“No puedo borrar de mi mente que mi pequeño se murió en mis brazos. Y sé que ese dolor imposible de definir me va a atormentar hasta el último día”, confiesa apenas recibe a LA NACION en su casa de Bernal, Johana Montoya, la mamá de Bastian Escalante, el niño de diez años que el 10 de julio de 2024 terminó muerto por los disparos que ejecutó el policía bonaerense Juan Alberto García Tonzo para defenderse de delincuentes que quisieron robarle la moto en Wilde.
El oficial, quien pertenecía al Comando de Patrulla de Avellaneda, fue condenado a 21 años de cárcel por el homicidio y el Tribunal Oral en lo Criminal N°4 de Avellaneda, además, le impuso 10 años de inhabilitación especial para desempeñar funciones como policía de seguridad pública, privada o de prevención y para tener o portar armas de fuego.
El día de la tragedia, a las 20.37, Bastian iba en su bicicleta con su madre, que caminaba a su lado, tras haber terminado su entrenamiento de fútbol de la categoría 2013 en la Sociedad de Fomento Barrio de La Carne.
Apenas habían hecho una cuadra por la calle Caxaraville cuando ella advirtió que un par de motochorros intentaban robarle la moto Rouser NS200 a una persona que vestía de civil y que luego se determinó que se trataba de un policía. Vio que llegaban otros dos delincuentes y que el hombre asaltado había sacado un arma. Cuando le gritó a su hijo que debían volver urgentemente sobre sus pasos sintió las detonaciones.
Bastian, víctima de los disparos, esa noche pedaleó hasta que no pudo más. Alcanzó a decir “¡Ay, ma!”, y cayó al suelo, desvanecido. Johana, en medio de su dolor, suma detalles: “Me decía que le dolía. Cuando vi dónde tenía lastimado me di cuenta de que era en el cuello. Pedí socorro y llegó un patrullero que nos llevó a la UPA [Unidad de Pronta Atención] y de ahí al Hospital Finocchieto. Solamente vi al policía. Tampoco vi que los asaltantes dispararan cuando pasaron a toda velocidad por al lado nuestro por Caxaraville huyendo de la balacera… Al único que le divisé un arma fue al policía. Lo que nunca me voy a olvidar es que otro efectivo de la bonaerense, que fue el que llegó primero al lugar, dio la orden e intentó levantar las vainas servidas y demás elementos relacionados con el hecho. Pero gracias a los vecinos que advirtieron la maniobra, no pudo”.
Uno de los proyectiles entró por la cervical derecha de Bastián y salió por su hombro izquierdo. Y el otro impactó en el omóplato. En el hospital sufrió un shock hipovolémico por hemorragia aguda y dos paros cardiorrespiratorios. Superó el primero, pero mientras lo operaban hizo un segundo paro y murió.
Johana explica a LA NACION que desde ese día su vida cambió para siempre: “Yo trabajaba, era feliz, pero tuve que dejar mi trabajo, no duermo si no tomo pastillas. Todo el tiempo tengo la imagen de mi hijo muriendo. Estoy con psicóloga y psiquiatra. Mi marido es el único sostén de nuestra familia y es quien, con el mismo dolor que yo, sale todos los días a trabajar. Mis hijas nunca más volvieron a sonreír, extrañan a su hermano y si bien hoy tenemos una condena, nuestra vida nunca más será la misma. Ya no tenemos alegría, porque él no está y era el que las provocaba. Mi empleo lo perdí porque había días en los que no podía levantarme de la cama. También pienso en Alejandro, mi pareja, porque él no pudo ni siquiera recibir ayuda psicológica ni hacer el duelo porque hace de todo para sostenernos a nosotras. Es muy doloroso, muy injusto. Ni en mis peores pesadillas me aparecieron momentos tan dolorosos”.
La trágica escena que debió enfrentar la atormenta de forma permanente: “Yo vi a lo lejos a una persona que sacaba un arma; pensé que era un robo y por eso decidí pegar la vuelta. Quería volver al club, pero no llegamos. Escuché disparos, más o menos diez, que venían de atrás. Intentamos apurarnos hasta la esquina. No llegué a girar. Antes de doblar él se quejó, me dijo: ‘Ma…’. Y cuando terminó de decirme eso se desvaneció y cayó al piso. No podía hablar. Cuando me di cuenta de que tenía un disparo traté de presionarle, porque le salía mucha sangre. Ya en el hospital tenía mucha espuma en la boca. Llegó, hizo un paro y lo metieron en el quirófano. La cirugía habrá durado cuatro horas. Yo llamé a Alejandro [Escalante, su marido y papá de Bastian] y vino, pero ya no hubo nada más qué hacer”.
