La historia de María Esperanza Castro García, una mujer de 71 años originaria de Salamina, Caldas, ha impactado a la opinión pública tras relatar en el pódcast Vamos pa’ eso los años de cautiverio y sometimiento que vivió bajo el control de una secta liderada por una autodenominada guía espiritual. Durante once años, María Esperanza estuvo aislada, bajo constante vigilancia y sujeta a maltratos físicos y psicológicos, en un círculo cerrado donde la religión se convirtió en herramienta de dominación.
Desde su juventud, Castro García llevó una vida activa y disciplinada, marcada por el esfuerzo y la responsabilidad. Tras el desplazamiento de su familia al departamento de Caquetá debido a la violencia en Colombia, continuó sus estudios y se instaló en diferentes ciudades del país para trabajar. Su entorno, aunque regido por estrictas normas familiares, le permitió desenvolverse de manera autónoma hasta que, en Mesitas, conoció a una mujer que transformaría su destino.
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El punto de inflexión llegó cuando una conocida, llamada Carmensa, la introdujo a Cielo, una figura que afirmaba poseer dones espirituales. Cielo se autoproclamaba como “la novia del cordero” y, desde el primer encuentro, utilizó discursos religiosos y supuestos mensajes divinos para ganar la confianza de María Esperanza y su entorno. Poco a poco, la líder espiritual consolidó su poder, apartando a las mujeres de sus familias y creando un régimen de control absoluto.
La secta impuso reglas estrictas, aislamiento y trabajos forzados, bajo amenazas envueltas en retórica religiosa. El grupo dirigido por Cielo administraba desde la comunicación y el dinero de los miembros hasta su alimentación. María Esperanza perdió el derecho a usar su teléfono móvil y a manejar sus bienes personales. Las jornadas se desenvolvían entre labores ininterrumpidas y castigos, justificados por supuestos “designios divinos”.
En los testimonios compilados por el pódcast, Castro García narró cómo sufrió constantes humillaciones y agresiones físicas: “Ella me golpeaba. Muchas veces me reventó. Una vez porque no escuché un mensaje que me mandó al celular. Me lo pidió, lo revisó y me pegó con un palo”, denunció. Cielo y el grupo decidían incluso los castigos por “faltas” menores, que solían implicar encierros en condiciones precarias, sin cobijas y soportando bajas temperaturas.
El abuso se extendió al plano de la salud. Durante los años de cautiverio, María Esperanza padeció enfermedades graves como herpes zóster e incluso sufrió un infarto. Le fue negada cualquier atención médica, pues la líder del grupo sostenía que los tratamientos iban “contra la voluntad de Dios”. “Ese es un castigo de Dios. No espere que le dé un medicamento, porque eso es ponerme contra los designios del Padre”, relató la víctima, al recordar las palabras de la líder espiritual.
La comunicación con el exterior fue completamente restringida. La familia de María Esperanza permaneció once años sin recibir señales de ella, ni información sobre su paradero. El círculo comandado por Cielo utilizó el aislamiento como un mecanismo de manipulación constante. “No teníamos derecho a familia, a nadie. Por cualquier cosa encerraban a uno en la bodega, sin cobijas, aguantando frío”, explicó la protagonista en su relato al pódcast.
A lo largo de este tiempo, el estado de salud de María Esperanza Castro García se deterioró gravemente. Fue sometida a privaciones alimenticias y negligencia absoluta cuando enfrentó problemas médicos. Solo la resiliencia personal y la convicción de que debía sobrevivir le permitieron sobreponerse a los años de abuso y servidumbre.
Tras más de una década, Castro García finalmente logró escapar del control de la secta. Si bien no ha logrado recuperar completamente su salud, hoy hace pública su historia para alertar sobre los peligros de estos grupos y acompañar a otras víctimas. El caso ha evidenciado el impacto devastador del abuso espiritual y la urgencia de fortalecer las redes de apoyo y prevención alrededor de los sectores más vulnerables.
María Esperanza Castro García, al alzar su voz, pone de manifiesto los riesgos de la manipulación sectaria y la importancia de la protección integral para quienes resultan atrapados en dinámicas de control religioso extremo.