Lilo y Stitch: un clásico animado que cobra vida en formato de acción real

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Lilo y Stitch (Lilo & Stitch, Estados Unidos/2025). Dirección: Dean Fleischer Camp. Guion: Chris Kekaniokalani Bright, Mike Van Waes, Chris Sanders, Dean DeBlois. Fotografía: Nigel Bluck. Música: Dan Romer. Edición: Phillip J. Bartell, Adam Gerstel. Elenco: Maia Kealoha, Sydney Agudong, Chris Sanders, Zach Galifianakis, Billy Magnussen, Courtney B. Vance, Amy Hill, Tia Carrere, Kaipo Dudoit. Duración: 108 minutos. Calificación: apta para todo público. Distribuidora: Disney. Nuestra opinión: buena.

Sin dudas fue el personaje más disruptivo de Disney, el que iba intencionalmente contra el estereotipo recurrente de la factoría de príncipes y princesas, creada hace más de 100 años. En 2002, cuando se estrenó la película animada, su campaña de marketing consistió en una sucesión de teasers donde el indómito extraterrestre tomaba por asalto clásicos como La bella y la bestia, Aladdin, El Rey León o La sirenita, con un humor al borde de lo aceptable. Así de incorrecta fue la llegada de Stitch al universo Disney, un “experimento” (tanto en la ficción como en la realidad) que dio notables resultados, con secuelas para el formato hogareño, merchandising de todo tipo y hasta una serie de televisión.

Algo más de dos décadas después, y como parte de este innecesario entusiasmo de la compañía por recrear sus clásicos animados en formato live action, Lilo y Stitch tiene otra oportunidad para conquistar a una nueva generación. La pregunta es: ¿podrá?

Para quienes no vieron o no recuerdan la película de 2002, un resumen de la historia, que se repite, calcada, en la versión 2025: una solitaria niña hawaiana llamada Lilo adopta lo que cree es un perro abandonado, sin saber que en realidad se trata de un pequeño monstruo alienígena que llegó a la Tierra escapando de su planeta. Mientras Stitch (nombre que le da la nena, al hasta ese momento conocido como “experimento 626”) trata de adaptarse para evitar ser capturado, Lilo lo integra a la caótica vida que lleva junto a su hermana mayor, Nani, quien hace lo imposible para mantener su custodia luego de la muerte de sus padres. Con sus características individuales, cada uno de los personajes siente que no encaja en la realidad que se les impone, y su único consuelo es aferrarse a un mismo concepto: “Ohana”, que -como se explica en varios pasajes- significa “familia”. Y “familia” significa que nadie se queda atrás ni se olvida.

El cambio mayor de esta nueva versión es el añadido de una vecina, Tutu (Amy Hill), que se integra a la familia de Nani y Lilo, y permite un desenlace diferente para ellas, más acorde con los tiempos que corren. También se ha reafirmado el carácter destructivo de Stitch, coronado en unos pocos momentos añadidos, que no entorpecen el desarrollo de la historia y que además tienen su gracia. Por otra parte, se ha reforzado un poco más el vínculo con Lilo (una muy expresiva Maia Kealoha), y se han sumado algunos gags merced a la “transformación humana” de los perseguidores alienígenas Jumba (Zach Galifianakis) y Pleakley (Billy Magnussen). Entre lo que ha quedado en el camino, lo que más se extraña es el protagonismo de Elvis Presley (el ídolo de Lilo en la primera película), que en esta oportunidad se ha reducido a formar parte de la banda de sonido, sin tener injerencia en la historia.

La buena noticia es que la estructura está intacta y tanto la trama como sus protagonistas todavía funcionan, lo que confirma la solidez narrativa de la escritura original. Aunque al comienzo cuesta acostumbrarse, tanto a las versiones de carne y hueso como a la criatura renderizada, conforme se abraza la fantasía, los personajes se vuelven tan queribles como aquellos. Y el entretejido emocional que atraviesa todo el relato, llegando al final, vuelve a pegar fuerte en las glándulas lagrimales.

Como ha pasado con la mayoría de las últimas remakes de Disney (a excepción, quizás, de El libro de la selva), Lilo y Stitch no arriesga. Más bien se acomoda, relaja y deja hacer al material original, que continúa siendo tan atractivo como hace veinte años. Por eso se disfruta, no defrauda, pero tampoco inspira ninguna ovación de pie.

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