Restan pocos minutos para las seis de la tarde. Envalentonado y de mal humor. Así llega Luciano Castro al Teatro San Martín para encontrarse con LA NACION antes de uno de los ensayos finales de Sansón de las islas, la pieza de Gonzalo Demaría, dirigida por Emiliano Dionisi, que se estrenó el pasado jueves 27 de marzo en la sala Casacuberta de la sede matriz del Complejo Teatral de Buenos Aires. “Estoy todo el día libre, vengo de lejos y recién a esta hora empezamos a ensayar”, refunfuña a viva voz.
Está claro que el actor hubiese preferido ponerse en la piel de su personaje cuando el día no atraviesa su languidez. Se sabe, Castro amanece cerca de las seis de la mañana para realizar una exhaustiva rutina de entrenamiento físico. “La mañana es sagrada para mí”, dice el actor, que hizo de la vida sana una costumbre desde hace muchos años.
“¿Sabés qué pasa? Falta poco para el estreno y uno está sensible”, se sincera, como disculpa por el exabrupto. Con todo, se presta a la sesión de fotos sin chistar y, luego, a la charla.
El café y el tostado pueden esperar hasta enfriarse. Se entusiasma con la conversación y con pensar en este presente de su carrera, buscado y construido, que es bisagra. En la última temporada de Mar del Plata, ya demostró sus dotes para el drama en Caer y levantarse, la pieza de Patricio Abadi y Nacho Ciatti, dirigida con muy buen pulso por Mey Scápola, y que lo muestra con una madurez actoral sumamente agradecida por el espectador. La pieza se verá nuevamente en mayo, una vez por semana, en el Teatro Picadero.
-Llegó el momento de debutar en el San Martín.
-Cualquier boludez te sirve para enojarte, para hacer un berrinche que, en realidad, se llama inseguridad…
Recalculando. De eso se trataba. Está claro que es el novio de Griselda Siciliani, la ex de Suar; que su propia ex y madre de sus hijos, Sabrina Rojas, cada tanto lo critica duro y parejo. Es el hombre del que, tiempo atrás, se filtró una foto con sus partes privadas al descubierto y el chico que la jugó de galán durante varias décadas. También es el padre que se muestra con sus hijos en las redes sociales y la figura que les escapa a ciertos compromisos sociales que, supuestamente, implica el protocolo de su rol estelar.
Todo eso está y convive en él, pero también hay otro Luciano Castro, el que desacelera y piensa con lucidez su presente actoral cumpliendo el anhelo de pisar el San Martín y el que se permite confesar por qué poco se sabe de sus simpatías ideológicas en un medio artístico donde las diferencias políticas calaron hondo. Él está al margen de todo eso. Y tiene muchas ganas de reflexionar en voz alta.
“Ensayar a esta hora de la tarde hace que acumule inseguridades durante todo el día; entonces, cuando llego al teatro tengo unas ganas bárbaras de subirme al escenario para correrme de eso, sacarme dudas y ver si se trata de inseguridades o errores, pero eso es algo que tiene que ver con el proceso”.
-Las horas que abrazan un estreno deben ser emocionalmente complejas.
-Es así, pero no deberíamos intelectualizar tanto, debería ser más animal, aunque los directores y los actores tenemos tendencia a buscar el conflicto desde lo intelectual.
-¿Está mal?
-Creo que habría que dejar que nuestro lado animal gobierne un poco más la pieza y ver qué sucede. No quiero que nadie prestigioso se ofenda, pero, si una obra no está viva, por más linda que sea y cuente con grandes actores, es una mierd… Lo mismo creo que sucede si el público no te cree. Por eso digo que la parte animal que todos tenemos tiene que aflorar y se tiene que ocupar del material.
-¿Aplica para Sansón de las islas?
-Sí, claro, pero también hay un director que marca su parecer.
En este desafío, Luciano Castro se pone en la piel de Sansón, un luchador de catch famoso, que atraviesa su retiro del ring debido a una enfermedad. Sin embargo, el público volverá a verlo cuando, en 1982, las autoridades del gobierno militar que gobierna la Argentina deciden organizar un programa de televisión por el que desfilarán figuras queridas por la gente. En ese contexto, el deportista volverá al ruedo para enfrentarse con un colega más joven ante la mirada de todo un país.
Jugando con la simbología del personaje bíblico y con el marco de la dictadura y las consecuencias de una guerra compleja, el material del siempre agudo Gonzalo Demaría pivotea entre la verdad histórica y la ficción, y bucea en los significados sociales de un personaje idolatrado y luego condenado al olvido. En ese ping pong, que no evade un dilema moral, se conjugan las decisiones del Sansón del box que interpreta Castro, imbuido en actos heroicos como la figura a la que refiere su nombre.
