Ni directora, ni autora, ni actriz. Por más que el cine argentino le reconoce sobrados méritos en estas tres grandes facetas creativas, ejercidas a través de una trayectoria que lleva casi una década y media de constantes búsquedas y crecimientos, María Alché prefiere ubicarse en un lugar más modesto y abarcador cuando LA NACION le pregunta cuál es el espacio en el que prefiere moverse.
“Soy una trabajadora del cine”, dice la aplaudida realizadora de Familia sumergida y Puan, esta última codirigida por su pareja artística y en la vida real, Benjamín Naishtat. En estos días Alché regresa a su lugar de intérprete como protagonista excluyente de Cuando las nubes esconden la lluvia, coproducción argentino-chilena cuyo estreno se anuncia para este jueves 12 en la Sala Lugones.
Convocada por uno de los más destacados directores independientes trasandinos, José Luis Torres Leiva, Alché personifica a una actriz que llega al remoto paraje de Puerto Williams, en la Patagonia chilena, para encabezar un rodaje que por distintas razones va postergando su fecha de comienzo, lo que obliga al personaje a vivir una forzosa inactividad y empezar a interactuar con pobladores locales.
“Este proyecto –relata Alché- fue hecho con un equipo de apenas 10 personas. Conmigo éramos 11 en total. En este contexto tan difícil para el cine argentino, tan complicado de impulsar en su nivel más industrial, poder hacer películas de este tamaño y con estas características en un lugar de tanta libertad me fue generando algunas preguntas que también pueden transformarse en ideas para futuros proyectos.
-¿Cuáles?
-No lo miro solo como actriz. José Luis tiene reglas muy específicas para filmar. No mueve la cámara y hace una sola toma de cada plano. Es algo muy contrario a mi manera de trabajar. Nosotros veníamos de Puan, una película que exigió muchos ensayos, muy pensada por anticipado. Este es un proyecto más minimalista, muy sensible y que me acerca a nuevos descubrimientos.
-Se habló mucho de Puan, de su repercusión local y del reconocimiento que obtuvo en el exterior, sobre todo después de haber ganado premios importantes en un festival de altísimo perfil como el de San Sebastián. ¿Qué cambió para vos a partir de esa experiencia?
-Fue muy fuerte para nosotros la conexión que se estableció con el público. Después del estreno surgió la necesidad de que la película funcionara también como una conversación. En un momento sentimos que el público se había apropiado de la película y ya no nos pertenecía. Hubo gente que en Brasil nos decía sin vueltas: “Yo soy Marcelo Pena”. Muchos sintieron que ese personaje les hablaba personalmente.
-¿Estaban buscando algo así?
-Cuando escribimos la película con Benjamín ya teníamos en la cabeza la idea de hacer una comedia. Nos preguntamos qué pasaría si nos apropiamos de este género, que a veces queda relegado a un determinado tipo de cine, y lo llevamos hacia un lugar más personal. A partir de este movimiento se generaron muchas preguntas, al menos para mí, y una de ellas era la de cómo conectar con la gente.
-Alguna vez contaste que no te sentías muy cómoda dirigiéndote a vos misma.
-No lo haría ni loca. Cuando hicimos Puan teníamos dos hijos muy chicos con Benjamín y coordinar todo eso con la dirección ya era mucho. Además había escenas con muchos actores y a mí me gusta mucho dirigir.
La maternidad
-La actriz que personificás en Cuando las nubes esconden la lluvia pone en juego muchas de las cuestiones de la maternidad en la interacción con los otros personajes. ¿Influyó tu condición de madre en esa interpretación?
-Totalmente. Y además era la primera vez que me iba tanto tiempo tan lejos de casa con un hijo bastante chico, tenía dos años en ese momento.
-En un momento, tu personaje le habla a su hijo con esa misma sensación de lejanía y extrañamiento.
