Lechuga en la Antártida: la misión que parecía imposible y es sensación en tres bases argentinas

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EL CALAFATE, Santa Cruz.- Hojas de rúcula sobre una pizza casera, brotes de lechuga baby o unas hierbas recién cortadas para sumar a un frasco de conservas son imágenes comunes en cualquier cocina argentina, pero en la Antártida es un lujo impensado. Hoy todos esos productos frescos se pueden cosechar en tres Bases Antárticas argentinas gracias a un proyecto que se concretó por la perseverancia de un ingeniero apasionado.

“Jamás me imaginé que podría hacer un aporte como ingeniero agrónomo en la Antártida”, afirma Jorge Birgi, quien a partir de un e-mail que recibió en su oficina de la Estación Experimental Agropecuaria Santa Cruz del INTA, en 2015, se propuso lo que parecía casi una misión imposible: cultivar verduras en la Antártida para bajar el consumo de enlatados a militares y científicos. Así nació el desafío, desarrolló el prototipo del Módulo Antártico de Producción Hidropónica, MAPHI, y diez años después en tres bases se producen verduras todo el año.

Retenciones: la discusión es por el modelo de país, no por un reclamo sectorial

El proyecto es fruto de la colaboración entre la EEA Santa Cruz del INTA, la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, el Comando Conjunto Antártico (Cocoantar) y la Dirección Nacional del Antártico. Además participa la EEA Mendoza del INTA, que tienen a su cargo la evaluación de cada semilla que ingresará al continente blanco, un paso esencial en el proceso ya que certifican que la semilla pueda ingresar a la Antártida. Hoy esta tecnología innovadora funciona en las bases Marambio, Esperanza y, recientemente en Belgrano II.

El proyecto en la Base Marambio, instalado en 2022

Hace diez años, a pesar que la tecnología hidropónica no estaba tan desarrollada, Birgi imaginó que era posible intentar un modelo para la Antártida, quien, tras varios meses de investigación, prueba y desarrollo, presentó un render virtual, sin saber aún cómo sería su aplicación a la vida real. En 2018 el suboficial auxiliar César Araujo Prado, del Cocoantar , y Martín Díaz, de la Fuerza Aérea, quienes habían leído la publicación del INTA sobre el diseño virtual de un sistema adaptado a las condiciones antárticas, se presentaron en su oficina del INTA.

Cinco días después Birgi, tucumano radicado en Río Gallegos, estaba subiendo a un Hércules con destino a Marambio, el primero de varios viajes que nunca imaginó. “Quiero destacar la capacidad del INTA para articular estas iniciativas, que me permitió invertir tiempo e investigación en un proyecto que parecía muy difícil de concretar”, resaltó en diálogo con LA NACION el ingeniero agrónomo, quien también es docente investigador a cargo de la cátedra de Frutihorticultura, en la carrera de Ingeniería en Recursos Naturales Renovables de la Unidad Académica de Río Gallegos de la UNPA.

Equipo del INTA partiendo de la Base Esperanza en la Antártida. 

“El primer módulo MAPHI 1 se instaló en la Base Marambio en 2022, debido a su cercanía y facilidades logísticas. El MAPHI 2 estaba previsto para Esperanza y dado el éxito de MAPHI 1 fue más sencillo de ejecutar y se inauguró en 2023. Las consultas de otros países, con bases en la Antártida, nos permitió dimensionar la verdadera importancia de nuestro proyecto. Nos fortaleció”, detalló Birgi, quien también cuenta con una Maestría en Desarrollo de Zonas Áridas y Semiáridas en la Universidad de Santiago del Estero.

“Para Esperanza, se llevó casi todo preensamblado en el Irizar, lo que permitió transportar elementos más grandes. La parte estructural fue armada por César y un grupo del Comando”, dijo.

Llegar hasta la Base Esperanza requieren gran logística. Para ello voló en helicóptero desde Marambio en viajes de vértigo que registró con su cámara. En 2024 se puso en marcha la primera producción del MAPHI 3 en la Base Belgrano II, aunque el sistema aún no está al 100%.

Estos módulos permiten el cultivo de lechuga, rúcula, lechuga morada y verde, aromáticas, cilantro, perejil, acelga, radicheta, albahaca, rabanitos, tanto en ciclo completo o microgreens, conocidos también como “verduras baby”,- pequeños germinados de la altura de una mano que tienen un ciclo de 12 a 15 días-, en tanto que las plantas completas requieren de 30 días. De esta forma van combinando en función de los requerimientos de cada base.

