Magic Farm, la alocada comedia que une a documentalistas hipsters de Nueva York con un imaginario pueblo pampeano

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En una avenida de Nueva York, Chloë Sevigny repite una y otra vez la misma toma para un nuevo episodio de una serie documental de aires hípster sobre problemas globales. Camina con sus tacos finos y elevados, masculla alguna que otra frustración, se acomoda el pelo rubio e impecable y trata de terminar la escena. Ella es Edna, la estelar conductora de una canal de noticias digital que se parece mucho a Vice News, con sus aires posmodernos, sus registros en ojo de pez, su montaje histriónico. Detrás de cámara, Simon Rex interpreta a su marido y productor, un farsante que pronto deberá atender reclamos por acoso sexual laboral ante la justicia. El bullicio se esclarece en discusiones airadas, entre asistentes y sonidistas que intentan sacar adelante los últimos planos del episodio sobre una nueva tendencia de botas puntiagudas traída desde México a Park Avenue. Chloë – Edna, en realidad- olvida algunas líneas; Jeff, el productor interpretado por el actor indie Alex Wolff, dirime una ruptura con una becaria por teléfono. El caos parece insalvable.

Con voz pausada y semblante calmo, Amalia Ulman asoma detrás de escena como Elena, la operadora de cámara de ese caótico rodaje que parece irse a pique. Pero en la realidad ella es la directora de Magic Farm, esta alocada comedia que sale y entra en la ficción, que viaja desde Manhattan a un pueblo imaginario de la Argentina para hallar una nueva historia que contar.

Ulman nació en la Argentina en 1989 y su familia emigró casi de inmediato a España empujada por la crisis económica. Fue criada en Gijón, estudió en Londres y se convirtió en artista visual, con perfomances creativas e instalaciones audiovisuales que le valieron celebradas presentaciones en Gotemburgo, Los Ángeles y Londres.

Su debut en el largometraje llegó en 2021 con El planeta, película sobre una madre y una hija desalojadas luego de la crisis habitacional en España que se estrenó con excelente recepción en el Festival de Sundance. Y ahora llega Magic Farm, filmada en la Argentina y recién estrenada en la plataforma Mubi, con actores internacionales como Sevigny, Rex y Wolff, con un elenco argentino que incluye a Valeria Lois y a la actriz revelación Camila del Campo, y que explora tanto la crisis local de los agrotóxicos como el choque cultural entre un grupo de hípsters neoyorkinos y los habitantes de la pampa.

El equipo de documentalistas de Magic Farm evoca la estética de los docudramas globales de Vice News, canal de noticias digital que tuvo su origen en una revista cultural de los 90.

“Una serie completamente nueva sobre subculturas del mundo”. Esa parece ser la premisa de la serie documental que evoca claramente a los videos virales de la señal Vice que comenzaron como parte de cierta contracultura en los años 90 y se convirtieron hoy en un eslabón más del streaming global. Esa estética y algunas historias que llegaban desde la Argentina sobre la contaminación ambiental impulsaron a la directora a elaborar el guion de su segundo largometraje.

“Lo primero que apareció como disparador fue el tema del glifosato y la contaminación por la fumigación de cultivos en las zonas rurales”, explica la directora en diálogo con LA NACIÓN. “Me llegaron algunas historias sobre el tema cuando todavía estaba trabajando en mi primera película, El planeta. Sin embrago, al principio no sabía muy bien qué hacer con eso. Yo soy muy visual y concibo las películas cuando puedo visualizar la primera escena y lo primero que me vino a la mente fue la imagen de mi abuela subida a una moto por un largo camino rural. Entonces se me ocurrió juntar dos mundos que conocía muy bien, por una parte, mi familia, mi abuela, el campo, y por el otro los hípsters y los documentales de Vice”.

Amalia Ulman es la artífice de Magic Farm, película que ya está disponible en Mubi.

