El grado de la desmesura militar del Reino Unido en las Islas Malvinas, la segunda base en importancia después de la de Chipre, pone de relieve el valor estratégico del Atlántico Sur en virtud de los recursos naturales, el acceso a la Antártida y el carácter de área de comunicación con otros continentes. Esos factores parecen explicar que Londres priorice la profundización de la proyección de poder militar en lugar de atender al proceso de negociación diplomática que propicia Buenos Aires conforme a los mandatos pertinentes de las Naciones Unidas. Por lo tanto, encontrar el eslabón clave que aliente a destrabar la intransigencia británica es quizás uno de los mayores desafíos diplomáticos del Palacio San Martín.
Algunas experiencias de negociación en las que el Reino Unido se ha visto obligado a ceder situaciones coloniales permiten apreciar el papel que ha tenido en cada caso la lógica del qui pro quo geopolítico para vencer la inflexibilidad de Londres. En la devolución de Hong Kong a China en 1997, por ejemplo, la transacción para el acuerdo definitivo giró en torno del concepto de “un país, dos sistemas”, ideado por el líder chino Deng Xiaoping como fórmula para acordar con el Reino Unido la Declaración Conjunta de 1984, en la que China se comprometió a respetar la autonomía hongkonesa hasta 2047.
El océano Índico es otra manifestación de avenencia transaccional que tuvo en cuenta objetivos geopolíticos. El Reino Unido solo estuvo dispuesto a cumplir con la panoplia de resoluciones de las Naciones Unidas y la opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia para la devolución de las Islas Chagos cuando Mauricio aceptó que la base militar de la Isla Diego García (la más grande del archipiélago) continuara bajo control británico-estadounidense en régimen de arriendo inicial durante 99 años. A nadie pareció importar la exclusión de los chagosianos en el qui pro quo del acuerdo final.
Otra situación que reflejaría pragmatismo geopolítico a la hora de acercar posiciones se estaría dando entre España y el Reino Unido, con participación de la Unión Europea. Las negociaciones entre Madrid y Londres con salvaguardia de soberanía contemplarían una combinación de concesiones transaccionales geoeconómicas y de comunicación en torno a Gibraltar. El concepto de “zona de prosperidad compartida” para el Peñón y áreas contiguas sería la fórmula interina de la cuestión Gibraltar sin perjuicio de la resolución 2070 (XX) de las Naciones Unidas de 1965.
Estos ejemplos de territorios abarcados por la resolución 1514 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que proclama la necesidad de terminar con el colonialismo, parecen mostrar los beneficios de ciertas tácticas de la diplomacia transaccional para tender puentes ante intereses divergentes. También pone de relieve que las aproximaciones diplomáticas más exitosas suelen ser aquellas que logran consolidar agendas con escenarios de relevancia geopolítica.
La Argentina estuvo en esas circunstancias en 1968. El memorándum de entendimiento inspirado en un desayuno en el hotel Carlyle de Nueva York entre los cancilleres argentino y británico muestra que solo faltaba fijar fecha para la transferencia de las Islas Malvinas a la soberanía argentina. El qui pro quo de la época eran las salvaguardias en relación con los intereses de los residentes de las islas. Lamentablemente, circunstancias diversas evitaron que prosperara. En el siglo XXI habrá que ver si una estrategia geopolítica de océano y fondos marinos azul en la cuenca del Atlántico Sur pueda servir de embrión multifacético para restablecer el clima diplomático de 1968. Explorar esa tesitura quizás acerque al eslabón geopolítico que contribuya a una fase más promisoria entre Buenos Aires y Londres.