-Fue algo así. Primero viajar a Santiago de Chile, después tomarme otro avión y llegar en tres horas a Punta Arenas, y de ahí un barco que zarpó de noche hacia el canal de Beagle. Fueron casi dos noches más. Estaba a una distancia física de mi familia que hasta ese momento nunca había tenido. Y quedarme en una isla como esa ya tenía para mí un alto grado de sensibilidad.
-¿Por qué?
-Puerto Williams es sobre todo una base naval en la que vive población militar, hay pobladores de la comunidad indígena y unos pocos civiles que se instalan en esa isla del fin del mundo por alguna razón particular de sus vidas. Allí por ejemplo se raciona mucho la comida. Una vez por semana llega un cargamento con todo lo que se necesita para cocinar y ves a los pobladores haciendo fila. Hay una sensación de aislamiento muy grande y también de una cierta paz, muy extraña. El lugar es muy particular: salís a caminar y ves árboles inclinados por el viento. Es algo que va más allá de la realidad patagónica. Ya es fueguina, con toda una fantasía de Darwin, de aquellos viajeros.
–Cuando las nubes esconden la lluvia es una coproducción con Chile. Vos hiciste en coproducción con Brasil Familia sumergida. Se está dando ahora cada vez más esa posibilidad. También en el caso de las películas argentinas que se filman en Uruguay.
-En este momento, nuestro instituto de cine y las políticas públicas son prácticamente inexistentes. Está muy frenada la producción y hay técnicos de primer nivel que están sin trabajo. Es una pérdida enorme, porque no tienen posibilidad de actualizarse y ser la punta de lanza de nuestra industria.
-En septiembre del año pasado, en el Festival de San Sebastián, te tocó leer una declaración de apoyo al cine argentino, con fuertes críticas a la política cultural del Gobierno. ¿Cómo sigue hoy ese planteo?
-Acaba de reunirse el Consejo Asesor del Incaa, que nuclea a diferentes asociaciones, pero el diálogo con el presidente es muy difícil. Por otro lado tuvimos una alegría muy grande con El Eternauta y todo el furor que se generó alrededor de la serie. Pudimos ver que detrás de esa gran producción hay técnicos y el propio director que se formaron gracias a las políticas públicas, a que existió la Enerc. Todo esto no viene de la nada, hay años de historia que sostienen este tipo de producciones. Es una gran alegría ver cómo una película como Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, de Hernán Rosselli, recorre el mundo.
-Aquella declaración que leíste en San Sebastián tenía detrás una bandera con la leyenda “Cine argentino unido”, que se vio en otros festivales.
-El cine argentino es una variedad de cosas muy diversas con un alto grado de calidad, de originalidad y de talento para entrar en los circuitos en donde se piensa el cine hoy. Vivimos un momento malo, pero cuando esto termine habrá que sentarse a pensar en un Incaa nuevo y posible, que sea más federal y que permita hacer películas de distintos tamaños. Y sobre todo trabajar en algo que hoy está abandonado: la formación de espectadores. El cine es un ecosistema, como un océano en el que conviven el que hace un corto, el que hace una película chiquita, las que van a los festivales, las películas más grandes. Todo se interrelaciona. Nadie se salva solo.
-¿Qué proyectos están ocupando tu presente?
-Con Benjamín estamos trabajando en un documental que filmamos hace poco en México. Tiene material de archivo, entrevistas, voces en off y otras cosas. Es una película pequeña que nos tiene muy entusiasmados sobre John William Cooke y su mujer, Alicia Eguren. También estoy escribiendo el guión de una película de época que transcurre en distintos momentos de las décadas de 1950 y 1960. Y en el documental de Lucrecia Martel, aún sin título, que está en etapa de edición.
-¿El que viene haciendo desde hace años sobre el líder indígena Javier Chocobar?
-Ese mismo. Empezamos este proyecto con Lucrecia hace muchos años, desde 2011. Ya pasó la etapa del guion, en la que estuve participando, pero sigo trabajando en algunas otras cosas de la película.