Ese encuentro de dos mundos llega en la segunda escena cuando vemos a Edna caminando con sus tacos altos por los senderos rurales de San Antonio de Areco, la localidad bonaerense donde se filmó la película y fue reconvertida en la ficticia San Cristóbal. Ahí llega el equipo completo de Central Lab -esta productora eco de Vice-, en la búsqueda de una historia extravagante: un músico apodado “Super Carlitos” que baila en sus videos de Youtube con orejas largas y un traje de conejo. El desencuentro con la anfitriona Marita, quien debió salir apurada hacia Buenos Aires por el nacimiento de un bisnieto, deja al equipo a la deriva: Edna, el productor Jeff, el sonidista Justin (Joe Apollonio), y la atildada Elena de Ulman -la única que habla español- apenas reciben indicaciones para alojarse en un hotel de provincia con intermitente wifi y problemas cloacales, a la espera de dar con el paradero de Super Carlitos y convertirlo en una explosión viral. Pero el músico con orejas de conejo no se encuentra en esa San Cristóbal sino en alguna otra de Latinoamérica, y entonces el equipo deberá deambular por los caminos polvorientos, entre kiosquitos, caballos y perros callejeros, en la búsqueda de una nueva noticia. ¿Qué es lo que pasa en ese pueblo que puede convertirse en una atracción para el público global de redes sociales? ¿Habrá que inventar otra historia, otro Super Carlitos, fraguar un suceso que consiga visualizaciones?

Alex Wolff, actor indie conocido por sus papeles en El legado del diablo y Pig, interpreta a Jeff, un productor con problemas amorosos. Camila del Campo es una actriz argentina que hace una aparición reveladora como una joven del lugar fascinada con las redes sociales.

Magic Farm es la historia de ese choque cultural entre dos mundos, el de los hípsters que vienen desde Nueva York con sus esquipo de rodaje, sus coordenadas de espectáculos virtuales, sus problemas amorosos, su estética noventosa de skates y vestimenta colorida, y los habitantes de ese ficticio San Cristóbal, que la directora nutre de la historia de su familia materna.

“Me interesaba explorar de dónde viene ese mundo que aparece en los documentales de Vice, que tiene un fuerte arraigo en los que son parte de la generación X, en aquel furor por los videos de skate de los 90, la vestimenta de colores hípersaturados, el rodaje con cámaras ‘fish-eye’. Viendo mis dos películas, ahora con cierta distancia, la paradoja que observo es que El planeta es una película más argentina, en su estética, en su tono, aunque esté filmada en España, y Magic Farm, filmada en Argentina, es una película que le debe su atmósfera al cine español de los 80, al camp almodovariano de la movida madrileña, a películas como Airbag y El milagro de P. Tinto, a toda aquella estética kitsch que se va filtrando entre los caminos rurales argentinos”.

La estética visual de Magic Farm se inspira en el cine español de los 80 y 90, en películas como Airbag de Juanma Bajo Ulloa o El milagro de P. Tinto de Javier Fesser, al igual que en las primeras películas de Almodóvar como Pepi, Luci, Bom, y otras chicas del montón y Laberinto de pasiones.

El planeta narraba la historia de una madre y una hija que eran desalojadas durante la crisis de hipotecas en España. Filmada en blanco y negro e interpretada por la propia Ullman y su madre, revelaba un elemento autobiográfico que se integraba al retrato de una realidad socioeconómica que todavía resultaba dolorosa. La estética de Magic Farm, explosiva y kitsch, puede ocultar que detrás de esa fachada también están los efectos concretos de la contaminación en los campos argentinos, enfermedades mortales, problemas de piel, daños irreparables. El tema circula entre los personajes en pequeños diálogos y referencias, y ofrece una historia que late ante la miopía de los documentalistas preocupados por inventar un músico que sustituya a Super Carlitos. Esa naturalización del ‘hecho noticioso’ es quizás lo más impactante del trabajo de Ulman.

El hallazgo de una nueva noticia viral hace que el equipo de documentalistas pierda de vista lo que ocurre ante sus ojos con la contaminación ambiental en la zona.

“Creo que eso pasa cuando uno sabe que no tiene el poder para cambiar nada”, señala la directora. “He estado en muchos sitios donde se perciben injusticias, donde se ven desigualdades y se naturalizan porque parece imposible luchar contra ello. Porque son obra de grandes poderes o monstruos multinacionales, y los ciudadanos no pueden hacer nada más que seguir adelante con sus vidas como pueden. Una frase que siempre resuena como descargo es el ‘no hablar de cosas feas’, porque esas cosas feas son las que no se pueden cambiar. Y lo que me ha pasado con colegas de los Estados Unidos es que no logran entender por qué ante estas situaciones los pobladores no se quejan. Lo que no entienden es el inmenso privilegio que supone el solo hecho de poder quejarse”.

Y todos los integrantes del equipo de rodaje no paran de quejarse, de la wifi, de los problemas del baño, de las dificultades en el casting para encontrar el coro perfecto para el nuevo Super Carlitos. Esas desavenencias tercermundistas son retratadas con ironía, envolviendo tanto los problemas amorosos del equipo con algunos lugareños como las preocupaciones por lo que ocurre en el trasfondo de la producción en los Estados Unidos. Sevigny convierte a su Edna en una figura eco de su propia personalidad, curiosa de ese mundo que la rodea, pero al mismo tiempo ensimismada en la crisis con su marido, en los amores incipientes con Jeff, en la negada reflexión sobre la posible explotación que surca a esos documentales ávidos de tragedias globales.

