MADS: cuando el terror se plantea en tiempo real

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MADS (MadS, Francia/2024). Dirección: David Moreau. Guion: David Moreau. Fotografía: Philip Lozano. Música: Nathaniel Mechaly. Elenco: Lucille Guillaume, Milton Riche, Laurie Pavy, Yovel Lewkowski, Sasha Rudakova, Vincent Pasdermadjian. Duración: 89 minutos. Calificación: solo apta para mayores de 16 años. Distribuidora: Lupino Films. Nuestra opinión: buena.

Una noche más en plan de fiesta adolescente para Romain (Milton Riche). Pastillas, la ruta y una expectativa de descontrol que se interrumpe abruptamente con la aparición de una chica ensangrentada y vendada, que aparece llorando de la nada y se sube al auto. ¿La visión es producto de la droga, o fruto de una realidad que el protagonista está a punto de conocer? Esta es la primera de muchas preguntas que sirven como hilo conductor de la locura en la que MADS introduce al espectador.

La última película del francés David Moreau se presenta como una experiencia, en contenido, y también en forma. Para empezar está filmada en un solo y largo plano secuencia que, además de recurso estético, funciona como una forma de acompañar al protagonista en todo su periplo, viendo las cosas desde su perspectiva, si es que esto es posible.

De esta manera, la paranoia comienza a ejercer el dominio de la situación, y también de la historia. El ritmo, siempre nervioso, siempre frenético, conduce a una sucesión de situaciones, a cuál más bizarra que, sin embargo, aprovechan la decisión narrativa para amalgamarse.

La historia pasa del thriller al absurdo, y luego a una historia de zombies de una forma tan orgánica que nada parece fuera de lugar. Incluso cuando las circunstancias llevan a que la cámara abandone al protagonista y se entretenga con otros personajes. Nada suena disonante, porque en el universo que propone MADS, cualquier cosa puede suceder.

En un punto, la película hasta admite una lectura generacional, simbolizada en un grupo de jóvenes que va saltando de estímulo en estímulo, sin detenerse a pensar en el daño que deja atrás, hasta que el “fin del mundo” le cae encima mientras todavía está en el medio de una fiesta. Romain vive desbordado, incluso por momentos resulta irritante su oscilación entre la culpa y la tentación de seguir adelante como si nada. Un personaje típico de época que hace del desborde emocional y físico su forma de atravesar el mundo.

El experimento que propone el realizador es intenso, extremadamente físico, apoyado en una cámara en mano que deambula en locaciones reales frenéticamente. Esta idea, que permite entrar rápidamente en la propuesta de la historia, conforme avanza se vuelve un tanto asfixiante y hasta, por momentos, intolerable. La sucesión de carreras, gritos y golpes de efecto llegan a agobiar, y uno se termina preguntando si tanto virtuosismo girando sobre sí mismo obedece a la innovación o solamente es una idea repetida para sostener la tensión, en lugar de profundizar en aquello que la originó. En el desenlace está la respuesta, impactante por acumulación y entregado al más absoluto delirio, un lógico corolario para lo que se acaba de ver.

Aunque está lejos de ser perfecta, MADS se recorta dentro del panorama reciente del cine de terror, por apostar a un concepto estético como motor de la trama y evitar la rutina del susto fácil. Al contrario, si algo tiene el guion es que siempre avanza, dispuesto a chocar de frente contra lo que se ponga delante.

MADS describe a la normalidad cuando se resquebraja, cuando todo se parece a lo de siempre pero ya no lo es, y la negación, la imprudencia y el egoísmo que deviene de eso y que conduce al desastre. En su núcleo, la película es impulsiva, desbocada, capaz de irritar y de fascinar al mismo tiempo. Una propuesta que va a contracorriente del cine de género actual, intentando marcar un camino propio. No lo logra por completo pero, en esa búsqueda, están sus mejores momentos.

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