Para los memoriosos, rápidamente se instalará en las retinas aquel ciclo Las 24 horas de las Malvinas, que condujeron Pinky y Cacho Fontana en Argentina Televisora Color (actual TV Pública) con la finalidad de recaudar donaciones materiales y en dinero en efectivo para colaborar en la Guerra de Malvinas que se disputaba en el Atlántico Sur. Mucho de lo donado, jamás llegó a las manos que debían llegar. “No sé si no fue la primera vez que se realizó un programa de 24 horas, me acuerdo de estar en mi casa y escuchar la música o ver a mi abuela despierta a las tres de la mañana, mirando la televisión”. En ese tiempo, el actor -que nació en 1975- vivía con su familia en Villa del Parque.
-Actrices, como una ya muy anciana Pierina Dealessi, donaron algunas de sus pertenencias, pero con destino incierto debido a la corruptela imperante.
-Mi personaje es víctima de eso, la dictadura lo usa porque fue un personaje conocido, televisivo. Lo maltratan física y verbalmente. Pero, en determinado momento, Sansón cobra vida para decirle a la gente “les están mintiendo a todos”.
-Hay heridas abiertas aún con respecto a determinados temas.
-A la obra la verá gente que fue víctima de todo aquello.
-¿Cómo es tu vínculo con Emiliano Dionisi, un director sumamente experimentado?
-Fantástico, tiene muy clara la propuesta, algo que no es menor. Es de los directores que me gustan, pone el cuerpo, se sube al escenario, te actúa la escena y te da herramientas para que resuelvas.
-Además, también recorre el oficio desde la arista del actor y del dramaturgo.
-Todo eso lo pone al servicio de una pieza compleja, un “Demaría original”.
Gonzalo Demaría, actual director del Teatro Nacional Cervantes, es uno de los dramaturgos más lúcidos de su generación, autor de textos como En la jabonería de Vieytes, La maestra serial y Tarascones, entre muchos otros títulos. “Es un hermano de la vida, mi confidente, me ha escrito varias obras”, sostiene el actor en torno a la relación que lo une con el escritor, músico y gestor cultural.
“El otro día, mi compañera Vanesa Maja me decía: ‘Después del estreno la obra es nuestra, no hay más excusas’”. Junto con Castro y Maja, también forman parte del elenco Manuel Vicente y Gonzalo Gravano, y los cantantes Constanza Díaz Falú y Fernando Ursino. Como en buena parte del repertorio autoral de Demaría, la escena dialoga con lo musical. En este caso, las partituras originales y la dirección orquestal pertenecen a Manuel de Olaso.
-La sala Casacuberta es preciosa, con un potencial enorme, pero también desafiante.
-Hay que salir y actuar. En los últimos ensayos ya sentíamos que nos faltaba estar frente al público.
-¿Debés entrenarte especialmente para cumplir con tu personaje?
-Sansón tiene una exigencia física, hubo dos meses de entrenamiento de catch. Hay que estar muy atento para no lastimarse.
Su otro mundo
Entusiasmado con la charla, Luciano Castro se da cuenta que aún no probó su tostado ni su café. En pocos minutos, pasó de ser aquel hombre irascible, mejor dicho inseguro, que pisó el hall del teatro a un actor apasionado que desborda ímpetu por su metier y tiene enormes deseos de transmitir el imaginario en torno a Sansón de las islas.
-Pensando en las criaturas de ficción que te tocan interpretar en este tiempo de tu carrera, hay un diálogo entre Sansón de las islas y Caer y levantarse.
-Paradójicamente, hay dos personajes que nombro en Caer y levantarse, que Gonzalo (Demaría) los menciona en su texto de Sansón de las islas, uno de ellos es Cacho Fontana. Lo que sucede es que ambas obras transcurren en la década del ochenta.
-Irradiás una imagen de un hombre con mucha presencia, con cierto mal carácter y con un físico imponente. “Mejor no meterse con Luciano”, se podría decir ingenuamente.
-Me da mucha gracia cuando hablan de mí sin conocerme.
-Sin embargo, a pesar de todo ese imaginario, lo cierto es que en tus dos últimas obras te toca personificar a abatidos, lo cual implica todo un trabajo de composición y de correrte de un territorio de comodidad.
-Son personajes vulnerables por completo. Me siento identificado con los vulnerables, porque también lo soy, pero, como, por momentos, tengo un pensamiento arcaico, a mi ser vulnerable a veces le pego palizas. Me mata la gente vulnerable e indefensa, los que no tienen cómo defenderse.
-En términos artísticos, son zonas donde se puede explorar mucho.
-Son los personajes más lindos, te dan la posibilidad de decir algo y que suceda otra cosa.
Banderas
-Decías que tu personaje en la obra es “usado”. En tu caso personal, no te has dejado utilizado por intereses de la política.
