Los Navajas: la historia detrás de la familia que revolucionó el negocio del mate y del té en la Argentina

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En el norte de Corrientes, a casi 100 kilómetros de Posadas y 330 de la ciudad de Buenos Aires, hay un lugar donde el tiempo se mide en cosechas. El aire se respira puro, los tiempos cambian y el celeste del cielo se ve invadido exclusivamente por la naturaleza. Monos que saltan entre los árboles, pájaros que hacen sus escalas y lagunas en las que los carpinchos se sumergen con la tranquilidad de un ecosistema en el que nadie les hace daño.

En 1924, Don Víctor Navajas Centeno plantó 38 hectáreas de yerba mate. Años más tarde, el sueño se convirtió en industria: la creación de Taragüi en 1940, el té en 1950, los bosques y la madera en los ’60. Hoy, la empresa produce 53.500 toneladas de yerba por año y 1.780 toneladas de té y se convirtió en el principal productor del país.

A 100 años de su creación, Víctor, Adolfo y Stuart son parte de la tercera generación de Las Marías que conduce el legado. No se trata de una empresa más sino de cómo el mundo privado muchas veces trasciende sus fronteras y termina siendo eje de una comunidad en la que todos van a la misma escuela, fomentan la primera propiedad para su trabajadores y la integración horizontal no es parte de un mantra: es un hecho.

Hoy en Hacedores que inspiran, una idea de las historias empresariales más emblemáticas del país y de las menos conocidas. Los primos Navajas comparten la historia familiar, el funcionamiento de la empresa y su modelo de gestión integral, que abarca desde el cultivo y la industrialización hasta la educación, la salud y el deporte en la comunidad. Hablan del legado de su abuelo, del presente de la compañía y de los desafíos de proyectarla al futuro con la misma filosofía que los vio nacer: trabajo, innovación y arraigo.

-Esta es “La Mayoría” la casa que aparece en los logos de sus productos y que es emblema de Las Marías…

-Stuart: Esta casa era la de mi abuelo, y la empezó a construir mi bisabuelo.

-Víctor: Sí, este era un puesto de la estancia vieja de nuestro bisabuelo. La primera construcción es de 1910 y las ampliaciones son de 1930–1940. Era la casa de campo, el núcleo; después se hicieron las alas y la parte de arriba.

-Adolfo: Exacto. Es “La Mayoría”, el emblema de Las Marías. Los turistas —más de 40.000 por año— se paran frente a esas tunas y se sacan la foto con la casa de fondo.

-Y cuando uno entra, las primeras 34 hectáreas, ¿qué son?

-Adolfo: Yerba. La primera plantación, de 1924, la hizo mi abuelo.

-Víctor: Ese mismo año se casó. Por eso tomamos 1924, un poco arbitrariamente, como la fundación de Las Marías. No fue “voy a fundar Las Marías”, sino el cambio de una estancia ganadera clásica a un cultivo novedoso para la época. Hasta entonces, la yerba era de extracción natural.

-Stuart: Y la mayoría venía de Brasil y Paraguay.

-En Virasoro muchos dicen: “acá trabajó mi papá, mi abuelo…”.

-Adolfo: Hay varias generaciones. Y que todo empiece con una familia es simbólico: el abuelo Víctor y la abuela María Silvia Artaza, su casamiento y el primer yerbal. Hoy estamos la tercera y la cuarta generación.

-Les quiero mostrar una foto de sus abuelos.

-Víctor: El abuelo Víctor y la abuela Silvia, poco antes o después de casarse, 1924. El abuelo era nieto de un inmigrante uruguayo. En 1860 hubo una gran oleada de uruguayos a esta zona, después de la Guerra de la Triple Alianza. Muchas familias de la costa del Uruguay en Corrientes tienen ese origen. El abuelo heredó unas 600 hectáreas —más otras tantas cerca de lo que hoy es Virasoro— y las convirtió en estancia ganadera. Vino de Buenos Aires con 21 años y diagnóstico de tuberculosis. Le dijeron que se iba a morir; dijo “me voy a morir a mi casa”. Y se puso a trabajar. Tenía una formación impresionante —su biblioteca sigue acá—, influencias románticas y existencialistas, pero era, sobre todo, un hombre de acción, de inversión, de proyectos.

-¿Y esta continuidad familiar?

-Adolfo: El abuelo empezó con su hermano Cesáreo.

-Stuart: Cesáreo se abre en los 50. Era ganadero. No le gustaba que mi viejo, que estudió en Estados Unidos, plantara todo: yerba, eucaliptos —pino casi no había—, té, cítricos. Se dividieron: Cesáreo quedó con campos grandes en Misiones, y el abuelo con unas 6.000 hectáreas acá.

-Adolfo: Después siguió con sus cuatro hijos: Adolfo —mi padre—, Pablo —padre de Stuart—, Arturo y Víctor —padre de Víctor—.

