Mario Kempes, íntimo: el lado B del Mundial 78, Messi y su defensa al fútbol argentino: “No será nunca la tumba de los elefantes”

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En la pared cuelga una pintura de un artista hondureño que lo retrata en tres etapas de su vida: celebrando el gol a Holanda en la final del 78, con la camiseta amarilla y roja del Sevilla y, ya retirado, en su faceta de periodista. En otra pared, un perchero rebasado de camisetas de la selección y de distintos clubes europeos completa la escenografía. Ese rincón de la casa de Mario Kempes, en las afueras de Tampa, se asemeja bastante a un set de televisión. Y, de algún modo, lo es: allí enciende la cámara para grabar los videos que luego publica en sus redes, donde alterna anécdotas de su carrera con comentarios sobre la liga española.

A los 71 años, el Matador dice que vive tranquilo con lo que tiene. En 2019 dejó Bristol, Connecticut, para mudarse a la Florida junto con Julia, su esposa, que además organiza su agenda de entrevistas. “En Connecticut hacía mucho frío, nevaba, el clima era feo. Acá veníamos casi todos los veranos desde que nos instalamos en 2004. Agarrábamos el coche, subíamos a las nenas y a las perras y nos veníamos todos. A veces llegábamos en diciembre, que es invierno acá, pero para nosotros parecía verano. Íbamos a la playa y nos tirábamos al sol. La gente nos miraba raro. Lo que habrán dicho de nosotros, no me quiero imaginar, ja”, recuerda con la típica chispa y tonada cordobesa de Bell Ville (“Bel Viye”, dice él), la ciudad donde nació.

Su vida hoy combina trabajo y proyectos personales. Cada fin de semana comenta un partido de la liga española para ESPN y, en paralelo, busca acercar su historia a las nuevas generaciones. “Si te dormís, te pasan por encima. Si hablás demasiado, dicen: ‘¿qué quiere este viejo?’. Por eso siempre buscás un punto medio, para que no se quejen y no te extrañen”, cuenta en charla virtual con LA NACION. En el último tiempo, también incursionó en otros rubros: en 2019 publicó su biografía, y en 2022 lanzó un vino que hoy se vende en Argentina, España y Estados Unidos.

El Matador, junto a Julia y sus dos hijas menores

-¿Estás mirando mucho fútbol?

-Estoy viendo, sí. Por ejemplo, los sábados a las 7.30 miro el primer partido de la Premier. Después, depende del partido, lo sigo. El domingo miré a River un rato, pero no me preguntes cómo jugó, porque apenas alcancé a seguirlo. Y tampoco me dejo llevar por los comentarios de los periodistas de la tele: algunos son de Boca, otros de River, y siempre se arma pelea. Por el murmullo de la gente, sé que Boca está jugando fatal. River, ahí. Y los equipos de mi país [sic], de Córdoba, muy mal. En España sigo todos los partidos del Valencia, ya que escribo una columna para un diario de allá. Y, después, veo el partido que me toca comentar.

-¿Qué hacés en tus ratos libres?

-Me gusta entrenar. Por la mañana, normalmente, dos horas o dos horas y media junto a mi mujer: un poco de brazos y abdominales, o piernas y abdominales. Los abdominales los hago todos los días… el problema es que no los encuentro, no sé dónde están, ja. Luego, hago una hora más de caminadora. Justamente, desde ahí miro los partidos de la Premier.

-Llevás más de 20 años de casado con Julia.

-Sí, tenemos una familia muy linda. Mis últimas dos hijan viven acá cerquita. El hijo de mi mujer está a media hora, y los otros tres, una en Austria y un nene y una nena en Valencia. Ya están grandes. Hoy la comunicación es mucho más fácil. Antes había que poner la monedita y marcar; ahora todo es más simple, aunque también va más rápido y cambia constantemente. A veces pienso en lo mucho que cambió todo. Antes salíamos del colegio, dejábamos el guardapolvo y los libros listos para el día siguiente y nos íbamos a jugar a la calle. Hoy ves poca gente en la calle; antes eran de tierra, ahora pavimentadas, y eso complica todo: antes armabas dos arcos con cuatro ladrillos, pasaba un coche, te hacías a un lado y seguías jugando. ¿Hoy qué vas a hacer en el pavimento? Imposible. El tiempo pasa demasiado rápido.

