En gran medida, la sociedad argentina ha tendido a desplazar la libertad y, en consecuencia, a aceptar múltiples limitaciones al derecho de propiedad. Como sostiene Hayek, libertad y propiedad privada son prácticamente dos caras de una misma moneda. Este mal se ha apoyado tanto en ideologías como en modelos. Las ideologías estructuran la forma en que las personas explican el mundo. Se rigen por un elemento normativo esencial y, además de pretender comprender la realidad, suelen establecer con cierta soberbia cómo debería ser. Los modelos combinan creencias y mitos con mecanismos que permiten recibir e interpretar la información.
En su menosprecio por la libertad, los gobiernos han instrumentalizado esas ideologías y modelos para el incremento de su poder. Desde la década de 1940, y casi de manera ininterrumpida hasta hace poco, una prédica de corte “goebbeliano” logró debilitar e, incluso, anular instituciones que habían conducido al país por una senda de crecimiento. ¿Cómo se logró tal decadencia? El miedo a la libertad impulsa a las personas a someterse a la tutela del “ilustrado” o del autoritario. Como señala Erich Fromm, este miedo es la angustia que surge cuando la persona se ve obligada a asumir su autonomía y su responsabilidad. Eso es aprovechado por grupos de poder -en particular, por los gobiernos- para resguardar sus intereses en detrimento del interés general. Por eso, a quien realmente debe temerse es a quien se autodenomina “líder”.
No es exacto afirmar que las ideologías y los modelos siempre preceden a la acción gubernamental. Más bien, suelen ser utilizados como instrumentos, justificativos para llevar agua al propio molino. Mediante ellos, los gobiernos han moldeado instituciones excluyentes que apartaron al país del camino de la libertad y el progreso. “Las sociedades que se quedan estancadas -afirma Douglass North, premio Nobel en Economía- encarnan sistemas de creencias e instituciones que no logran enfrentar ni resolver nuevos problemas de complejidad social.”
La sociedad argentina quedó, por décadas, estancada a raíz de la presión de grupos políticos, gremiales y económicos que, voluntaria o inconscientemente, actuaron en favor de tal estancamiento para su provecho. El ejemplo más claro es el ataque a la producción agraria, donde la intervención estatal busca controlar sus ganancias. Robert Paarlberg (Harvard Kennedy School) escribe: “En países menos desarrollados, es común que la población ligada al campo sufra una dura presión impositiva, mientras que en países desarrollados la población ligada al campo está fuertemente subsidiada a expensas del sector no agrícola”
El ejemplo argentino es patético, como lo demuestran las décadas de discriminación contra el agro, en su ataque directo al derecho de propiedad. Con el tiempo, esas estrategias discriminatorias se institucionalizaron y terminaron por erigirse en un dique de contención -de puro concreto- para el desarrollo nacional. Aun cuando el paso del tiempo demostró las limitaciones de la llamada tendencia del deterioro de los términos del intercambio, sobre la que se ha construido tal discriminación, aun cuando los propios Prebisch y Singer (Cepal) no la definiera como una ley secular o continua, la idea ha permanecido hasta quedar como una suerte de institución, obviamente exclusiva.
La historia enseña que el desarrollo proviene de determinadas instituciones, cuyo sitial de honor es ocupado por el Estado de derecho, el respeto a los derechos de propiedad y la libertad. Desde la asunción del nuevo gobierno, se nota un cambio. Según la fuerza con que este desate el nudo de ideologías y modelos de años de vigencia, y según el apoyo que brinden aquellos ciudadanos hartos del temor a la libertad, la sociedad podrá avanzar en el desarrollo de instituciones inclusivas que aceleren el progreso, que ya se insinúa. El país demanda ceñirnos a la libertad, con coraje, recordando las palabras de F. Dostoievski. “La libertad significa responsabilidad, por eso la mayoría de los hombres le tiene tanto miedo”
Economista