Los tres nombres masculinos más asociados a un menor coeficiente intelectual, según la IA

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¿Puede un nombre influir en cómo percibimos la inteligencia de una persona? Aunque suene absurdo, la inteligencia artificial, al analizar millones de datos lingüísticos, ha detectado patrones culturales que vinculan ciertos nombres masculinos con una menor capacidad intelectual percibida. Este fenómeno, más relacionado con estereotipos sociales que con ciencia dura, ha generado polémica y curiosidad. En este artículo, exploramos qué nombres suelen aparecer más en este tipo de asociaciones, cómo se forman estos sesgos y qué dice la ciencia al respecto.

En el análisis de redes sociales, foros y grandes corpus de texto en español, algunos modelos de lenguaje como ChatGPT detectaron que ciertos nombres aparecen con mayor frecuencia junto a frases como “no entiende nada”, “es medio lento”, “le cuesta razonar”, entre otras. No se trata de un juicio real sobre la capacidad cognitiva de las personas que llevan esos nombres, sino de un reflejo de cómo son percibidos culturalmente. Según este análisis automatizado, los tres nombres masculinos más frecuentemente asociados a un bajo coeficiente intelectual son Kevin, Rodrigo y Bruno.

Cabe aclarar que estas asociaciones no implican que las personas con estos nombres tengan un CI más bajo. De hecho, no existen estudios científicos serios que demuestren una relación causal entre el nombre propio y el coeficiente intelectual. Lo que sí existe es una vasta bibliografía sobre cómo el nombre de una persona puede influir en las expectativas que otros tienen sobre ella, especialmente en ámbitos como la educación o el trabajo.

Un estudio clásico de Harari y McDavid (1973) demostró que docentes evaluaban de forma diferente un mismo texto escolar dependiendo del nombre con el que estaba firmado. Los nombres considerados “menos prestigiosos” recibían calificaciones más bajas, aunque el contenido fuera idéntico. Esto sugiere que los prejuicios asociados al nombre influyen en la percepción de inteligencia, sin que exista una diferencia real en el rendimiento.

Otro trabajo relevante es el del economista David Figlio (2005), quien analizó datos de miles de estudiantes en Estados Unidos y encontró que los niños con nombres poco comunes o considerados “de clases bajas” tendían a obtener peores calificaciones. Sin embargo, Figlio aclaró que esto no se debía a una menor capacidad, sino a cómo eran tratados en el sistema educativo: con menos expectativas, menos estímulos y, muchas veces, con discriminación sutil. El estudio completo puede leerse aquí.

Más recientemente, el investigador danés Emil Kirkegaard publicó un estudio (2019) que cruzó datos de más de 65.000 jóvenes daneses con sus resultados en pruebas de inteligencia realizadas durante el servicio militar. Allí encontró diferencias en los promedios de CI según el nombre, aunque remarcó que estas diferencias estaban fuertemente mediadas por el origen étnico y el nivel socioeconómico de las familias. El trabajo completo está disponible acá.

En todos estos casos, el nombre no es una causa directa de menor inteligencia, sino un indicador cultural que puede estar vinculado a ciertas desventajas estructurales, como el acceso desigual a la educación o los prejuicios de quienes evalúan. Así, nombres como Kevin, Rodrigo o Bruno —que en muchos países de habla hispana han sido objeto de burlas, memes y estigmatizaciones— terminan siendo víctimas de un sesgo colectivo.

La inteligencia artificial no crea estos prejuicios: los aprende. Al entrenarse con grandes volúmenes de texto escritos por humanos, reproduce los patrones lingüísticos que detecta. Si las redes sociales están llenas de bromas que asocian “Kevin” con alguien poco inteligente, los modelos de IA terminarán internalizando esa asociación. Lo mismo ocurre con expresiones racistas, clasistas o sexistas que todavía circulan masivamente en internet.

Por eso, este tipo de hallazgos deben interpretarse con cuidado. No son verdades científicas, sino espejos de nuestros propios estereotipos. Sirven para entender cómo funciona la percepción social, pero no para juzgar a las personas. Nadie elige su nombre al nacer, y mucho menos debería ser evaluado por él.

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