Más allá de los debates sobre el bloqueo estadounidense, el desencanto en Cuba, a casi siete décadas de la revolución, es un hecho que vuelve a ser materia ficcional regada de verdad en la pluma de Leonardo Padura (La Habana, 1955), el celebrado autor caribeño.
Un proceso bélico delimita el lapso que abarca Morir en la arena, su nuevo libro: entre noviembre de 1975 y 1990, Fidel Castro envió 300.000 soldados a Angola a respaldar la independencia del país africano. De aquel contingente fue parte Rodolfo Bermúdez, uno de los protagonistas de estas páginas en las que se inscribe también su hermano Eugenio (Geni), que no irá a la guerra sino a la cárcel por haber matado al padre en común, don Fermín. Entre los Bermúdez, además de esa muerte, se inserta una cuña llamada Nora, que, en distintas instancias ha sido o será amante de ambos.
No es casual que la novela de Padura comience cuando todo tiene gusto a despedida
El borgeano trío deviene cuarteto al sumarse Raymundo Fumero, “una especie de Truman Capote tropical dispuesto a entender para luego escribir” según su autopercepción de escritor, que oficia en la novela de narrador, aquí y allá, en primera persona. Raymundo –amigo de infancia de Geni y a su modo pariente postizo de los tres– es, al mismo tiempo, testimonio vivo de esa Cuba que se deshilvana; sus hijas, por ejemplo, ya eligieron irse “como está resultando normal. Una a España, otra a Canadá”.
No es casual que la novela de Padura comience cuando todo tiene gusto a despedida: la vejez de Rodolfo y Nora chocando vasos a modo de brindis en el último día de trabajo y el primero de una jubilación mal paga que apenas alcanza para sobrevivir gracias a las remesas enviadas por la hija Aitiana, desde Alemania.
“Después de oír tantos cuentos sobre el futuro, de casi cincuenta años de trabajo y hasta de una guerra de la que volví medio loco… una vejez miserable” se queja el septuagenario. Mientras comparten ese plato de “quimbombó con plátano maduro” regado por el ron, proverbial alivio caribeño que ayuda a templar penas, Rodolfo y Nora intentan digerir la nueva noticia: el parricida, ex amante, aun hermano, tras treinta años de encierro, saldrá de la cárcel para alojarse allí, con ellos, en la antigua casa familiar. Su llegada implica el recuento de asuntos que todos hubiesen preferido olvidar: rencores, traiciones, deudas, que completan el cuadro vivo de una Cuba endogámica y pendiente.
Geni traerá el volver y revolver de la historia –como acostumbra el autor– hurgando a escala humana con la excusa de estar contando lo policial, lo familiar, lo nacional.
En su novela El hombre que amaba a los perros (2009) donde relata la persecución y muerte de León Trotski –cuyo sicario, el espía Ramón Mercader, acabará recompensado por la Unión Soviética con una cómoda estancia en la isla– Padura ya había abrevado en las vivencias locales, ilustrando esa traición primigenia a los ideales revolucionarios desde una mirada de lo individual, incluso, si se quiere, íntima.
“El horizonte”, “La orilla”, “Morir en la arena” son los capítulos (el último da título al volumen) que marcan, en paralelo con la novela, etapas de la Cuba reciente. Tres instancias del sueño socialista, registradas con máxima retrospectiva por un Padura, que –como estos protagonistas suyos– ya tiene setenta años, cumplidos desde el pasado octubre. Así, la muerte referida no le ocurre al balsero migrante en medio del océano, sino al patriota decepcionado: “Cuando hemos llegado a esa ribera, a dar unos pocos pasos, apenas nos queda la opción de morir con pena y sin gloria, porque lo sólido no lo es. La arena se comporta como esas voraces tembladeras de las novelas latinoamericanas de la tierra, que te abducen”, lamentará Fumero en su epílogo.
“Morir en la arena” es una parábola preñada de lecturas posibles en la obra de quien sabe pintar su aldea para pintar lo humano
Padura –que ha negado expresamente reconocerse en el Fumero de marras, aunque es difícil creerle– vuelve a desplegar aquí lo que conoce in situ, arraigado a su Mantilla natal, barrio antiguo de La Habana donde aún vive. Y como si paseara por esas calles, cuela en la novela un cameo del mismísimo Mario Conde, su emblemático detective y librero melancólico a lo largo de nueve títulos (y acreedor de reconocimientos a lo mejor del noir, como el premio Hammett en Estados Unidos o el Novela Negra Ciudad de Málaga). No es la primera aparición de Conde como personaje lateral. El investigador también emerge en Herejes (2013) novela que trata el episodio real del S.S. Saint Louis, barco con novecientos judíos a bordo escapados de la Alemania nazi en 1939 frente a La Habana, esperando ser autorizados a desembarcar en calidad de refugiados.
Pese a toda autocrítica para con la actualidad de su isla, el narrador cubano exhala aquí desconcierto más que desconsuelo. Su voz es esencialmente piadosa ante la voluntad original y vigente de un país que finalmente logró tener más escuelas que prostíbulos, más hospitales que casinos, revirtiendo el perverso esquema del dictador Batista. No es casual tampoco que Padura siga viviendo en su casa natal, a modo de pertenencia. Aún más: si Como polvo en el viento (2020) –novela que pone en juego la cubanidad atomizada a partir de una veintena de emigrados a Miami, Madrid, Barcelona y Buenos Aires– le llevó cerca de 700 páginas, en para Morir en la arena prefirió el camino inverso; la intimidad doméstica, ínfima. Un hermano mata al padre, el otro mata extranjeros en un continente ajeno. Uno deviene presidiario, el otro empleado administrativo. Pero los dos, a su ritmo, llegan a esa misma orilla y a esa arena que los encuentra desahuciados: toda una parábola preñada de lecturas posibles en la obra de quien sabe pintar su aldea para pintar lo humano.

Morir en la arena
Por Leonardo Padura
Tusquets
378 páginas, $ 36.900

Como polvo en el viento
Por Leonardo Padura
Tusquets
672 páginas
$ 31.400