Un plato con verduras cultivadas en la huerta hidropónica en el MAPHI de Base Esperanza, Antártida

Los germinados tienen un alto valor nutricional y su producción se adapta a las necesidades de cada base, por ejemplo, en Belgrano II se prioriza la producción de perejil y cilantro para la elaboración de conservas. Birgi enfatiza que el objetivo principal “es mejorar la alimentación y generar un impacto psicológico positivo, buscando la autoproducción de alimentos frescos donde la logística es complicada”.

Los módulos están diseñados para producir dentro de un contenedor marítimo. El MAPHI 1 tiene 6 metros de largo por dos de ancho aproximadamente y el MAPHI 2 es más grande, de 12 metros de largo. “Se utilizan materiales disponibles y otros que se deben transportar; en el interior se encuentran dos estanterías de tres niveles”, describió Birgi. El agua y la solución nutritiva se alojan en tanques al ras del piso.

Producción de acelga en el MAPHI III de Base Belgrano II en la Antártida

“En el primer nivel, sobre un panel de cuatro centímetros, se colocan bandejas germinadoras con plantines hasta que alcanzan una altura de 4 o 5 dedos, momento en el que se trasladan al siguiente nivel para que continúen su crecimiento. El espacio se amplía considerablemente en el nivel superior”, expresó. El ingeniero cada día monitorea desde su oficina de Río Gallegos el estado en el que se encuentra cada módulo a través de información que le llega de forma remota.

También en la sede del campus universitario de Río Gallegos hay un prototipo del MAPHI que se utiliza para la capacitación práctica presencial que es complementaria a la virtual y complementario a esto. Realizamos un curso intensivo virtual llamado “Operador de sistema MAPHI”.

Para la iluminación y el calor se utilizan lámparas de sodio, ya que son económicas y fáciles de conseguir, permitiendo que la temperatura interior alcance cerca de 30 grados Celsius, a pesar de las temperaturas exteriores de menos 20 o 30 grados. El proyecto busca utilizar luminarias y tecnologías que la Argentina pueda financiar y conseguir fácilmente, reduciendo el consumo y la dependencia logística.

Producción de hortalizas dentro del MAPHI en Base Belgrano II, Antártida

A los módulos solo puede ingresar el personal asignado para proteger los cultivos y están cerrados para priorizar la temperatura. En Base Belgrano II el diseño permite que el personal vea los cultivos desde el comedor a través de una ventana que lo comunica.

Hoy Birgi lidera un sueño que nunca se imaginó: ayuda a que en uno de los lugares más inhóspitos del planeta se cosechen verduras para el consumo humano. Llegar a este punto implica una gran logística, entre el Comando Conjunto Antártico que brindan la logística y el personal para instalar los módulos y operarlos.

Eso incluye los viajes en los Hércules y el Rompehielo Irizar. El INTA Santa Cruz desarrolló la tecnología de producción y realiza el seguimiento de los módulos. El área de Informática de la UNPA hizo un sistema de monitoreo remoto que permite el control de las condiciones de cada módulo.

A ello se suma la EEA Mendoza del INTA, que se encarga del control fitosanitario, de todas las semillas enviadas a la Antártida y la Dirección Nacional del Antártico, que se encarga de la reglamentación de la actividad. El financiamiento de todo el operativo es conjunto entre todos los organismos nacionales.

Si bien otros países tienen módulos de producción en la Antártida, sus objetivos pueden ser diferentes, como el caso de la estación alemana Neumayer, que tiene un sistema cuyo objetivo es investigar cómo producir vegetales en otros planetas. El enfoque argentino es generar alimentos para las bases antárticas de la manera más eficiente posible, produciendo verduras sin afectar el entorno, al menor costo y con la mejor tecnología.

“Este sistema no solo mejora la calidad de vida en las bases antárticas, sino que también pone a prueba equipos, componentes y diseños en un entorno extremo. Esto abre camino a desarrollos tecnológicos aplicables a otras regiones con dificultades similares: suelos pobres, temperaturas extremas o estaciones de cultivo muy acotadas”, afirmaron desde el INTA Santa Cruz.

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