La familia se muda, y uno de los principales focos de atención en la nueva casa es dónde van a ubicar tres bibliotecas: buscan espacio, funcionalidad y relevancia, porque se trata del hogar y vidriera de los libros, de cientos de libros, a los que allí se les rinde culto. Hubo consultas a decoradores y carpinteros, y, por supuesto, a sitios de internet, que ofrecen un abanico ilimitado de ideas (hasta una biblioteca con forma de árbol, en un living; el árbol de la sabiduría, se entiende, en este caso de muy dudoso gusto). También la inteligencia artificial resultó ser una fuente de inspiración y propuestas. En realidad, no se trata solo de libros. Serán acompañados por una suerte de museo casero de la comunicación: colección de máquinas de escribir (algunas de las cuales se remontan a la primera mitad del siglo pasado), de viejos teléfonos, la línea evolutiva de la telefonía celular, procesadores de texto, fax, una miniimpresora portátil que en su momento fue preciada joya, radios, filmadoras…
Esta familia rabiosamente lectora viene de sufrir una dolorosa amputación: en la mudanza se vio obligada (por falta de espacio) a desprenderse de algo más de 300 ejemplares, donados a bibliotecas populares.
Llegó la hora del desquite: que los libros, divino tesoro, vuelvan a brillar.