El secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, se reunió este viernes con los cinco venezolanos que fueron rescatados en un operativo orquestado desde la Casa Blanca.
En un mensaje en su cuenta de Twitter, Rubio aseguró que fue “un honor reunirme con los valientes líderes de la oposición venezolana que fueron blanco de la represión y la tiranía de Maduro”.
“Su valentía inspira a todos los que trabajan por un futuro más democrático, especialmente tras la detención arbitraria de Juan Pablo Guanipa y más de 70 personas. Los EEUU no vacilará en nuestro apoyo a los venezolanos que luchan por la democracia y el retorno seguro de todos los estadounidenses detenidos injustamente”, completó el máximo diplomático de la potencia norteamericana.
Cuatrocientos doce días estuvieron asilados Meda, Macero, González, Urruchurtu y Villalobos en la embajada argentina de Venezuela, antes de escapar hacia Miami.
El régimen violó la ley internacional cuando se negó a otorgar los salvoconductos, y en todo momento estableció un mecanismo de acoso físico y psicológico para quebrar la voluntad de los cinco rehenes políticos.
El aparato represivo montado por Maduro fijó un cerco de control e inteligencia sobre el perímetro de la embajada de Argentina, que estaba a cargo del SEBIN y la Dirección de Acciones Estratégicas y Tácticas (DAET) de la Policía Nacional Bolivariana.
Todas las casas cercanas a la residencia diplomática estaban bajo control de la dictadura caribeña, y en las calles aledañas se podía observar patrulleros, carros de asalto y motos oficiales que vigilaban los accesos a la embajada extranjera.
“Agotador! En estas últimas 5 horas patrullas, motos y funcionarios encapuchados rodean la fachada de la embajada”, posteó Magalí Meda cuando se cumplieron 170 días de reclusión forzada.
Pero el hostigamiento contra los asilados políticos no terminaba en la exhibición de fuerza del régimen. Maduro ordenó que técnicos de Corpoelec -empresa estatal de electricidad- arrancaran los fusibles que alimentaban a la embajada extranjera.
La residencia diplomática tenía una pequeña planta eléctrica, pero sólo podía funcionar una pocas horas, afectando la conservación de alimentos y la vida cotidiana.
El régimen también restringía el agua potable. Impedía la entrada de camiones cisternas, y tras una fuerte presión diplomática, Maduro permitió que ingresara agua una vez por semana.
El presidente argentino, Javier Milei, y su canciller, Gerardo Werthein, hicieron lo indispensable para lograr que la dictadura venezolana concediera los asilos a los políticos opositores refugiados en la embajada argentina.
Pero la respuesta del régimen siempre fue negativa. Y todo se agravó cuando Milei condenó el fraude electoral cometido por Maduro contra Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, líderes de la oposición.
A partir de ese momento, Argentina y Venezuela rompieron relaciones diplomáticas, y Brasil se hizo cargo de la relación bilateral entre Buenos Aires y Caracas.
En este contexto, Lula da Silva aparecía como un jugador clave para lograr la libertad de los refugiados a merced de Maduro. Pero el presidente de Brasil hizo muy poco a favor de los opositores políticos, pese a su vínculo personal e ideológico con Maduro.
Mientras se agotaban las instancias diplomáticas para lograr la libertad de los asilados opositores, Marco Rubio -secretario de Estado ponía en marcha un operativo de extracción que era apoyado por Donald Trump.
Se trataba de un movimiento audaz que tenía ciertos parámetros inamovibles: no habría negociación con el régimen de Maduro, y el apoyo de la administración Trump sería informal dentro de Venezuela y completo afuera de sus límites geográficos.
Así inició la Operación Guacamaya, que permitió la extracción de Meda, Macero, González, Urruchurtu y Villalobos.
Después de una peligrosa travesía por tierra, mar y aire, cuando Maduro visitaba a Vladimir Putin en Rusia, los rehenes de Maduro llegaron finalmente a Miami.
Habían pasado 412 días como refugiados, y ya estaban en libertad.
Otra vez.