Leonardo Sbaraglia brilla en Madrid con una obra teatral inspirada en cartas de William Faulkner

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Mate en mano, Leonardo Sbaraglia se conecta con Infobae Cultura en la media tarde de Madrid, desde un departamento del pequeño y bello barrio de Tribunal. Desde octubre, el actor argentino está viviendo en la capital española una experiencia que -para asombro del entrevistador, por qué negarlo- califica como “muy loca” y que “parece que le estuviera pasando a otro”.

—¿En serio?

—Sí, es muy loco… Quizás hubo momentos de mi vida en que me pude haber confundido; pero, en general, siento que siempre estuve con los pies en la tierra. Y bueno, quizás por eso también se disfrutan más algunas cosas: la situación de estar trabajando en teatro, en otro país, en una sala tan importante y tan increíble como El Teatro La Latina. Como que no te lo podes terminar de creer, ¿viste?

Durante octubre, de miércoles a domingos -con doble función los fines de semana- Sbaraglia pone en escena Los días perfectos, una obra unipersonal dirigida por Daniel Veronese y basada en la novela homónima del autor español Jacobo Bergareche: la historia del final de un amor entrelazada con unas cartas de William Faulkner que invitan a una profunda introspección sobre el matrimonio, la rutina y la nostalgia. En un año de intensa actividad, cruzado por el estreno de la ruidosa serie Menem -por el personaje, el estilo y su propia personificación del polémico expresidente- y la filmación de la nueva película de Pedro Almodóvar, uno de los actores argentinos más relevantes de este siglo vive este momento con una intensa satisfacción y confiesa: “Tengo una amiga que me dice: ‘No digas que no lo podes creer. Celebra lo que te está pasando’”. Esa celebración es, en cierto modo también, una mirada retrospectiva sobre su vida profesional. “En 2026 va hacer cuarenta años que me dedico a esto y en muchos aspectos me siento como si hubiera empezado ayer”, comenta con una sonrisa.

“Supongo que cada quien tiene su propio aprendizaje y su propio camino en la vida y el mío, evidentemente, debe pasar un poco por ahí ¿no? Atesorar y a valorizar. Creo que parte de lo que me está pasando es parte de ese recorrido. Nadie me regaló nada. Y la verdad que lo que está sucediendo ahora, acá en el teatro y lo que yo creo que va a seguir sucediendo, me parece que es una hermosa oportunidad. Para ampliarme, para crecer, para seguir aprendiendo», dice y toma otro mate.

Un ensayo de

—¿Qué crees que transmitis en escena, por tu interpretación y por el texto?

—Creo que casi nadie no se puede sentir identificado con el tema. Si bien habla de cuestiones que tienen que ver con los vínculos, ¿no? Porque es una carta que este hombre le escribe a su amor, a su pareja, a su rutina de diecisiete años… Es algo que trasciende y resulta transversal a todas las relaciones: con uno mismo, con los padres, con los hijos o con amigos. Y la medida del tiempo. Cómo uno puede aprende a entender y valorar los buenos momentos de la vida. Aquellos momentos, como dice la obra, “para guardar”. Como si fueran melodías que nosotros tenemos para luego poder usarlas de base, como si fueran standards de jazz a los que podemos volver para improvisar en pareja, en otro momento.

En ese sentido el texto de Bergareche es muy poderoso y creo que Veronese hizo una versión magnífica. Eso es un poco lo que está pasando y lo que recibe la gente. Y también desde el lugar donde decidimos hacerlo con Daniel [Veronese], que es un lugar muy humano. Siempre me decía: “No quiero que parezcas un actor. Quiero que esto sea completamente llano y natural”. Esto entre comillas, ¿no? O sea, para ser natural también hay que hacer un laburo. Es difícil subirse a un escenario y no parecer que uno está actuando.

Eventualmente lo que este hombre cuenta, podría llamarse una crisis: una grieta que se abre en su mente, Como él dice en un momento: “Estas cartas de Faulkner me iluminaron fatalmente todo aquello que yo no sabía que necesitaba”. Entonces, él empieza a volverse loco con esas cartas y ve el paso del tiempo, porque se extienden a treinta años de una relación. Entonces, todo esto le genera una especie de advertencia que lo pone en un lugar donde él descarnadamente y a corazón abierto, quiere encontrar nuevos caminos para vincularse.

Leonardo Sbaraglia está presentando

—Entiendo que es una dinámica distinta subirse a un escenario y recitar un monólogo en vivo, durante más de una hora. Muy diferente a los tiempos de filmación de una serie o una película.

