte en la primera mujer que ocupa la alcaldía de Barcelona. La escena inicial de su mandato la encuentra en Nou Barris, deteniendo desalojos frente a las cámaras. “El cambio solo es real si se traduce en acciones concretas desde las instituciones”, afirma ese día mientras vecinos la rodean. Su paso por la alcaldía se define entre políticas sociales, regulaciones contra el turismo desbordado y la gestión de una ciudad tan abierta como contradictoria. Aunque el número de desahucios disminuye, los desalojos no cesan. “Fue lo que más dolió”, reconoce años después al mirar atrás. Según datos de la PAH, sólo en 2017 Barcelona aún sufría entre cuarenta y cincuenta desalojos semanales.
“El cambio solo es real si se traduce en acciones concretas desde las instituciones”
El adiós al poder municipal no apaga la presencia de Ada Colau. Vuelve al escenario internacional con el timón de la Flotilla Global Sumud, una acción arriesgada En declaraciones a El País, insiste: “Nunca me separaré de la defensa de los derechos humanos, esté donde esté”. Como las mareas, retorna una y otra vez donde la injusticia se hace impalpable. A su lado, la biografía familiar se reescribe lejos del foco. Acaba una relación de 15 años con el activista Adrià Alemany, con quien tiene dos hijos, Luca y Gael; mantiene la cercanía que exige la crianza compartida y exhibe con naturalidad su identidad bisexual y su convicción feminista.
En la travesía rumbo a Gaza, la figura de Ada Colau se sostiene entre la incertidumbre del mar abierto y la certeza de que, bajo cualquier bandera y en cualquier puerto, hay causas urgentes que requieren presencia, palabra y testimonio. “Hacemos lo que el sentido común dicta”, sentencia antes de perder la comunicación. La biografía de Colau no cierra puertas, las busca. Quizás por eso su viaje no conoce línea de llegada, solo un permanente desplazamiento hacia donde más vulnerabilidad aguarda.