Madrid, 24 may (EFE).- La información también es un arma y por eso los dos bandos de la Guerra Civil española la utilizaron. Espías de uno y otro pulsaron en una y otra retaguardia la moral de las tropas, sus planes estratégicos, sus despensas de víveres… Con sus artimañas también contribuyeron a ganar (o perder, claro) la contienda.
De cómo fue ese espionaje da cuenta Jesús María Pascual, periodista e historiador en su libro «El Espionaje en la Guerra Civil», editado por Catarata y que recientemente ha salido a la venta.
Pascual ha hablado con EFE de este libro, que es solo una parte de su tesis (cum laude, por cierto). Para ella, eligió como tema el Servicio de Información que creó el gobierno republicano en el exilio, pero acumuló tanta información que llegó hasta las 865 páginas, las que ahora ha «purgado» para trasladar a los lectores cómo fue el espionaje en la Guerra Civil.
Así, ha dejado en algo más de 300 páginas un primer libro que comienza con un capitulo dedicado a los orígenes de espionaje en España, para adentrarse después en los espías de la República en la Guerra Civil, seguir con los de Franco y acabar con el espionaje extranjero en la guerra española, que también lo hubo.
Pascual ha echado mano de muchas fuentes, de causas judiciales contra supuestos espías y de un buen puñado de archivos, incluidos algunos británicos, franceses y de EE.UU., para documentarse sobre un tema del que no se ha escrito mucho.
«La información es vital. Saber qué movimientos militares hace el enemigo, conocer sus fuerzas, la moral de las tropas, saber si comen bien o no, si tiene muchos desertores o no, si está bien estructurado el mando…. todo eso es fundamental», subraya el autor.
Porque los espías de uno y otro bando se colaban en la retaguardia, añade Pascual antes de afirmar que en Madrid había «una auténtica psicosis» porque todos sospechaban de alguna persona que tenían cerca, «pensaban que podía ser un espía».
El autor asegura que Franco estaba obsesionado por el espionaje cuando fue comandante militar de Baleares en la Segunda República. Y es que creía que muchos de los turistas extranjeros que ya en esa época viajaban a las islas iban a «espiar» para contar «a potencias extranjeras lo que pasaba en España».
Por eso, fue uno de los impulsores de un decreto que endurecía la estancia de los extranjeros en Baleares, se la limitaba a un tiempo determinado. Tuvo poco tiempo de vigencia, porque «los intereses económicos de las Islas Baleares no se podían tocar», explica el autor.
También recuerda en su libro otro ejemplo «muy curioso». Cuandoel Ejército franquista tomó el norte de España, se les ocurrió una operación propagandística para dar a entender a los europeos que la rebelión franquista estaba justificada.
Se trataba de unas rutas cuyo objetivo era atraer sobre todo a franceses para que visitaran esa zona. Pero una parte de los militares se opuso, porque «estaban realmente aterrados ante la posibilidad de que las personas que entraran fueran espías e informaran de movimientos militares, situación de tropas, defensas, etc.., al enemigo».
Hubo también división de opiniones cuando se planteó que una etapa del Tour de Francia discurriera por tierras guipuzcoanas. Los que se opusieron argumentaron que podría ser una oportunidad para que se introdujeran espías. Pero esto ocurrió en 1949 y por eso el autor no lo ha incluido en el libro.
Pascual ha repasado asimismo un buen número de causas judiciales y como ejemplo cita la que supuso el encarcelamiento durante casi dos meses de una mujer que visitó a su marido en la cárcel y que llevaba una sortija sospechosa que, según creyeron, identificaba a un grupo dedicado a espiar para el bando franquista.
Los espías profesionales existían, pero no eran los más comunes. Más bien proliferaron en esa época espías ocasionales que consiguieron información de forma esporádica o para ganarse la vida.
De estos últimos hubo mucho en ambas retaguardias y, como comenta Pascual, cobraban por cada vez que se metían en la zona enemiga.
Algunos recibían formación reglada en escuelas que había de espionaje, pero no era lo habitual. «Había más espías improvisados que profesionales, pero su trabajo, me da igual profesional que amateur, fue fundamental en el desarrollo de la guerra», apostilla el autor.
En el libro, Pascual cuenta cómo los agentes de información del bando franquista, que era el bando rebelde, estaban formados por personas que habían estado en los servicios de información de la Segunda República.
De este modo, se produjo «la curiosa circunstancia de que al principio de la guerra ambos bandos compartían códigos, con lo cual era muy fácil descubrirles. Hasta que se profesionalizó un poco más la codificación de mensajes».
Hay que leer el libro para que los neófitos en la materia descubran nombres inolvidables del espionaje español, como el de Faustino Antonio Camazón, un estudioso de la criptografía que trabajó para el bando republicano en la Guerra Civil y quien sistematizó los códigos que se empleaban para transmitir los mensajes a fin de que no fueran interceptados.
Después trabajó con la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial y para el gobierno republicano en el exilio.
Y en el bando franquista destaca Antonio Sarmiento León-Troyano, un experto en el manejo de la máquina Enigma, diseñada para cifrar y descifrar mensajes y muy famosa en la Segunda Guerra Mundial.
Franco consiguió comprar a los alemanes en noviembre de 1936 diez unidades para remitir los mensajes de forma segura y para que en el caso de ser interceptados, no pudieran ser descifrados.
La profesionalización de los espías fue «mayor y más continuada en el tiempo en el bando franquista. Y eso fue uno de los factores que también les ayudó a ganar la guerra», concluye Pascual. EFE
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