— Y además estoy solo arriba del escenario: tengo que salir a la cancha y es como estar jugando un mundial. Tengo dos días de descanso y después vuelvo a ponerme frente a seiscientas, setecientas, ochocientas personas todas las noches, con su propia energía, con sus imprevistos… Obviamente requiere una dinámica muy diferente. Por suerte, hace muchos años que me mantengo en actividad teatral, aunque de manera un poco adyacente, periférica. No hacía teatro comercial desde el 2013, o sea, hace más de doce años. La última vez que me había subido a un escenario a nivel comercial había sido justamente con Daniel Veronese, haciendo Cock con la gran Eleonora Wetzler, el gran Diego Velázquez y el gran Jorge D’Elía. Un cuarteto precioso de compañeros.

Después de eso, bueno, mi agenda audiovisual no me dejó volver a hacer teatro. Pero sí junto con un grupo que formamos con Fernando Tarrés (un músico de jazz y un compositor maravilloso), hicimos durante más de diez años El territorio del poder, un espectáculo que armamos inspirados en algunas teorías de Foucault en relación al encierro y adaptaciones de algunos otros textos, de Elías Canetti y del subcomandante Marcos. Ahí me subí al escenario también como monologuista.

Daniel Veronese y Leonardo Sbaraglia, en las afueras de la sala madrileña: “Daniel me pidió 'No quiero que parezcas un actor

—El otro punto alto de tu año profesional ha sido volver a filmar con Pedro Almodóvar ¿Cómo fue esa experiencia? Hace poco estuvo Juan Gatti en Buenos Aires por un festival de cine, y hablamos de la nueva película…

—Bueno, Juan participó entre otras cosas en esta película porque… Mi personaje es un escritor y director: en mi escritorio, había una foto mía tomada por la mamá de mi hija, mi exmujer. Una foto preciosa que Juan intervino: quedó un cuadrito precioso, que por suerte me lo regalaron. Y que después Pedro me lo dedicó con un mensaje: “Yo, Juan Gatti y Warhol te queremos”,

Bueno, ¿qué decirte de filmar con Almodóvar? Puro agradecimiento. Para mí fue un sueño cumplido trabajar con Pedro y que, además, me haya vuelto a llamar. Por un lado, es cumplir un deseo brutal y, al mismo tiempo, trabajar con él es realmente una gran exigencia, porque es un director con las cosas tremendamente claras. Y te pide cosas milimétricas como actor. Está buenísimo y realmente es un gran aprendizaje trabajar con él. Mañana [N. de la R: se refiere a la noche del miércoles) me viene a ver al teatro…

Leonardo Sbaraglia en la escalera de ingreso a la estación de metro La Latina, a metros de la sala de teatro donde presenta

—El título de la película (Amarga Navidad) me hace pensar… Últimamente, la verdad, las películas de Almodóvar me parecen muy tristes. El título lo es ¿Va por ahí?

—El título está basado justamente en una canción de Chavela Vargas. Y aparece en un momento como de quiebre muy importante dentro de la película. Yo sentí que era un guion con una búsqueda, como él dice, en relación a lo que quiere experimentar en este momento de su vida a través de la autoficción, a lo Carrère. Son historias donde él construye una ficción sobre sí mismo, sobre sus temas, sus asuntos, sus angustias. Entonces, mucho tiene que ver con esa especie de relación entre la realidad y la ficción: cómo el arte puede contar las propias vidas. Y no solo la propia, sino también las vidas de la gente que a uno lo rodea. Qué es más importante, ¿no? La vida propia, la vida de tu amor, la vida de tu amistad. Es una especie de hipótesis que la película maneja. Como dice Pedro, es un intento superdesafiante y además complejo, de contar y de transmitir. No es una historia lineal (tampoco sé hasta qué punto puedo adelantar tanto, no me quiero exceder). Pero lo interesante, me parece, es que él busca poner en el tablero este juego entre la ficción y la realidad. Algo que, cómo dice, le ha interesado siempre: una especie de ficción dentro de la realidad, que también es una ficción. Un juego de muñecas rusas, una cosa dentro de la otra. ¿Qué más te puedo decir? Él es realmente un tipo genial y me siento muy agradecido, y muy privilegiado de haberlo conocido y de haber hecho ya, ni más ni menos, que dos películas con él.

La entrevista concluye con algunos comentarios sobre su vida cotidiana en Madrid, con un par de días de descanso y con la presencia constante de amigos argentinos y españoles a quienes ver en Madrid. También sobre la distancia de su casa temporal hasta el teatro: “cuatro estaciones de metro, aunque casi siempre me vuelvo caminando para bajar un poco…”, cuenta. Y finalmente, algo que reveló el mismo día de este diálogo, entrevistado en un programa matutino de Radio Nacional de España. “Me he hecho varias fotos desde la boca del metro con el fondo del cartel de mi cara en los pastizales que retrató Sergio Parra”, contó en el programa Las mañanas de RNE. Justamente, una de esa imágenes cedidas gentilmente a Infobae Cultura, ilustra esta nota.

[Fotos: archivo personal L.S.; Sergio Parra]

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