-No, aunque me han ofrecido participar, siempre supe que no debía. Hay colegas que parecían intachables, que tenían el amor de todos y, por levantar una bandera más de lo debido, hay gente que ya ni los mira. El actor y la actriz tienen que tener su partido político, su punto de vista, y también lo puede manifestar, pero tienen que tener elegancia, ser políticamente correctos y saber que son un actor o una actriz que, en definitiva, trabajan para todo el pueblo. Es distinto a que todos sepan tu ideología política a que uno haga de eso algo agresivo. Uno no puede decir que el que piensa distinto es un pelotud… En ese caso, la gente podría decir: “¿Por qué lo voy a ir a ver si dijo que somos polotud… por pensar diferente a él?”. Quizás, yo puedo pensar que sos un pelotud…, pero no debo decírtelo. Los actores y las actrices tenemos que tener cuidado con eso, esto no quiere decir que no se deba militar ni levantar la voz, ya tuvimos esa época.
–Sansón de las islas, sin ir más lejos, radiografía esa época.
-Hay que militar y levantar la voz, pero los artistas tenemos la desventaja de no poder decir algunas cosas que pueden resultar ofensivas y que rompan con el cariño que la gente nos tiene. Es un riesgo.
-Otra postura sostienen los artistas que son más enfáticos a la hora de manifestar sus puntos de vista.
-Son valientes, porque saben qué costo tiene esa valentía.
-Entonces, ¿no te han usado o manipulado ideológicamente?
-Jamás. Si veo cuatro políticos reunidos, salgo corriendo, trato de no estar en esa foto. Desgraciadamente, la política nos hizo mucho daño y el que se quemó con leche ve una vaca y llora. Me cuesta creerles, sean del partido que sean y, mucho menos, sacarme una foto con alguno. También debo decir que mucha gente, de buena fe, representando a algún municipio, me ha ofrecido participar en algún evento y pagarme por ese acto de presencia, como corresponde, pero elegí decirles que no para no quedar pegado. Incluso, le he dicho que no a gente con la que me sentía identificada, con la que pensaba igual, que formaba parte del partido que yo voto. Lo mío es actuar. Este es mi punto de vista y no me parece mal o que se menor lo que hacen otros.
-Ser un actor popular, un comediante, no es un rango menor en el escalafón artístico. Todo eso lo cosechaste en buena ley. ¿Qué significa, para vos, este presente en el Teatro San Martín?
-Todo lo que ya sabemos. En realidad, antes de hacer Caer y levantarse venía medio peleado con la profesión, desmotivado. Algo que ya no me sucede. Cuando comenzamos a pensar en Sansón de las islas, mi idea era volver al teatro independiente, donde comencé haciendo obras de Gonzalo Demaría.
Castro recuerda Lo que habló el pescado, la primera pieza que protagonizó escrita por Demaría, durante la temporada 2004 en la sala El Camarín de las Musas. Junto con él, también se lucían Adriana Aizemberg y Esteban Meloni.
“Sansón de las islas fue pensada para hacerse bajo esa modalidad, como una cooperativa. Luego apareció el ofrecimiento del San Martín. Cuando nos ofrecieron elegir la sala, sentí un calor tremendo. No siento presión por formar parte de este teatro sino responsabilidad, teniendo en cuenta quienes ya estuvieron y quienes están. Veo los afiches con Joaquín Furriel o Flor Otero y me da orgullo estar junto a ellos formando la programación. Acá se respira arte. El arte durante las veinticuatro horas me pega mal, pero acá te vas acostumbrando a lo genuino de todos los que aman ese arte. Nunca antes laburé en el San Martín, y ahora estoy comprobando que el mito que hay en torno a este teatro es real”.
-Dijiste “veinticuatro horas de arte me hace mal”.
-Sí, no me gusta la gente que solo te habla de lo mismo, pero en el San Martín, el arte es todo. Acá se ensaya hasta los sábados y domingos, cinco horas cada vez.
-En tu caso, precisás de otros espacios, como el deporte.
-Necesito lo cotidiano, la boludez… Estar con mis hijos, pensar cómo va la vida. Con este proyecto, me di cuenta de que no es demagogia, que se puede vivir al servicio del arte y que, por eso, el Teatro San Martín es lo que es. Esto es una fábrica, los técnicos son una maravilla. Soy un actor extremadamente popular y me da orgullo estar acá.
-Seguramente, por tu presencia en la Casacuberta, llegarán espectadores que nunca antes habían pisado este espacio.
-Mi desafío es que la gente diga “Castro está a la altura del San Martín”.
Para agendar
Sansón de las islas. Funciones: miércoles a sábados, a las 20.30 y domingos a las 19.30. Sala: Casacuberta, Teatro Municipal General San Martín (Avenida Corrientes 1530)