Lucy Patané: el proceso de su nuevo disco y la búsqueda de la voz propia; “como rockstar, a mí siempre me cautivó Slash”

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Cuando en sus primeros años de adolescencia sus padres le vendieron la consola de videojuegos Nintendo, Lucy Patané convirtió a la guitarra en su gran aliada. Si bien no era la primera vez que tocaba un instrumento, encontró en ella una compañera con la que configuró un lenguaje propio y con la que armó un equipo inquebrantable capaz de traducir emociones, explorar territorios sonoros desconocidos y construir una vida como artista.

Multiinstrumentista, productora, arregladora, compositora, sesionista. Este camino la ha llevado por aventuras que van desde hacer soundtracks cinematográficos a haber sido parte de la banda en vivo de Cristian Castro, irse de gira con Natalia Oreiro o tocar en proyectos colectivos con amigos, como La Cosa Mostra, Las Taradas y Lesbiandrama junto a su colega Paula Maffia, o El Tronador junto a Marina Fages. También a explorar lo propio, empezando de espaldas en el escenario por el pudor de exponerse y la incomodidad de encontrarse con su voz hasta animarse a lanzar dos álbumes solistas.

Lucy Patané

Y es que para Lucy adentrarse en esa travesía fue algo casi inevitable. Oriunda de Bernal e hija de artistas, en su casa la música habitaba constantemente cada rincón en forma de vinilos, cassettes, CD o ensayos en el living. Entre todo lo que se escuchaba recuerda particularmente a Egberto Gismonti, King Crimson, Emerson, Lake & Palmer, Mahavishnu Orchestra, Lito Vitale, The Police, Pink Floyd. Comenzó a explorar la batería y el bajo por impulso. A los nueve años ya estaba tocando en vivo desde el estacionamiento de un supermercado en el conurbano bonaerense con Sangre Azul, la banda que había formado con unos amigos. Y desde ahí no paró.

Sacar la furia

“Creo que el enamoramiento total con la música llegó cuando me di cuenta que no era solamente agarrar una guitarra y hacerla sonar, sino que a través de eso yo podía juntarme con otras personas que pensaban igual que yo, viajar, conocer otra gente, generar festivales, shows, divertirme, organizar cosas que tenían algún tipo de sentido como una forma de vida. Y poder también sacar la furia. La constancia fue la certeza de que eso es lo que iba a hacer y lo que hago”, confiesa desde la sala de ensayo donde pasa sus días repasando y puliendo detalles para su debut solista en Vorterix este sábado 20 de septiembre, donde cerrará la gira que viene recorriendo con Hija de Ruta, su segundo álbum de estudio.

Sucesor del camino solista iniciado con Lucy Patané en 2019, con el que se llevó el Premio Gardel a Mejor Álbum de Rock Alternativo, este segundo trabajo canaliza el hartazgo cotidiano con crudeza, humor y energía eléctrica en un tono más directo y visceral. Un disco punk, rockero, con guiños a la electrónica y el folk, que suena como una protesta íntima contra la adultez. Ahí la artista recoge escenas repetitivas de la vida diaria —trámites, deudas, el desgaste del sistema— y las convierte en materia prima para un álbum atravesado por la neurosis, la duda, la magia del error filtrándose pero cobrando sentido —el título surgió a partir de una falla de su manager al querer tipear “Hoja de ruta”— y una energía adolescente que lo impregna todo, desde la portada —una foto suya a los 12 años— hasta el track final, grabado a esa misma edad junto a su papá y su hermana.

Lucy Patané encontró, un domingo gris, la clave para su nuevo disco

“Fue un disco difícil de encontrar, pero en un domingo depresivo apareció”, contaba allá por julio de 2024 cuando lo lanzó, en un posteo en Instagram que condensa lo que significó este proceso. Apareció y la llevó a recorrer distintos lugares de Argentina y Europa. “Hay unas cuantas invitadas que considero que son unas “hijas de ruta”. Diferentes géneros y generaciones. Más que un cierre es un poco el punto máximo al cual estamos llegando con la banda musicalmente y en Vorterix nunca toqué como Lucy, así que es un gran desafío”, adelanta sobre su próximo show.

