Los Roses: intenso duelo actoral para una remake que busca adaptarse a los nuevos tiempos

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Los Roses (The Roses, Estados Unidos/Reino Unido/2025). Dirección: Jay Roach. Guion: Tony McNamara, Warren Adler. Fotografía: Florian Hoffmeister. Edición: Jon Poll. Elenco: Olivia Colman, Benedict Cumberbatch, Andy Samberg, Kate McKinnon, Zoë Chao, Ncuti Gatwa, Sunita Mani, Allison Janney. Calificación: Apta para mayores de 16 años. Distribuidora: Disney-Fox. Duración: 105 minutos. Nuestra opinión: buena.

La eliminación del término “guerra” de Los Roses, relectura de aquella película sintomática de fines de los 80, es en esencia una actualización de intenciones -eso sí, teñida de elegancia inglesa-, comandada por el director Jay Roach y su célebre guionista, el australiano Tony McNamara. La inspiración es la misma: la novela de Warren Adler de 1981, una mirada satírica sobre el matrimonio en los albores de la conservadora era Reagan.

El propósito de Danny DeVito -en calidad de director- y sus actores, Michael Douglas y Kathleen Turner, quienes venían de un díptico de amor y aventuras con Tras la esmeralda perdida y La joya del Nilo, consistía en saturar la sátira -si eso era posible-, y embeber en negro el absurdo de esa convivencia matrimonial en una casa convertida en campo de batalla y botín de guerra. Y en ese gesto de desenfado procaz, que DeVito ya había puesto a punto de manera superlativa en su obra cumbre, Tira a mamá del tren (evocando entre guiños a Patricia Highsmith y sus crímenes delegados), la violencia escondía su conmoción entre risas incómodas y atragantadas.

Roach elige disipar esa inicial beligerancia americana por el oblicuo humor inglés, trayendo a la órbita de Hollywood a dos actores británicos prestigiosos como Olivia Colman y Benedict Cumberbatch, ambos habitués del cine popular o el streaming, y al mismo tiempo distinguidos en su arte y con un astuto sentido del humor. Son ellos los que inicialmente serán personajes cínicos hasta el límite de la autoconciencia, portadores de una verba afilada y un insistente sentido del amor y la convivencia, para devenir en egoístas brutales, enclaves de esos mismos clisés maritales que parecían detestar, y de la violencia -estadounidense, cómo no pensarlo con la escena en la práctica de tiro- que parecían rechazar. El ejercicio es audaz, el humor es incómodo, y algo forzados los últimos pasos hacia la resolución, pero Colman y Cumberbatch habitan esa fina línea de tensión con mayor soltura que el ingenio que pretende el guion.

Los Roses (Disney/Fox).

El autor de la adaptación no es otro que Tony McNamara, artífice de las películas más internacionales de Yorgos Lanthimos –La favorita y Pobres criaturas-, de la serie The Great sobre Catalina La Grande, y de la última encarnación de la villana de los perritos de Disney, Cruella (2021). Su pluma se distingue por ese humor retorcido, el gusto por las monstruosidades y el grotesco, y también por un ego que a veces sobredimensiona sus propias creaciones. Aquí tenemos a Ivy (Colman) y Theo (Cumberbatch), cuyo amor se inicia como un flechazo de sexo y comida en un restaurant londinense, para terminar con una batalla campal en una mansión paradisíaca en las soleadas colinas de California.

La historia no es solo la de su mudanza de país sino la de su intercambio de acuerdos entre profesión y paternidad: primero Ivy deja la cocina ajena por la propia y cría a los mellizos del matrimonio en una infancia libre y hedonista, mientras Theo diseña edificios de vanguardia y amasa millones con la arquitectura; luego ella conquista todas las estrellas Michelin con una cadena de restaurantes de cangrejo, y él exorciza su humillación laboral entrenando a sus hijos en un régimen de disciplina militar. Quid pro quo, todos ganan y, sobre todo, pierden.

Los Roses (Disney/Fox).

Ese preámbulo de amor y comprensión, de intercambio de roles, de éxitos y fracasos, se salpica con una galería de amigos apenas ampliados más allá del arquetipo -salvo la excelente Kate McKinnon, que evoca sus criaturas de Saturday Night Live en versión señora heterosexual y cachonda-, y con algunas quejas y malos tragos por los asuntos maritales de siempre: sacrificios no retribuidos, llegadas tarde, alguna borrachera y el desgaste de una rutina que, aun con platos gourmet y casas de ensueños, parece horadar los cimientos de la felicidad. Lo que llega al galope y algo atolondrado hacia el último tercio del relato es la conversión de esa disputa verbal afilada en una explosión de agresiones y odio tóxico. Después de todo, recordemos, en el original era la “guerra” de los Roses.

Los Roses (Disney/Fox).

Ese ajuste de cuentas con la época y el tono de su predecesora -donde era la mujer la que sacrificaba la carrera para atender la casa- no termina de desplazar el conflicto hacia una mirada nueva, más allá de los pretendidos clisés que intenta reescribir. La inversión es fruto de una paradoja que enfrentan muchas remakes de materiales signados por otra época (por ejemplo la nueva versión en streaming de Atracción Fatal, otro clásico de los 80 en material de “crisis matrimoniales”), que en su reinvención no terminan de trascender el pasado ni encontrar su futuro.

Lo mejor de Los Roses está en el duelo actoral de sus estrellas, en la vocación de encontrar en el revuelque por el fango la descarga que no asoma en la civilidad de la terapia, y en la histriónica reflexión del final, la eterna unidad entre violencia y frustración que no ha perdido vigencia.

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