-¿Cómo es hacer negocios desde acá?

-Stuart: La gente dice “en el campo se vive tranquilo”. Macana: trabajamos cada vez más. Arrancamos 6.30–7 y terminamos 19–20. Siempre hay algo: visitas, producción. Internet y el celular facilitaron; antes era telex, telégrafo y teléfono: pedías una llamada a Buenos Aires y te decían “en dos horas”.

-Parte de las oficinas están en Buenos Aires y parte acá. ¿Cómo conviven?

-Víctor: La idea original del abuelo fue hacer todo el proceso acá y salir con el paquete envasado. Después se desarrolló la pata comercial: marketing, comunicación, conocimiento del consumidor y distribución. Por eso la oficina comercial y logística está en La Boca, y acá sigue el corazón productivo.

-¿Cómo se hace un buen mate?

-Adolfo: Primero, elegir una buena yerba. Después un poquito de agua fría; tapás, das vuelta y sacudís para que lo más fino quede arriba. Agregás agua tibia, esperás, ponés la bombilla y cebás en ese huequito.

-El mate volvió con fuerza, pero cuando empezó tu abuelo era otro país.

-Stuart: Hasta hace 20 años era “vergonzante” tomar mate en público. Hoy ves mates en aeropuertos, aviones, oficinas. Por suerte, cambió.

-Víctor: Un piloto amigo, si viajaba algún pariente, lo invitaba a la cabina “a tomar un matecito”.

-¿Cómo es vivir en Virasoro?

-Adolfo: Vivir acá es realmente lindo. Estamos en un lugar precioso, tenemos una calidad de vida. Contrariamente a lo que decía Stuart, que “se trabaja mucho”, o sea, que vos puedas salir de tu trabajo y estar en este ambiente, ¿cuánto vale? Ojalá hubiera muchas empresas que pudieran radicarse en el interior y se pudieran desarrollar muchas zonas como ésta, como la zona de Virasoro. Yo tengo a toda mi familia acá y estamos realmente muy contentos.

-En el “código matero”, ¿qué pasa si digo “gracias”?

-Adolfo: “Gracias” significa “no quiero más”. Y quedarse con el mate es descortesía… y egoísmo.

-¿Quién ceba mejor?

-Víctor: Yo no. Me olvido la secuencia. Prefiero tomar salteado: si apurás el mate, “se rompe” algo adentro.

-¿Y el mate lavado?

-Stuart: Mala palabra.

-Cambiaron las tendencias: de yerbas con mucha personalidad a otras más suaves. Ustedes fueron pioneros con Mañanita.

-Adolfo: Tenemos marcas para todos los gustos.

-Víctor: En consumo masivo hay un corrimiento hacia lo suave en todo: vinos, cervezas, gaseosas… y yerba. Aunque a la vez crece la moda de la yerba uruguaya —intensa— impulsada por futbolistas. Va a contramano de la tendencia argentina, pero funciona.

-Pasemos a la producción. ¿Cuánto tarda una planta en llegar del vivero al mate?

-Víctor: Entre siete y diez años. Un año y medio en vivero; después recría hasta 30–40 cm y trasplante. Al sexto año entra en producción; bien cuidada puede rendir 50 o 60 años. Todo depende del suelo, de la planta, de la calidad de corte y de la genética.

-¿El té es similar?

-Víctor: Agronómicamente, sí. Requieren la misma loma de tierra colorada. La diferencia es de calendario: la yerba se cosecha en invierno; el té, en primavera–principios de otoño, solo brote y dos hojas.

-Las marcas de ustedes son: Taragüi como origen, después Unión, La Merced, Mañanita…

-Víctor: Unión, en los 70–80, cubrió el segmento de yerbas suaves. La Merced llegó para el “premium”: la diferencia es el origen —Ilex paraguariensis es una sola especie— y el proceso. Cambian suelo, clima, altura, secadero. Una yerba del norte de Misiones no es igual a una del sur ni a la de estos herbales australes. Con esa paleta armamos cada blend.

-Además, distribuyen terceros.

-Víctor: Sí. Aprovechamos nuestra red para Bauducco, Kellogg’s y, en alianza con COPRA (Mercedes, Corrientes), el arroz María. En su momento, Red Bull y Gatorade. Buscamos marcas de consumo seco afines a nuestro canal.

-Hablemos del control de calidad.

-Víctor: La cadena empieza en el campo y sigue en el secadero con el zapecado —exposición de la hoja a alta temperatura o llama directa— que inhibe procesos biológicos y enzimáticos. Después viene el estacionamiento, alrededor de un año: del verde pasa a ocres/amarillos y ahí se forman los compuestos clave de aroma y sabor. Luego el blending: una persona —con equipo— arma la mezcla de entre 8 y 10 componentes por marca, separa hoja y palo, muele por separado y vuelve a componer con su granulometría específica. De ahí salen Taragüi, Unión, Mañanita y La Merced.