En la Argentina jugó en Instituto, Rosario Central y River

-Casi no hiciste inferiores.

-Lo primero que jugué fueron los campeonatos de baby fútbol en los veranos, entre los equipos de los diferentes barrios. Luego pasé a la Cuarta División de Talleres de Bell Ville. Prácticamente estaba todos los días jugando en esas canchitas cuando nos dejaban entrar. Tenía 14 años. El vecino, que era el director técnico del club, le preguntó a mi papá si quería que yo jugara, y fui. Quedaban dos o tres partidos y terminaba el campeonato.

-En esa época eras número 5…

-Claro, jugaba de mediocampista. Empecé en esa posición y después me fueron pasando.

-¿Es verdad que tu mamá fue a quejarse al club porque el técnico no te ponía?

Sí, fue una historia linda. Tenía 15 o 16 años y la ilusión de jugar en el equipo más grande de Bell Ville me comía. Mi viejo siempre iba al club a jugar a las cartas o a tomar vermú los domingos, y encima era amigo del DT. Nunca faltaba a un entrenamiento: martes y jueves a entrenar, sábado a cuidarme, ni al cine, y el domingo, a la cancha. Mi papá me controlaba la comida para que estuviera listo cuando me tocara la oportunidad, pero el técnico nunca me ponía. Vivíamos frente a frente, y todos los días, al mediodía, mi mamá esperaba a mi papá que volvía del trabajo, sentada en la parecita de casa, bajo los árboles. Un día, al mirar hacia la calle, vio pasar al entrenador y le dijo: “Si no lo ponés a mi hijo, me lo llevo a otro equipo”. Pasó casi un año sin que jugara, y finalmente aparecí de 5 y, después, de 10, volcado a la izquierda. Era joven, generoso, con muchas ganas y corría mucho, así que me acomodaron ahí. El técnico estaba adelantado para la época. Le gustaba que el 10 pasara por detrás del 11; el 11 te la daba, vos tirabas el centro y el 9 la metía. Hicimos un montón de goles y terminamos saliendo campeones. Y así arrancó todo.

-¿Cómo la ves a la selección?

-Muy bien. Tiene jugadores capacitados, con los pies sobre la tierra, y a pesar de lo que han ganado, siguen creyendo que pueden lograr más. Eso da esperanza. Con un entrenador que no los deja dormirse, las cosas siguen saliendo bien. Yo lo veo muy bien a Scaloni, me gusta. Cuando las papas quemaban, después del primer partido del Mundial en Qatar, mostró que no se le caían los anillos para sacar a cinco titulares y poner a chicos como Enzo Fernández o Mac Allister. Creo que el primero que baja la cabeza va afuera. Menos uno, claro. El resto no tiene el puesto asegurado: el que se relaja, pierde.

Kempes y el grito inmortal frente a Holanda, en la final del Mundial 78

-¿Cómo nos ven afuera?

-Con mucho respeto y admiración. Es que esta selección se reinventó. Siempre se decía que dependía de Messi. Hoy sí depende de él, pero ya no en un 99%. Hoy todos están comprometidos con la camiseta y con el juego. Messi sigue siendo el alma mater, pero hay otros que asumen la responsabilidad cuando tienen la pelota. No juegan para Messi: juegan con Messi.

-Has dicho que la mejor selección argentina sería la que gane dos Mundiales y que, mientras tanto, ninguna es superior a otra.

-Argentina es nuevamente candidata. Con Messi se hace más fácil, sin él quizás un poco más difícil. Pero hay muy buenos jugadores. Y si repite, será sin dudas la mejor de la historia.

-¿Cómo notás a Messi para el próximo Mundial?

