El grupo de WhatsApp que integran 50 pediatras, enfermeros, bioquímicos y otros destacados profesionales de la salud, todos jubilados del Hospital Garrahan, está más activo que nunca. La mayoría de sus miembros formaron parte de esa institución desde sus comienzos, en 1987, cuando recién estaba en pañales, y, tras una larga trayectoria, se convirtieron en jefes de servicios emblemáticos, como oncología, terapia intensiva o la unidad de trasplante de médula ósea.
Fueron eslabones clave en el proceso que llevó a convertir a este hospital pediátrico de alta complejidad, en un modelo pionero no solo en el país y la región, sino en el mundo. Por año, en el Garrahan se atienden entre 600 y 700 mil consultas de niños, niñas y adolescentes que además de cursar enfermedades graves, están atravesados por todo tipo de vulneraciones de derechos.
Hoy, estos profesionales comparten además un mismo sentimiento de “profunda tristeza y preocupación” ante el conflicto que tiene al Garrahan en el centro de la escena y que alcanzó su punto de ebullición en los últimos días. Empezó a gestarse, sin embargo, desde fines del año pasado, a partir de un presupuesto estancado, sueldos derrumbados y el consiguiente éxodo de médicos y otros especialistas de la salud.
“El hospital siempre tuvo conflictos, de mayor o menor magnitud. Pero esto es totalmente diferente, porque que los profesionales quisieran irse, no existía”, resume Aldo Haimovich, médico pediatra y excoordinador de terapia intensiva del Garrahan. Y amplía: “Los conflictos eran por mejores condiciones de trabajo, mejores sueldos o más reconocimiento. Pero en este momento el mayor problema no es el reclamo gremial, que es totalmente justo: el drama es que la gente se está yendo”.
A su lado, Andrea Schon asiente. Ella también es pediatra y se desempeñó como coordinadora del Área de Mediano Riesgo: “Entrar al hospital era entrar a la meca del conocimiento. Era absolutamente impensable que un médico quisiera irse del Garrahan”, agrega.
Junto a otros seis exjefes de servicio del hospital (todos jubilados), Haimovich, y Schon conversan con LA NACION en un café a tres cuadras del Garrahan, mientras en la puerta de esa institución se desarrolla una asamblea de trabajadores.
“Todos tenemos la misma idea: defender la salud pública pediátrica, que es un derecho inalienable, universal y gratuito para los niños, niñas y adolescentes. Estamos muy preocupados porque eso se termine. La salud no es un gasto: es una inversión a futuro y para todo el país”, asegura Schon.
Las capas de la vulnerabilidad
En el Garrahan, niños, niñas y adolescentes en situación de pobreza y exclusión han accedido desde sus comienzos a una atención de la salud de primerísimo nivel. En otras palabras, los pacientes de ese hospital son los más vulnerables entre los vulnerables.
Para explicarlo, Carlos Figueroa, pediatra y quien fue jefe de clínica de la Unidad de Trasplante de Médula Ósea, cita la Declaración de Helsinki, un documento que establece principios éticos para la investigación médica en seres humanos, creado por la Asociación Médica Mundial (AMM).
“Allí se habla de categorías de vulnerabilidad y de esta como un proceso dinámico. Hay como capas de vulnerabilidad: porque si estás enfermo, pero además vivís lejos y en situación de pobreza, si sos mujer y aborigen, todas esas cuestiones se van sumando”, dice Figueroa. “El hospital recibe pacientes que tienen todas esas características, y hay que hacer un trabajo muy fuerte no solo para que lleguen a un diagnóstico, sino para hacerles accesible el tratamiento”.
Es allí donde intervienen sectores claves, como el de trabajo social. “Ese servicio es fundamental en la tarea que hacemos. Pero ahora ya no van a ingresar nuevos becarios ni nuevos residentes. Solamente queda la gente venía de antes. Esto me parece gravísimo porque un gran porcentaje de la atención de estos pacientes depende del servicio social”, advierte Betina Spagnolo, que fue jefa de clínica y coordinadora de Cuidados Intermedios y Moderados (CIM) N°73.