-En los 90 lanzaron Mate Listo: otra forma de consumo.

-Víctor: Queríamos que nadie quedara sin mate por no tener equipo o agua caliente. Sonaba a herejía, pero funcionó. Además, desplegamos casi 1.000 expendedores de agua caliente. Hoy es común; entonces fue innovación.

-Siria es un gran mercado.

-Víctor: Y el sur de Chile. No fue planificado: la costumbre viajó con inmigrantes. En Oriente Cercano toman infusiones; el mate encajó perfecto. Ahora se suman nuevos consumidores por el fútbol: ves mates en vestuarios de selecciones europeas.

-El molino es el corazón industrial. ¿Cómo nació y cómo evoluciona?

-Víctor: Este es el centro de la planta industrial, a metros de donde vivía mi abuelo. El molino 1 se hizo en 1940, al mismo tiempo que la ampliación de La Mayoría. El mismo arquitecto y constructor. Aún hoy sorprende la calidad: se hacía “para siempre”. Hoy están el molino 1, 2 y 3, y estamos consolidando con el 4: la idea es que toda la cadena de valor quede en un bloque único, evitando traslados de productos, gente e insumos. Fue complejo hacerlo con la planta en marcha, pero el mejor lugar era este. Por algo funcionó desde el principio.

-Y ese aroma…

-Víctor: Yo huelo yerba todo el tiempo. Me crié acá; me dormía y despertaba con ese olor y el ruido de máquinas. De chico me escapaba a tomar mate cocido con la gente del molino: para mí eran superhéroes.

-¿Qué tipo de manejo hacen hoy en los yerbales para mantenerlos sanos y productivos?

-Víctor: Este es un yerbal joven, ya en plena producción. Tiene buen mejoramiento genético y cobertura verde para minimizar agroquímicos y malezas. Aprendimos que atacar plagas de forma masiva a veces genera más plagas. Pasamos a control integrado y biológico: ataques específicos, productos bio cuando corresponde, y medición. Mejora sanidad y cuida suelo y agua.

-También hacen compost.

-Víctor: Sí. Residuos de madera, secaderos y ganadería van a una planta de compost. Aporta nutrientes y, sobre todo, actividad biológica (hongos, levaduras, bacterias). El suelo “vive” y hace equipo con la planta de yerba, que es un árbol de selva. En botánica se dice “diclino dioica”: hay individuos machos y hembras; las hembras dan la frutita colorada.

-¿Qué es Las Marías para vos?

-Víctor: Mi casa. Nací acá. El abuelo apostó a capital humano: educación, salud, deporte, oportunidades. Eso marcó a Virasoro: trabajo, capacitación, comunidad. Siempre digo —medio en broma— que todo esto es pantalla para la verdadera actividad: el fútbol.

-Stuart, vayamos a la madera.

-Stuart: Empezó en las tierras que no servían para yerba o té: laderas y bajos. Mi viejo “Palo” no quería tierra ociosa y forestó ahí, “pero no donde se plantan alimentos”. Con el tiempo, las forestaciones crecieron y había que industrializarlas. Montamos un aserradero, cambiamos de lugar, trajimos una línea eficiente y la industria tomó vuelo. Hoy hacemos unos 8.000 m³/mes y estamos invirtiendo 15 millones de dólares en tecnología (scanners 3D, secaderos) para optimizar. Exportamos unos 120 contenedores por mes y queremos llegar a 250 o 300.

-Ahí la logística es determinante.

-Stuart: Totalmente. Si no se arregla, estamos embromados. Hay una ley de cabotaje que restringe la navegación del Paraná: vemos pasar barcos paraguayos —tienen la tercera flota del mundo— y nosotros, nada. Camiones y rutas agujereadas. No puedo cargar un barco paraguayo para que pare en un puerto argentino. Es ridículo. Lo que haría falta: que deroguen la ley.

-¿Y por qué, con tanto potencial, Argentina no aprovecha más?

-Stuart: Porque es un negocio de largo plazo. La Ley 25.080, que subsidia plantaciones, dejó de aplicarse como corresponde. “El último que la manejó bien fue Macri, y súper bien Menem”, en lo puntual. Se dejó de plantar. Nuestro plan es seguir plantando: tenemos industria y mercados. La yerba, en cambio, es básicamente local; ya está en el 90% de los hogares. La madera es una oportunidad gigante de crecer. Virasoro es el polo forestal más importante del país; se instalaron empresas grandes y hay otras mirando la zona.

-¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

-Stuart: Todo. Me gusta hacer industrias. En mi época de yerbatero hice dos secaderos; después aserraderos; ahora, uno nuevo. Y estoy mirando una planta de láminas —hay mercado ilimitado en China— y otros mercados posibles.