-Con 37 años no es viejo; tampoco está mayor para moverse. Igual, no nos vamos a engañar: nunca fue un jugador que corriera los 90 minutos. Tiene sus momentos, pero puede seguir jugando. La habilidad para enganchar, la pegada, la visión… todo sigue intacto. La velocidad puede ir bajando con los años, pero la técnica no se la iguala nadie. Todo depende de lo que le dé el cuerpo. Puede jugar este Mundial y el siguiente. El problema son los chicos que vienen atrás: no los compañeros, los rivales, que ya no respetan a las figuras. Y el físico empieza a pasar factura. Antes, a los 20, 25 o 30, una patada dolía, sí, pero pasaba rápido. Ahora, después de los 30, la sentís al día siguiente. Y si te lesionás, peor… Los músculos tardan más en recuperarse.

-¿Vos lo viviste?

-Por supuesto. Antes eras vos el que defendía la camiseta; ahora te pasa lo mismo con los chicos. Y encima hablan por los codos y te dicen de todo. Hay que tener paciencia, experiencia y saber manejar la situación con tranquilidad. Reírte o enojarte cambia todo, y Messi sabe cómo hacerlo.

-Antes del Mundial 2022 dijiste que Messi nunca sería mejor que Maradona, aunque ganara varios Mundiales. ¿Mantenés esa postura?

-Los argentinos somos un poco jodidos. Cada uno fue el mejor en su época: para los que vimos a Diego, el mejor será Diego; para los que tienen a Messi como ídolo, será Messi. En ese momento, Messi aún no había ganado un Mundial, y ganar uno no es nada fácil. En el 86, Maradona era de otro mundo; Messi también lo es. Entre Diego y Messi jugaron nueve Mundiales y solo ganamos dos. Y si me apurás, te digo: todas las selecciones que integró Messi fueron superiores a las del 78 y el 86. Por más que tengas al mejor jugador, salir campeón no es sencillo.

-¿Cómo ves a España como rival en la Finalissima?

-Sigue siendo la selección europea más sólida en funcionamiento, toque y control de la pelota. Tienen jugadores jóvenes de gran nivel, pero con el tiempo las otras selecciones ya saben cómo enfrentarlos. No alcanza con un plan A; también necesitás el B y el C. Con Argentina será un partido de plan A: ambos equipos jugarán como saben, para adelante, buscando dar espectáculo. Y habrá patita dura, claro. Estas finales se ganan, no importa cómo: levantás la copa y listo. Al día siguiente se comenta el partido y después nadie se acuerda; lo que vale es el resultado.

-¿Creés que los campeones del 78 están debidamente reconocidos?

-En algún momento me quejé de la AFA, pero fue en un momento de calentura. Quizás me fui un poco de lengua. La realidad es que no nos podemos quejar: eran otros tiempos, ni siquiera había televisión a color, y aun así recibíamos el cariño de la gente. El contexto político del país durante el Mundial, tal vez, nos jugó un poco en contra.

Daniel Passarella, capitán argentino, recibe la Copa del Mundo de manos del presidente Videla

-Eso aún te duele mucho…

-Porque hay cosas que no son ciertas. El campeonato local, por ejemplo, se siguió jugando normalmente. Siempre se cuestiona que nosotros jugábamos para los militares. ¿Y los demás equipos? ¿Boca, River y el resto también jugaban para los militares? Para un futbolista, si te llaman a la Selección, estés donde estés, vas caminando. Y que después de todo el esfuerzo que hicimos, con un plantel formado por jugadores del ámbito local, casi sin experiencia en Mundiales, digan que jugábamos para los militares… a mí no me entra en la cabeza. El lugar donde estábamos concentrados, para nosotros era un hotel diez estrellas, aunque en realidad fuera una casa quinta de verano. Y no nos quejábamos del frío, de cómo vivíamos, de nada. Si hoy a los muchachos, con todo el respeto que merecen, les toca convivir casi dos meses en esas condiciones, no queda ni el gato. Y que me perdonen si se ofenden, pero ellos están acostumbrados a otras cosas. En aquella época, si eras fino, te tenías que ir: no cabías en ese ambiente. Por eso duelen las críticas. Porque uno sabe que todos los que hablaban en contra nuestra no podían hablar en contra de los militares y, de alguna manera, se la agarraban con nosotros.