En diálogo con LA NACION, repasa el proceso detrás del disco, la búsqueda de una voz propia, la importancia de lo colectivo y cómo vive hoy su rol como artista en un contexto que también interpela al cuerpo, al deseo y a la industria.

–¿Cómo fuiste encontrando tu estilo y lenguaje propio en la manera de tocar?

–Es un poco el rejunte de todo el recorrido, de chica en las bandas tocábamos blues, un poco de rock, después hardcore. También toqué en un momento con Yulie Ruth, que es un gran artista de country y aprendí a tocar más ese género. Ahí conocí a Pablo Hadida y toqué un poquito en su banda, que es medio como un neo swing hawaiano, música instrumental. En el medio conocí a Paula Maffía y empezamos a escuchar música más garagera. La música más rítmica brasilera, escuchar a mi papá, que es como un gran influencer en mi música. Me parece que todo ese cocktail sin pensarlo hizo que todo saliera de ahí. Nunca fui de escuchar un solo género, me van gustando cosas y de ahí sale algo quizás no tan clasificable. Pero bueno, hoy para la industria de la música tenés que clasificarte en algún punto, ¿no? Y para mí lo peligroso de eso es que empezás a creerte eso y amoldarte. Entonces decís “Ah, esto pegó un poco más que esto otro. Voy a ir por acá”, e insistís con eso porque la industria te puede definir con dos palabras. Por eso yo trato en ese sentido de no confundirme y no sé, en el medio de los dos discos saqué unos EP de piano instrumentales, después otros a dos pianos con otras dos grandes músicas, saqué también unos singles, un disco en vivo. Ahora uno medio experimental.

–Fuiste parte de una gran variedad de proyectos, ¿cómo fue el viaje para encontrar y construir tu propia música?

-No fue fácil. Yo venía aportando mi forma de hacer, de ver y de sentir la música en proyectos siempre colaborativos y más que nada en composiciones de otros. Me daba un poco de incógnita de cómo sería la experiencia de colaborar conmigo misma, digamos. Ahí de repente tenés que depositar una parte del ego que tiene que salir y esa parte me fue compleja. Arranqué más en el estudio grabando cosas, ese lugar me resultó mucho más amable que el vivo. Cuando empecé a tocar algunas canciones me daba mucha vergüenza, sobre todo cantar. Pensaba: “Esto es una m…, la estoy pasando muy mal”. Pero iba y lo hacía otra vez. Fue un poco a través del estudio de grabación que se fue formando un lugarcito y por eso me gusta tanto grabar. El estudio es un espacio que fue como el lugar de nacimiento de Lucy como solista.

Lucy Patané, nuevo disco y show en Vorterix

–Más allá de cómo surgió el nombre, ¿Qué significa para vos ser Hija de ruta?

-Obvio que podría haber sido un error de tipeo y quedarme una frase graciosa y nada que ver, pero acá un cambio de letra me dio no sólo el nombre, sino que también cerró el concepto, porque es eso, los kilómetros recorridos, el tiempo en la música, que no voy a salir de ahí nunca. Es como la ruta, ¿viste? Que no para, que parece infinita.

–¿De donde nació Hija de ruta?

-Hubo una especie de inquietud de que tenía que aparecer un nuevo material y una necesidad mía de volver a estar en proceso creativo, pero fue difícil porque, no es que tenía las canciones, había unas ganas de algo que no sabía bien qué era y lo fui encontrando en el estudio. La parte de las letras fue compleja porque en el otro disco la metáfora está muy presente, es más cinematográfico, tiene una mirada mucho más de observadora. En algún punto acá, Hija de ruta es mucho más desde las entrañas, de las vísceras, mucho más crudo. Y me costó un poco entender que esa iba a ser la voz, porque yo no estaba en la misma situación. El disco anterior fue pre pandemia, era otra la vida, el país, el mundo. Entonces, es como que el disco también salió con esa nueva voz de esta nueva vida. Y bueno, fue todo un proceso aceptar y encontrar eso.

–¿Cómo es el pasaje de un disco entero en el que tocás todo a una banda?