Respira profundo y se le iluminan los ojos cuando lo recuerda en vida: “Era la luz de la casa, el mimado de sus hermanas. Nosotros íbamos dos veces por semanas al club porque a él le encantaba jugar a la pelota tanto como coleccionar figuritas. Era un nene feliz al que le arrebataron la vida, todos sus sueños. Una persona que jamás pensó en el daño que podía ocasionar se cruzó en sus anhelos y disparó en un lugar que estaba lleno de chicos».
Agregó: “Bastian soñaba con la pelota, idolatraba a Messi, como todos los nenes de Argentina. Yo lo cuidaba para que siempre estuviera bien tanto en los entrenamientos como en los partidos. La verdad es que como le tocó a Bastian podía haberle pasado a cualquiera. Esa noche el policía jamás vino a ver qué pasaba, apenas si se acercó al lugar miró y se fue. Ni siquiera llamó al 911 y para colmo cuando declaró mintió y ni siquiera nos pidió perdón. Recién en el juicio lo hizo, pero ya era tarde. Bastian no se merecía esto”.
Johana Montoya rememora también lo que sufrió mientras transcurría el juicio oral: “Solo pude estar presente porque quería justicia por mi hijo. Pero fue revivir todo el dolor y, sobre todo, tener que escuchar mentiras como las del abogado del policía, que pidió cinco años de condena. En ese momento me fui de la sala porque no podía seguir escuchando, pero siempre traté de estar tranquila por Bastian, porque sabía que cualquier cosa que yo hiciera podía entorpecer el debate. Y eso es lo último que queríamos nosotros. Fue clave el apoyo de mi familia, sin ellos yo no podría seguir adelante. Todo lo hacemos por Bastian y su memoria”.
Más allá de que haya habido sentencia, Johana afirma que le resultó insuficiente: “Hubiésemos querido cadena perpetua, pero mi abogado, Matías Morla, me explicó que por algunas atenuantes eso no era posible. Entonces insistimos con la mayor de las penas. Y si bien a Bastian nada nos lo va a devolver por más que él esté 21 años en prisión, significa algo de paz para nuestra familia, poder volver a empezar con nuestras hijas. ¿Sabés? Nuestra casa antes estaba llena de ruido, de música, de sonrisas y hoy está muda, muerta, en silencio. Además de los problemas económicos que nos trajo porque antes teníamos dos sueldos. Nos destruyó por todos lados, pero lo que más nos duele es que nunca más vamos a tener a nuestro bebé. Tenemos dos hijas por las que seguir adelante, pero somos conscientes de que nada será fácil. Estamos rotos, destrozados. Ojalá nuestro hijo nos ayude”.
Pedido de cárcel común
A su turno, Morla destacó que en poco más de un año se logró una condena contra el policía García Tonzo: “Hay que destacar el trabajo de la fiscal, Mariela Montero, que llevó adelante una tarea impecable en la que pudimos comprobar que García Tonzo no actuó con exceso en la legítima defensa, sino que fue el responsable del homicidio y por eso fue condenado por Homicidio calificado por el uso de armas. No midió las consecuencias de sus actos, no tuvo responsabilidad y utilizó un arma provista por el Estado. Nunca dejó de disparar pese a que los malvivientes habían huido, lo que demuestra un desprecio por la vida ajena, con la agravante de ser miembro de una fuerza pública”, precisó Morla a LA NACION.
El abogado, que oportunamente había logrado la detención del policía, quien debió esperar el juicio tras las rejas, agregó: “La idea es pedir el traslado a una cárcel lejos de su lugar de residencia porque sabemos cómo se manejan estas cosas. Empiezan a pedir salidas y la idea es que cumpla su condena, ya que el daño que causó es irreversible. Fue un trabajo ejemplar de la justicia sin mezquindades. Para el Tribunal Oral Criminal N°4 de Avellaneda fue la primera experiencia en un juicio por jurados y hay que destacar su funcionamiento. Se cumplieron con todos los requisitos, la jueza María Angélica Sayago del Castillo llevó el debate sin problemas y en tres jornadas pudimos llegar a la sentencia. El Estado debe hacer una fuerte autocrítica. No se le puede dar un arma reglamentaria a personas como estas. Hay que hacer un trabajo muy profundo en la contención psicológica de las fuerzas de seguridad para que actúen con responsabilidad y que no haya más víctimas inocentes».