-En 1978, salvo vos, todos los futbolistas jugaban en el país. En 2022, solo Armani representó a la Argentina. ¿Percibís una gran diferencia entre el nivel europeo y el argentino?

-Yo creo que los técnicos nunca van a mirar hacia adentro, siempre miran hacia afuera, y siempre te salen con algo: que la experiencia en el fútbol internacional da más fortaleza, más visión. La realidad es que de todos los que han vuelto a la Argentina, ninguno ha triunfado. Que no vuelven jóvenes, eso es cierto para algunos; pero tampoco son viejos. Jugar en Europa y después volver a la Argentina es muy, muy, muy difícil, y si sos delantero o defensor, más todavía. El mediocampista, tal vez, se adapta mejor. Paredes, por ejemplo, ahora está jugando muy bien, pero el otro día vi que tiró un centro y el relator decía: “¡Oh, qué pegada!”. ¡Era un centro! La picardía es del que cabecea, no del que patea. Es bueno que los muchachos, después de varios años en Europa, vuelvan a la Argentina, pero no a arrastrarse. Tenés que demostrar que todavía te queda un poco de orgullo, de amor propio, de juego. Porque si no, le estás quitando el puesto a unos chicos que están esperando esa oportunidad. En la Argentina nacen jugadores de abajo de la tierra; hay jugadores para hacer guiso. Y los vas a encontrar no solo en Capital, sino también en las provincias. El fútbol argentino se va a convertir en la tumba de los elefantes.

-Dirigiste en países como Bolivia, Indonesia, Albania… ¿Qué te quedó de esas experiencias y por qué no seguiste como entrenador?

-Mirá, cuando sos jugador y llegás a un club, casi no conocés a los directivos: vas, entrenás, jugás el domingo y volvés a tu casa. Como entrenador, en cambio, tenés que mirar todo: lo que hay debajo de la alfombra, lo que pasa detrás de las cortinas. Los jugadores te cuentan que no cobraron, que sus hijos tienen hambre. Entonces, vas, te peleás; los dirigentes prometen que pagan el miércoles. Pero nunca aclaran qué miércoles, de qué semana ni de qué mes… Ese esfuerzo diario desgasta. No solo tenés que exigirles a los futbolistas que se entrenen y se concentren en ganar, sino que tampoco podés aislarte de lo que atraviesan. Llegó un momento en que apareció la oferta de ESPN y dije: “Hasta acá llegamos”. El gusanito sigue picando, pero no soporto ver el sufrimiento de los jugadores.

Kempes fue entrenador, pero hoy elige comentar por TV

-¿Nunca pensaste en ser manager?

-No, no me veo ahí. Es más tranquilo que ser entrenador, pero igual te involucrás con el jugador, con el equipo, debés poner la cara por otro. Así estoy bien, ja.

-¿Cómo viviste la vuelta de Di María a Central?

-Espectacular. Después del gol que hizo contra Newell’s, ya pagó todo. Tenía el deseo de volver, jugar un clásico y hacer un gol. No le pudo haber salido mejor.

-Vos también volviste para un clásico con 41 años, y metiste un gol.

-Sí, y de cabeza, que es complicado. Lástima que duró poco: en el entretiempo suspendieron el partido por incidentes. Una verdadera lástima.

-Mario, a lo lejos, ¿ves mejor o peor al país?

-Soy de los que consideran que no podés opinar si no vivís la realidad. Uno escucha las noticias y piensa: “Esto me gusta”, “esto no”, pero no tiene derecho a juzgar. Desde afuera todo se ve distinto. Cada vez que voy a Argentina me dicen: “¡Qué lindo Estados Unidos!”. Pero vivir acá implica laburar: hay orden, sí, pero si no hacés las cosas bien, terminás endeudado hasta los dientes. Muchos creen que con hundir un dedo en la tierra encontrás un pozo de petróleo, pero no es así. Gracias a Dios, sigo con mi trabajo y disfruto cada día de mi vida feliz, rodeado de mi familia y del fútbol que tanto amo.

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