El modelo en riesgo
El grupo de WhatsApp que integran los exjefes de servicio y otros profesionales también jubilados con distintas especialidades (como neonatólogos, terapistas, cirujanos, oncólogos y kinesiólogos, por nombrar solo algunas), nació de un sentido de pertenencia que va mucho más allá de la vocación y el orgullo que les implica haber desarrollado su carrera en el Garrahan: durante muchos años, pasaron más horas dentro del hospital que en sus propias casas, y esa experiencia los marcó de por vida. “Cuando uno escucha la palabra ñoqui, a mí particularmente se me revuelve el estómago. Nunca fuimos y no somos ñoquis”, dice Schon con tristeza.
Decidieron dar esta entrevista porque sienten la necesidad “de hacer algo” desde su lugar. Advierten que el éxodo de profesionales en búsqueda de mejores ingresos y las consiguientes vacantes que quedan sin cubrirse, y la falta de presupuesto e inversión hacen que peligre el modelo que hizo que el Garrahan se convirtiera en un emblema de la pediatría.
“Hoy los sueldos del Garrahan no solamente son muy inferiores a los de la actividad privada, sino que están por debajo de los hospitales públicos de la ciudad de Buenos Aires, algo que antes no pasaba. Eso hace que muchos profesionales busquen alternativas y que las renuncias que se están produciendo, no se cubran”, señala Haimovich.
Eduardo Silvestre, médico pediatra y quien fue coordinador de atención no programada del Área Ambulatoria, suma: “Sentimos angustia porque se destruye lo que con tanto esfuerzo logramos construir. Cuando ingresé al Garrahan tenía cuatro trabajos y de a poco fui dejándolos para concentrarme exclusivamente en la tarea del hospital. En ese momento se podía. Es muy importante recuperar y sostener aquello que fue y es tan importante para la comunidad”.
Una bisagra en la pediatría
Para que el Garrahan llegase a convertirse en pionero en términos de avances tecnológicos y en la especialización de sus personal de salud, los exjefes subrayan que hubo algo clave: lo que se conoce como modelo de atención prolongada.
“Fue algo inédito y una bisagra en la Argentina. Antes del Garrahan ningún hospital pediátrico funcionaba así. Nosotros entrábamos a las 8 de la mañana y nos íbamos a las 16 o 17. Eso favoreció el desarrollo de un montón de herramientas y que se fueran configurando los equipos de salud. Todo eso impactó en la atención de los pacientes”, asegura Schon.
Figueroa señala: “Hoy a todos nos pasa lo mismo: la bronca por lo que está pasando fue superada por la tristeza. Porque todo lo que se logró en el Garrahan se hizo en función de ese modelo hospitalario basado en un horario prolongado, donde nuestro principal interés profesional era el desarrollo del hospital. Se apostó al trabajo en equipo y el tiempo compartido, y se generó un modelo donde uno entró a trabajar pensado que su principal actividad profesional de toda la vida iba a ser el hospital”, enfatiza Figueroa.
Todo eso, advierten, hoy está en riesgo. “Cuando se abrió el hospital, salvo los jefes de servicio de ese momento, teníamos en promedio 30 años. Con lo cual, nos jubilamos todos de golpe. Nos atemoriza el hecho de que todo lo que se logró en casi 40 años, ahora se pierda porque no haya quien tome la posta”, dice Antonio Latella, pediatra y excoordinador del Centro de Atención Integral del Paciente Hemato-oncológico (Caipho).
La equidad como prioridad
Hasta 2016, el financiamiento del Hospital Garrahan se compartía en partes iguales entre Nación y la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, mediante un convenio firmado a principios de 2017, el aporte pasó a ser del 80 % por parte del Estado nacional y del 20 % por parte del gobierno porteño. Este cambio también modificó la representatividad de ambas jurisdicciones en el Consejo de Administración.
Si bien el hospital genera recursos propios —por ejemplo, a través de cobros a obras sociales, convenios de investigación, donaciones y otras actividades—, la porción mayoritaria del presupuesto sigue dependiendo de los aportes gubernamentales.
“Algo que resuena cuando hoy se habla de eficiencia y eficiencia, es que a pesar de que el hospital mantuvo la capacidad de facturar y de generar recursos propios, siempre la prioridad fue la equidad y atender fundamentalmente a los que no tenían posibilidad de atenderse en otro lado”, detalla Haimovich.