“El papel de Chloë Sevigny estaba escrito para ella, y fue una de las claves del proyecto. Me interesaba tener a alguien que es parte de esa generación de los 90, que tiene que ver con esa explosión cultural de la época, y tenerla a ella ofrecía un componente metalingüístico, un guiño de fuerte poder extracinematográfico”, explica Ullman.

La mirada de la directora Amalia Ulman combina la ironía tras el choque cultural entre el quipo de hípsters neoyorkinos y los habitantes de la zona rural argentina, con las tensiones entre realidad e impostura en la cultura contemporánea.

En el resto del elenco aparecen el simpático Joe Apollonio, Simon Rex -quien hace un tiempo deslumbró como otro impostor en Red Rocket, de Sean Baker-, y Alex Wollf, el actor que ganó su celebridad como el hijo poseído de El legado del diablo de Ari Aster. “Alex [Wolff] también era un actor con el que yo quería trabajar, lo vi en Pig (2021) en el cine cuando estaba escribiendo el guion por primera vez y me dije: ‘Este chico es perfecto para Jeff’”, revela Ulman. “Después, en la elección de los actores argentinos, fui buscando distintas cosas: con Guillermo [Jacubowicz], quien interpreta al recepcionista, me interesaba explorar el vínculo homoerótico que lo une a Justin, el sonidista, que implica ofrecer otra mirada sobre el deseo más allá de las convencionales”, concluye. Además del notable trabajo de Jacubowicz, destacan Valeria Lois como Popa y la extraordinaria Camila del Campo como su hija Manchi, subida siempre a un árbol para actualizar sus redes sociales y enredada con Jeff en un coqueteo revelador de la mirada de Ullman sobre las relaciones amorosas contemporáneas.

En esa exploración de sus propias raíces, en la inclusión de la abuela Marita como parte de la ficción, en la inspiración de Popa en el pasado de su familia, Amalia Ulman ofrece una espesura local a este dilema sobre lo real y lo impostado. Algo que parecía haberle interesado ya en El planeta, con esa madre e hija fingiendo una prosperidad perdida, ritualizando un mundo soñado en sus retazos, que aquí se revela como un rasgo intrínseco de la identidad argentina, arraigado sobre todo en su origen colonial. “Creo que esa tensión entre la realidad y la impostura es una característica muy argentina. En tanto nuevo mundo, con un origen colonial, hay algo de ese pasado lejano que está siendo siempre reinventado. Cada vez que viajo al país y escucho anécdotas locas siempre me pregunto qué hay de verdad en todas ellas y qué hay de esa fabulación que circula en las familias. Algo que también ocurre en los Estados Unidos bajo el espejismo del sueño americano: siempre poder reinventarse como otro. Algo que en Europa no se puede por el peso de la Historia, de la tradición”.

Muchos de los recursos de montaje, las lentes 'fish-eye', y las tomas aéreas responden a los videos virales de Vice News, mundo que Ulman utiliza como contrapunto al que recoge de sus raíces argentinas.

Migrante desde su propio nacimiento, Amalia Ulman mira desde esa pequeña aldea imaginada conflictos que son reveladores del presente. “Mi familia materna tiene raíces indígenas y siempre ha sido problemática esa filiación, siempre se ha tendido a ocultar, a disimular, a correr del discurso. El personaje de Popa está basado en una tía abuela mía que, pese a tener la tez más oscura que sus hermanas, insistía en su raigambre francesa. Toda su vida estaba construida alrededor de viajar a Europa, de escuchar música barroca”, destaca. Y esa búsqueda de la propia identidad en un mundo de máscaras e imposturas se delinea bajo el ariete de la comedia absurda, una mirada que bajo su ironía atiende a lo oculto, a lo negado, a lo que se escapa ante nosotros porque no lo queremos ver.

“Yo he sido migrante toda mi vida, en España primero, en los Estados Unidos ahora, y lo que uno percibe es esa tensión entre lo que espera la gente cuando te ve, te conoce, y lo que realmente uno es. He tenido que lidiar con eso toda mi vida y por ello me interesa explorar quiénes tienen el privilegio de saber quiénes son, sin padecer las consecuencias”, reflexiona.

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