Al igual que en otras oportunidades, con la llegada del fin de semana largo, han retornado los trastornos para muchos turistas. En esta ocasión, por las medidas de fuerza previstas por la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA) en demanda de mejoras salariales y en oposición al proceso desregulatorio en el sector aeronáutico, que ayer provocaron demoras y que, insólitamente, podrían generar nuevos inconvenientes en vísperas de las elecciones generales del 26 de octubre, en que muchos ciudadanos deberán trasladarse para cumplir con su deber cívico.
Cabe recordar que, hacia fines de agosto, en otra salvaje medida de fuerza que tomó de rehenes a los pasajeros, la Asociación Técnicos y Empleados de Protección y Seguridad a la Aeronavegación (Atepsa) había declarado un paro de controladores por cinco días. Solo en la primera jornada, las cancelaciones afectaron a más de 10.500 pasajeros de unos 70 vuelos, 50 de ellos de la línea de bandera. En la segunda jornada, 46 vuelos fueron cancelados y unos 122 debieron ser reprogramados, afectando a más de 18.000 pasajeros.
En este contexto, resulta interesante recordar que, allá por agosto de 1981, la Organización de Controladores de Tráfico Aéreo Profesionales, que agrupaba a más de 11 mil controladores aéreos en Estados Unidos, declaraba una huelga en reclamo de mejoras salariales y reducción de su jornada laboral de 40 a 32 horas semanales, una lucha que llevaba ya largo tiempo de negociaciones. La legislación federal prohibía taxativamente tales medidas de fuerza entre empleados del Estado puesto que afectaban la seguridad pública.
El entonces presidente estadounidense, Ronald Reagan, no demoró en declarar ilegal la huelga e intimó a que se retomaran las tareas en un plazo no mayor a las 48 horas. La falta de respuesta al ultimátum condujo a que los más de 11 mil controladores fueran despedidos e inhabilitados para volver a trabajar en el servicio federal, todo lo cual obligó a implementar planes de contingencia, recurriendo a personal militar y controladores no sindicalizados, además de capacitar sin demora a nuevos empleados. El apoyo de la industria aérea, interesada en avanzar hacia un mercado menos regulado, fue clave.
A partir de entonces, se registró una drástica baja en el número de huelgas en ese país, confirmando que la decisión presidencial constituyó una bisagra que marcó el inicio de una tan notoria como necesaria declinación del poder sindical.
En un tablero de ajedrez profesional, las jugadas se estudian previamente. Se diseñan los escenarios alternativos y se implementan soluciones de contingencia. No hay lugar para improvisaciones. Astucia y capacidad de anticipación son dos virtudes de las que debe hacer gala cualquier buen gobernante para intentar alcanzar las metas que se haya propuesto. No se trata de arrebatos de un instante, mucho menos de caprichos sin posibilidad de ser sostenidos. Como toda decisión de peso demandará apoyos, alianzas y el ajuste de normativas, entre otras muchas acciones.
Que en la Argentina el tiempo siga transcurriendo como hasta aquí, sin que se libren las batallas necesarias para transformar la realidad de tal forma que podamos pensar en poner verdaderamente de pie al país, es consecuencia no solo de la falta de una voluntad política dispuesta a apostar fuerte para terminar con décadas de abusos. Intereses creados, numerosos actores involucrados, temor, comodidad e incluso resignación son solo algunos de los motivos para que persistan ciertas inercias. Una población cansada de tanto avasallamiento y prepotencia celebraría y daría la bienvenida a los cambios que se propongan. Así en la tierra como en el cielo.