Toco con gente que entiende mi música y con la que yo entiendo también sus lenguajes, entonces se arma un mix, porque yo al principio puedo ser muy exigente y detallista. Al haber grabado las líneas y haber compuesto todos los instrumentos, sé exactamente lo que hace cada cosa, pero después me doy cuenta que mucho de eso son caprichos del propio disco y si el baterista o el bajista lo tocan a su manera o un poco menos complejo suena bien igual. Ahí trato de soltar, me amigo con la idea de la obsesión también y la banda empieza a sonar como tiene que sonar.

–¿Lo colectivo es un poco un desafío en el contexto en el que vivimos hoy?

Hace poco hablábamos con mi banda de cómo la inteligencia artificial si bien puede no ser algo bueno para la música, sí en algún punto puede exacerbar esto de que la música en vivo es irremplazable. Que un grupo de personas decida trasladarse a un lugar, escuchar y estar atenta a lo que una persona o un grupo hace o dice o toca, es mágico y realmente único. Hay gente que se acerca y te dice “no tenía ganas de salir y este show me hizo salir de mi casa” o gente que te escribe al otro día “Hace un montón que no agarraba la guitarra y después de tu show la volví a agarrar”. Eso me sirve para saber que es como una labor, ¿no? Hacer música y que eso sea un espacio de encuentro para otras personas. Y voy entendiendo cada vez más que ese es un poco mi rol en sociedad. Lo que a esa persona le pasa de que se vuelve a su casa motivada, me pasa también a mi. Me voy a mi casa con más ganas de seguir haciendo eso. Entonces, el público también es parte del equipo, todo se completa ahí.

–En los últimos años se transformó bastante el mapa de la música en relación a quiénes ocupan los escenarios y los espacios de producción. ¿Cómo percibís ese cambio desde tu lugar como guitarrista, compositora y parte de la escena?

Cuando yo era más chica ya había varias bandas de pibas, me acuerdo de She devils, Penadas por la Ley, Ondas Martenot. No la cantidad que hay ahora, eso es increíble, hay un cambio muy copado y yo, que soy de Bernal, no tengo recuerdo de que hubiera otras pibas tocando. Ahora en el conurbano está lleno. Por supuesto que tuvo todo el sentido el ocupar los escenarios para eso, que otras pibas vean a otras pibas tocando. Yo siempre digo lo mismo, que la figura del rockstar que a mi siempre me cautivó fue Slash, el guitarrista de los Guns and Roses. A mí me costaba mucho enfrentar el escenario, me daba mucha timidez y me gustaba de él que sin mostrar la cara, tenía una presencia increíble. Pero siempre me hago la pregunta de que hubiese sido en ese momento ver un póster o un video de Lula Bertoldi, por ejemplo, que tiene una parada maravillosa. ¿Qué hubiese pasado? ¿Me hubiese comido menos la cabeza? ¿Me hubiese dado menos timidez? ¿Hubiese tardado menos? Cuando yo vi a She Devils un poco me pasó eso. Vi a Pilar tocando la guitarra, me pareció increíble y quise volver a tocar. Es distinto, hay algo con lo que te identificás. De hecho a mí me sigue pasando, hace poco Kim Gordon abrió el show de St Vincent acá en Buenos Aires y me fascinó. Me siguen inspirando incluso mis colegas, Barbi Recanati, Paula Maffía, Marina Fages. Creo que es algo que va creciendo y cada vez va a haber más.

–“La música nos va a salvar”, se escucha al inicio de “Clavícula”, una de las canciones de tu primer disco. ¿De qué sentís que te salva hoy?

Me gusta que la música, como todo arte, en algún punto es inútil, ¿no? Es algo que realmente sucede y deja de existir. Obvio que se la puede comercializar, que hay una industria detrás de eso, que uno puede vivir de eso. Pero en algún punto es algo que es inútil y me gusta que le pongamos tanta mente, corazón, tiempo, concentración, satisfacción y entusiasmo a algo que es totalmente efímero. Siento que en un mundo como el de hoy, tan material, individual, completamente yendo hacia un rumbo donde la gente está mucho más desconectada a nivel emocional, donde hay personas generando vínculos con una inteligencia artificial, no es que me salva de eso porque sucede y va a suceder, pero es en algún punto mi barquito o mi casa, un lenguaje con el cual dialogo con otros y una forma quizás no de hackear al mundo, pero si de rebeldía.

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