Desde tiempos antiguos, la sal desempeñó un papel crucial en la conservación de alimentos. Su valor estratégico alcanzó tal magnitud que, hacia 1564, se convirtió en un producto estancado, bajo monopolio de la Corona, que asumió el control de su exportación. Ya en la Edad Media, la sal extraída en distintos puntos de la Península Ibérica era enviada a mercados lejanos como los Países Bajos y el mar Báltico, consolidándose como un bien de alto interés comercial. De este modo, el ‘oro blanco’ se convirtió en un bien esencial para curar y conservar carnes y pescados, como las sardinas, así como para sazonar productos básicos como el pan, elaborado en los hornos comunales. Desde finales de la Edad Media, la sal fue uno de los productos con mayor circulación e impacto en la economía, tanto por su función alimentaria como por su papel en el comercio internacional.
Es por ello que en España se pueden encontrar un gran número de salinas tanto en la costa como en el interior. Muchas de ellas todavía siguen en funcionamiento, mientras que otras son testigo del pasado y la evolución de la región. Así, en el municipio de Vilaboa, al fondo de la ría de Vigo, se encuentran las Salinas de Ulló, un complejo salinero cuya historia se remonta al siglo XVII. Este enclave lleva unos 400 años abandonado y se ha convertido en uno de los rincones más singulares y desconocidos de Pontevedra. Pero más allá de su historia, las Salinas de Ulló se ubican en un impresionante entorno natural que cuenta con múltiples secretos y una bonita ruta de senderismo.
Una explotación dirigida por monjes
El origen de las Salinas de Ulló tienen su origen en el siglo XVII, en un contexto en el que la sal era un bien estratégico para la conservación de alimentos y su control resultaba clave para las autoridades civiles y religiosas. Fue en 1637 cuando los monjes del Monasterio de San Juan de Poio comenzaron a explotar las condiciones naturales de la ensenada de San Simón para desarrollar un complejo salinero. Aprovechando el sistema de mareas y el clima relativamente suave, idearon un sistema de balsas y canales que permitía evaporar el agua de mar hasta obtener sal sólida. Este método, basado en la evaporación solar, reproducía sistemas ya empleados en otras zonas del litoral ibérico.
La gestión de las salinas pasó más tarde, en 1694, a manos del Colegio de la Compañía de Jesús de Pontevedra, que optimizó las instalaciones y amplió la infraestructura. La intervención de los jesuitas reforzó el papel de la Iglesia en el control de la producción de sal, sin embargo, a partir de la primera mitad del siglo XVIII, la producción comenzó a declinar. Las causas fueron múltiples: el descenso del interés comercial, la competencia con otras salinas más eficientes y los cambios en la política económica de la Corona.
Hacia 1720, la actividad cesó, aunque las infraestructuras permanecieron en pie y fueron aprovechadas para otros fines. Durante el siglo XIX, las salinas vivieron una segunda etapa de uso con la construcción de un molino de mareas, considerado el primero de su tipo en Galicia. Este aprovechaba la fuerza de la marea para accionar una maquinaria destinada a la molienda de grano. Hoy solo quedan restos de esa infraestructura, pero su existencia da cuenta de la continua adaptación del enclave a las necesidades económicas del momento.
Los restos de un poblado
El funcionamiento de las Salinas de Ulló exigía una organización precisa del espacio y del tiempo. El agua marina se recogía en un gran estanque inicial de unas 12 hectáreas, donde se dejaba reposar durante varias semanas hasta alcanzar una temperatura favorable para la evaporación. Luego pasaba a otro estanque secundario, más compartimentado, donde se producía el secado final y la cristalización. Estas eras de evaporación, diseñadas geométricamente, daban lugar al depósito de la sal, que luego se almacenaba y transportaba. Este modelo productivo implicaba también la construcción de diques, canales, compuertas y depósitos, muchos de los cuales aún son visibles en la actualidad, a pesar del deterioro causado por el paso del tiempo.
Pero esto no es todo, pues a su infraestructura se le suma la conocida como Granja de las Salinas, un edificio levantado por los jesuitas entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Se trataba de un conjunto residencial y productivo que albergaba tanto a los propietarios como a los trabajadores de la explotación. En sus ruinas aún se distinguen hornos, lareiras, pozos y sistemas de canalización que revelan las dinámicas cotidianas de quienes habitaban y trabajaban en este lugar vinculado a la sal.
Un espacio protegido
Con el paso de los siglos, el abandono de la explotación dejó paso a una transformación del paisaje. Las antiguas estructuras salineras se integraron en un entorno natural donde las marismas y humedales tomaron protagonismo. Hoy, las Salinas de Ulló forman parte de la Red Natura 2000, bajo la figura de Lugar de Interés Comunitario (LIC) y Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), albergando especies migratorias y ecosistemas de gran valor ambiental.
Tanto es así, que la mejor forma de disfrutar de este paisaje es a través de una sencilla ruta de senderismo que es ideal para hacer con niños. El recorrido, de fácil acceso y baja dificultad, permite disfrutar del rico entorno que rodea a las salinas, así como las ruinas de la granja jesuita.
Cómo llegar
Desde Vigo, el viaje es de alrededor de 25 minutos por la carretera N-554 (hay peajes). Por su parte, desde Pontevedra el trayecto tiene una duración estimada de 15 minutos por la vía N-550.