Leer libros es una forma de pensar

admin

Hace poco, en una charla de sobremesa, salió el tema de la lectura de libros. Se sabe que mi visión sobre este asunto es bastante pesimista, en el mediano plazo. O un poco peor que pesimista.

El asunto empezó con la bien conocida lamentación generacional. Es decir, que los jóvenes no leen y se la pasan con el telefonito. En general, me incomodan las generalizaciones. Son la declaración aduanera de los sesgos, si me lo preguntan. Tengo, sin embargo, la impresión de que sí, hay una severa crisis de lectura. Lectura de libros. No de WhatsApp.

Lo sé (o lo intuyo) porque cada cuatrimestre hago una minuciosa encuesta encuesta sobre este asunto en el aula. En el mejor de los casos, mis alumnos –que aspiran a ser periodistas y cuyo número, después de 20 años, es más o menos representativo– han leído 10 o 15 libros.

–No puede ser –se asombró mi interlocutor, pese a que este sondeo confirmaba su generalización de un minuto antes.

–Es así, y es lógico que sea así –repliqué.

Ahí derivamos por una calle lateral, porque el que la crisis de la lectura fuera algo lógico no cayó muy bien. El caso es que leer libros es cansador. Mirar videos, no. Bueno, mientras no sean demasiado largos y los diálogos no vayan muy rápido o sean excesivamente profundos, pero ya llegaremos a eso.

Leer cansa. Si a alguien esto le cae mal, lo siento. Pero es así. Cansa porque debemos usar un área de la corteza visual que está especializada en reconocer rostros para convertir dibujitos (las letras, las palabras) en una narración. Los que todavía hoy seguimos prefiriendo un libro a una peli nos entrenamos de pequeños en esta actividad. Y porque leer, además de cansar, cautiva. Lo comparo a menudo con el running. No vas a hacer los 4K de un día para el otro. Pero una vez que entrenaste tu cerebro en la lectura, nada se le parece.

También es lógico. La gimnasia mental de la lectura de libros excede la simple conversión de dibujitos en lenguaje, de forma semejante a que la partitura del Tercero de Rachmaninoff es mucho más que una colección de símbolos. Uno se asombra gratamente cuando ve a una persona, sobre todo si es una persona joven, leyendo una novela en el subte (y no mirando el celular). Pero hay ahí un dato, y es algo que los que seguimos leyendo sabemos de sobra. Los libros nos atrapan, y pese a las numerosas dificultades que impone la lectura, en comparación con ver videos, lo hemos hecho en el colectivo, el tren y hasta en el ascensor (en serio). Algo prodigioso nos ocurre al leer libros, porque nuestra mente es la orquesta sinfónica que interpreta esa partitura lingüística. No hay, por lo tanto, ninguna diferencia entre leer y pensar. Así que si estamos dejando de leer, entonces estamos dejando de pensar.

Ver videos es algo para lo que la mente está preparada. Ver está en nuestro ADN. Oír, lo mismo. El lenguaje está también en nuestros genes. La lectura, en cambio, es una construcción cultural relativamente moderna. La escritura nació hace 5000 años y los libros en serie hace unos 500, con Gutenberg.

Estamos persuadidos de que el libro es alguna clase de cosa dada, de patrimonio inalienable, de derecho adquirido. ¿Es realmente así? Los humanos venimos caminando este planeta desde hace más de 350.000 años. El libro es un chispazo que aparece en las postrimerías de la Edad Media y que iluminó buena parte del mundo durante cinco siglos.

Por lo tanto, si la lectura se está convirtiendo en un lujo de pocos, como sostuvo esa persona aquella noche, entonces las consecuencias son pasmosas, porque la lectura de libros está en los cimientos de la civilización tal como la conocemos. Si dejamos de leer, el resultado no va a ser trivial. Como soy optimista a largo plazo, cada cuatrimestre ofrezco en el aula una lista de 100 obras para empezar a leer libros. Eso sí, la última vez que pregunté cuántos se la habían guardado, la respuesta fue tres. Tres de catorce.

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