-Adolfo, pasemos al costado social: Fundación Victoria Jean Navajas.

-Adolfo: Es central. Las Marías busca equilibrio: económico, social y ambiental. Creemos que, bien cuidadas las tres dimensiones, se potencian y te vuelven sustentable. La fundación trabaja en cuatro áreas: escuela primaria (pública de gestión privada), instituto terciario técnico, centro de formación profesional y proyectos educativos. La primaria tiene 400 alumnos; alrededor del 70% son hijos de trabajadores. Apostamos a una educación muy cuidada: lógica, matemáticas, ciencias, lengua, y también arte, coro, carpintería, baile. La educación abre oportunidades y da libertad de elegir el propio destino.

-También hay salud, deporte y vivienda.

-Adolfo: Sí. Buscamos que la gente termine su vida laboral en casa propia. Hay un primer paso de vivienda en la empresa y, después, facilitamos el acceso a lotes y planes en Virasoro; durante años donamos terrenos para planes provinciales. En la fiesta anual distinguimos por antigüedad, asistencia, conducta y decimos: “Fulano, casado con fulana, cuatro hijos, vive en su casa propia”. En salud, desde 1987 funciona el Programa de Control Pediátrico: voluntario, primer año de vida con control de crecimiento y vacunación, promoción de lactancia. En 2001 el Garrahan vino a auditar; validaron metodología y resultados. Concluyeron que es replicable y que los chicos muestran indicadores de crecimiento comparables a países del primer mundo. Pasaron más de 3.500 niños. Sumado a educación, es un aporte concreto a la comunidad.

-El club Taragüí es otro pilar.

-Adolfo: Nació en 1943, en plena guerra mundial. Hoy tiene más de 700 socios y más de 1.000 personas —sobre todo chicos— en fútbol, básquet, vóley, tenis, canotaje, hockey, pádel, natación, remo. Es herramienta de formación muy económica en términos de renta social: enseña valores practicándolos —trabajo en equipo, respeto, aceptar un fallo, esfuerzo—. Integra sectores de la empresa: todos comparten un espacio común y eso “lubrica” la convivencia. Y además integra a la comunidad: somos locales y visitantes, embajadores que se portan bien y amplían el mundo.

-¿Tienen un protocolo familiar?

-Adolfo: Sí. Yo soy tercera generación: empresa fundada por mi abuelo, luego mi padre y mis tíos, ahora nosotros, los primos. Los primos entramos si había necesidad funcional y con la mejor formación posible: “tuve que estudiar de todo” y sumarnos donde agregáramos valor. Para la cuarta generación el abanico se abría mucho, y nuestros padres, con asesoramiento externo y criterio, “metieron un freno” importante: se hizo un protocolo familiar y —no digo que se prohibió la entrada de cuarta generación—, pero “se la dificultó grandemente” y se puso una vara muy alta. Resultado: hay muy pocos de cuarta adentro. Uno de ellos es nuestro Director General… así que estoy “mandoneado” por un sobrino.

-Si te doy el 100% del capital de Argentina, ¿dónde lo invertís?

-Adolfo: Un tercio en institucionalidad —hacer funcionar la República, gobierno y democracia—; te da estabilidad económica y social. Otro tercio en educación y deporte —igualdad de oportunidades—. Y el último en una red de contención de bienes públicos: infraestructura, salud, vivienda, niñez. Con eso funcionando, el resto lo hacen los privados: invierten, generan empleo y desarrollo.

-¿Cómo se proyecta Las Marías?

-Adolfo: Día a día —el contexto es difícil— y con mirada larga. Competimos por ser primera elección del consumidor —si ese stakeholder no nos elige, todo lo demás se cae—. A la vez, nos organizamos societariamente, innovamos, invertimos donde sabemos que habrá crecimiento, cuidamos el negocio principal y buscamos eficiencia. El mercado externo tiene potencial —no solo en madera, también en yerba— y quizá usos de la yerba que hoy aún no conocemos.

-¿Qué es Las Marías para vos?

-Adolfo: Una forma de vida. Es un negocio que involucra lo social y lo ambiental hasta volverse una filosofía integral, una empresa con sentido. Lo que hoy se llama RSE aquí se hizo de manera natural, por convicción: “porque creemos que vuelve”. Tratar bien a la gente y al entorno genera un ida y vuelta: la camiseta puesta, la biodiversidad cuidada pese al desarrollo industrial, el trato justo con proveedores, la preferencia del cliente por calidad. Cierra.

-Si pudieras hablar hoy con tus abuelos, ¿qué les dirías?

-Adolfo: (Se emociona) Gracias por el cambio que generaron acá con sus ideas y su forma de trabajo. Y que esperamos no haberlos defraudado: seguir mejorando y haciendo cosas nuevas, honrando ese legado.

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