“Hay pacientes que por ahí son de sistemas prepagos o de obras sociales, pero se atienden acá porque tienen una patología que lo justifica. Si tiene otro lugar donde eso pueda ser atendido, ese paciente se deriva y nos quedamos con el que no tiene cobertura. El modelo nunca fue pensar cómo se podía facturar más y siempre quedó claro que el funcionamiento del hospital tiene que depender del presupuesto de un Estado que entienda que la salud pública es parte de su función”, enfatiza el exjefe de terapia.
Las anécdotas y datos para ejemplificar por qué el Garrahan se convirtió en punta de lanza no cabrían en una nota. Sentados en torno a la mesa del café, rápidamente los exjefes de servicio repasan algunos: desde cómo allí se realizan tratamientos de diálisis incluso en bebés que pesan menos de 10 kg, algo que no es común en muchos otros centros pediátrico y que les permite a los pequeños llegar a un trasplante; hasta la forma en que se revirtió “la sentencia de muerte” que tenían niños con patologías neuromusculares complejas.
Latella cuenta que en la Argentina la cantidad de chicos de menos de 15 años que se diagnostican con un cáncer nuevo cada año son alrededor de 1500. “El 30% o más, unos 400 de ese total, vienen a atenderse al Garrahan porque son los casos más graves y difíciles de curar. Eso hace que sean los pacientes más críticos, más vulnerables y de mayor riesgo”, cuenta.
Teniendo eso en cuenta, explica que en los países de mayores ingresos, se calcula que casi un 90% de los chicos con cáncer consiguen curarse y sobrevivir. “En la Argentina estamos por debajo de ese porcentaje, alrededor del 70%. Excepto en el Hospital Garrahan, donde aún trabajando con las patologías más complicadas, el 80% logra curarse. Esto tiene que ver mucho con el trabajo de los equipos”, dice Latella.
Trabajo en equipo
La formación de profesionales también es un punto clave. Desde el Garrahan se formaron equipos de terapia intensiva de todo el país y, gracias al desarrollo de la telemedicina, se logró supervisarlos a la distancia para evitar el traslado de pacientes y mejorar la atención en algunas de las provincias con mayores índices de pobreza, como Santiago del Estero.
Además, muchos de los médicos que se capacitaron en el emblemático hospital hoy son jefes de servicios de instituciones del interior. “Eso es importante porque permite que haya mejorado la salud pública de todo el país”, señala Latella.
Por su parte, Stella Maris Fernández, enfermera y exdirectora de enfermería, subraya la formación de excelencia de sus colegas y cuenta cómo, en 2006 y después de un arduo trabajo, se creó la carrera de enfermería profesional, la primera que se hizo dentro de un hospital.
El trabajo interdisciplinario fue siempre un sello distintivo del Garrahan. Eduardo Chaler, bioquímico y excoordinador del área de laboratorio, asegura: “Acá realmente nos juntábamos y debatíamos los resultados”.
En esa línea, Spagnolo suma: “La formación en medicina interdisciplinaria que hemos tenido fue impresionante. Había pacientes que suscitaban reuniones de 20 personas de distintas especialidades y no solo médicas. Esto fue muy enriquecedor, no solo para el paciente, porque las decisiones se tomaban con todos los saberes de cada uno, sino para nosotros”.
En medio del éxodo de profesionales, esas prácticas que fueron esenciales, tambalean. Mientras se levantan de la mesa del café, los exjefes de servicio coinciden en una certeza que va más allá de los diagnósticos y los tratamientos: el Garrahan no es solo un hospital, es una construcción colectiva de décadas, un espacio donde miles de niños y niñas recibieron atención cuando no había ninguna otra puerta abierta.
“Lo dimos todo por este hospital, pero no por una cuestión personal. Lo hicimos porque creímos —y seguimos creyendo— que la salud pública no es un privilegio, es un derecho”, aseguran.
Luego de más de una hora de charla, el grupo de exjefes se despide sin ceremonias. Al salir, cruzan la mirada con una madre que carga a su hijo dormido en brazos. La imagen resume lo que para ellos está en juego.